En aquel tiempo, dijo Pilato a Jesús: «¿Eres tú el rey de los judíos?»
Jesús le contestó: «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?»
Pilato replicó: «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?»
Jesús le contestó: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.»
Pilato le dijo: «Conque, ¿tú eres rey?»
Jesús le contestó: «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz» (San Juan 18, 33b-37).
COMENTARIO
Está tan extendida la mentira que la propuesta de un Reino en el que la Verdad inspire lo que se promete – se habla – y se hace nos parece poco menos que ilusoria; aunque a la par reconozcamos que es lo deseable en nuestras ciudades y naciones.
El Reino de Jesús “no es de este mundo”, al que sabemos tantas veces batido y sometido a la mentira por el “Padre de la mentira y él mismo mentiroso de siempre”. Las proclamas políticas, las promesas con doble intención, etc… no son del Reino de los cielos, ciertamente. Pero la Verdad es luz que denuncia las profundas y oscuras tinieblas que envuelven el decir y hacer del maligno.
El hombre a quien juzga Pilato es la misma Verdad, nacida del Dios Padre que creó el Universo y al hombre, racional y libre, capaz de conocerla; y esa Verdad personal es Luz que alumbra a cuantos venimos a este mundo. La Luz enjuicia, discierne y solicita una opción: el hombre que es guiado por la Verdad deja las tinieblas y colabora decididamente en la construcción de unos cielos y una tierra nuevos en que la justicia imprime la ley y la convivencia en la paz.