«En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo: “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros. Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”». (Mt 23,1-12)
Cuando uno se pone delante de un texto como el de hoy hay que tener un cuidado impresionante. Basta pensar en la cantidad de cátedras sociales, culturales, televisivas… desde dónde se pontifica en la actualidad: los autollamados a sí mismo “intelectuales”; comunicadores “creadores de opinión”; políticos pertenecientes a la “casta” o los que, tras reprobarla y desprestigiarla, la usaron de trampolín para subirse a ella y dictar desde las más fulleras técnicas de ingeniería social lo que es políticamente correcto; diferentes “lobbies” y demás grupos de poder que se han sentado en la “cátedra de Goebbels” para aproximar cada vez más a la realidad la afirmación de Aldus Huxley en “Un mundo feliz” de que cuatro mil repeticiones crean una verdad.
Y la imagen: ¡qué decir de la imagen! Se alargan las filacterias, o se acortan, según convenga. Y quien dice las filacterias léase bandera, forma de vestir, marcas, modelo de coche o casa…y hasta de chaqueta. Es más importante el asesor de imagen que el creador de ideas, y más trascendental un logotipo que la coherencia que se quiere transmitir.
Y no digamos ya de los títulos: ¡el currículo! (creo que es la única palabra terminada en “culo” que nos gusta lucir bien gordo). Siempre que leo este texto se me viene a la cabeza la canción “titulitis” de mi buen amigo y mejor persona, el cantautor cristiano “Migueli”, que de forma irónica y desenfadada, algo insolente y lenguaraz, pero que con un agudo sentido de humor prevé para qué van a servir los títulos, diplomas y demás distinciones atesoradas en esta vida. (Podéis ver la canción comentada por él mismo en:
https://www.youtube.com/watch?v=wHX4AT3IECI )
Pero como decía al principio, hay que tener cuidado con el relato evangélico de hoy precisamente por eso, para que sea “Evangelio”, es decir: “Buena Noticia”; porque puede que no haya mayor distancia que el calibre de un papel de fumar para que, lejos de ser para hoy la ración de “Pan de la Palabra” que alimente y alegre nuestro espíritu, sea un envenenado manual de cómo juzgar al prójimo, ponzoña que se vuelve contra uno mismo; porque “con la medida que juzguéis, seréis juzgados”. Si el Evangelio no esponja el corazón podrá ser, como mucho, doctrina; pero nunca Evangelio.
Ya he hecho referencia en otros comentarios a mi “Pepito Grillo” particular, que me ayuda muchísimo, y es el profeta Natán. Y cada vez que sale de mí una sentencia condenatoria me devuelve a la realidad escuchar: “Ese hombre eres tú”.
Y sabiendo que yo soy ese hipócrita, presumido, altanero, narcisista, que se sienta en la “Cátedra de Moisés”, puedo escuchar al profeta de Dios; o al demonio. Este último lo tiene claro: “O te bajas (y te callas) o te apropias de la cátedra: y como es tuya: tuyo el honor y la gloria”. Y como el pavo real, luciendo plumas por delante y con el c… al aire por detrás.
Escuchar a Natán es “la verdad”: Ese hombre eres tú. Pero sin herir y con misericordia. Invitando a mirar al único Señor: Cristo, quien siendo de condición divina no hizo alarde de categoría de Dios (cf. Flp 2)
Entendemos por “cátedra” el asiento elevado desde el cual se adoctrina. Algunos filólogos afirman que tiene su raíz en la palabra “cadera”. ¡Ojo! que podemos estar ante dos modos de entender la misma palabra desde puntos de vista absolutamente antagónicos. No es lo mismo el lugar elevado desde donde mirar a los demás por encima del hombro que, como la cadera es un hueso frágil (en la personas mayores no se sabe si se cayó y se rompió la cadera o, al quebrar la cadera, sufrió una caída) que ha de soportar el peso del cuerpo y por eso ¡se hace necesario agacharse! para descansar.
El problema, hoy, no es tanto quién está en la cátedra sino lo que entendemos por ella. Es cierto, los que entienden como cátedra el lugar desde donde ejercer el dominio, la presión, el poder, la propaganda… la han usurpado, y cuanto más trepas, más fuerte será la caída.
Pero pienso en los que tienen, por asistencia del Espíritu Santo, y así lo cree la Iglesia, la posibilidad de hablar “ex-cathedra” (¡Cuántas tonterías se ha dicho y escrito sobre la infalibilidad de los papas!). Resulta que la última vez que un papa se pronunció en estos términos fue para proclamar el dogma de la Inmaculada Concepción de María (Pio IX 1854); es decir, María, perfectamente redimida, como primicia de la voluntad de Dios de redimir a toda la Humanidad. Pienso en los últimos papas, sobre todo del Concilio Vaticano II en adelante: San Juan XXIII, pontificando desde la bondad; Beato Pablo VI, el hombre dialogante y pacificador en medio de un mundo amenazado por la guerra nuclear; Juan Pablo I, efímero pero con una elocuente sonrisa imposible de olvidar; San Juan Pablo II, el magno, fuerte como un roble hasta tal punto de derribar un “telón de acero” y débil en sus últimos días hasta el punto de tener que limpiarle la baba en público, sin bajarse de la cruz. Benedicto XVI, probablemente la mente más intelectual de su tiempo, expresando lo impenetrable del Misterio eterno, en clave comprensible para el hombre actual, que como Juan el Bautista, sabía que él había de menguar para que otro creciera. Y el regalo del Espíritu para la Iglesia y el mundo actual: expresión y ejemplo de la misericordia de Dios. Corregir en la verdad, sin herir. Alejarse de los primeros puestos y de los asientos de honor y de que le hagan reverencias. La cátedra no está en lo alto del estrado sino en la distancia de las periferias. Y en el centro: los descartados…
“Sentar cátedra”: servir desde la humildad.
Pablo Morata