«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “No todo el que me dice ‘Señor, Señor’ entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo. El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca. El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se hundió totalmente”». (Mt 7, 21. 24-27)
Cuántas veces en nuestra vida podemos vernos absorbidos por miles de tareas que nos mantienen ocupados y corremos el peligro de descuidar lo único importante: escuchar a Cristo y cumplir su voluntad.
No se trata de obedecer a una persona cualquiera, sino de realizar el plan de Dios sobre nuestras vidas, de llevar adelante la misión confiada. Seguir la voluntad de Dios significa muchas veces ir contra los propios deseos, supone siempre abnegación; quiere decir abandonarnos a Él y permitirle que se sirva de nosotros como Él disponga.
Para vivir así es necesario ejercitarse en pequeñas renuncias y darle al Señor nuestros pequeños fiat incondicionalmente, sin quejas o amarguras. Hace falta vida de oración y entrega a las exigencias cotidianas de nuestros deberes como cristianos y miembros de la sociedad. Sabemos que cuando se apuesta todo por Cristo, nada se pierde y que en medio de nuestros desprendimientos, que en un primer momento pueden costarnos, se experimenta la alegría profunda y creciente de la amistad con Cristo.
Entreguémonos a la voluntad de Dios. Él sabe lo que nos conviene. Y es el Único que jamás nos engañará.
Siguiendo la estela del Papa Francisco no olvidemos que: «Más que como expertos en diagnósticos apocalípticos u oscuros jueces que se ufanan en detectar todo peligro o desviación, es bueno que puedan vernos como alegres mensajeros de propuestas superadoras, custodios del bien y la belleza que resplandecen en una vida fiel al Evangelio».
Manuel Ortuño