«En aquel tiempo, dijo el Señor: “Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: ‘En seguida, ven y ponte a la mesa’? ¿No le diréis: ‘Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú’? ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: ‘Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer’”». (Lc 17, 7-10)
La Palabra de hoy nos ayuda a saber estar donde nos corresponde. En ese sentido, ¡qué emocionantes las primera palabras de Benedicto XVI tras su nombramiento como sucesor de Pedro!: “Soy un humilde trabajador de la viña del Señor”. Esa actitud requiere ser humilde, aunque tantas veces para entrar en la humildad es necesario ver nuestros pecados. Quien no los ve, aunque se diga a sí mismo pecador, no es humilde.
Los pecados nos postran, nos hacen bajar la cabeza, nos ponen en nuestro sitio y, reconociendo la verdad de nuestra pequeñez, nos hacen reconocer con el salmista: “Como están los ojos del esclavo fijos en las manos de su señor, así están nuestros ojos fijos en el Señor, esperando su misericordia”, porque es Él quien perdona nuestros pecados, quien nos devuelve la dignidad, sencillamente porque Él es el Señor.
Y en su momento, será Él quien nos llame amigos, quien nos haga sentar en lugar preferente, y poniéndonos los mejores vestidos, haga matar para nosotros el novillo cebado para hacer la mejor fiesta, la de la vuelta del pecador que tanta alegría produce en los cielos.
Pero hoy —y ojalá seamos siempre dignos de ello— trabajemos contentos y humildes en su Viña, sabiendo que tenemos el mejor Amo. Así es Señor, siervo inútil soy, solo hago y mal lo que debo hacer. ¡Bendito seas!
Enrique Solana de Quesada