«Y enseguida, al salir ellos de la sinagoga, fue [Jesús] con Santiago y Juan a la casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, e inmediatamente le hablaron de ella. Él se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Se levantó de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron en su busca y, al encontrarlo, le dijeron: “Todo el mundo te busca”. Él les responde: “Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido”. Así recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios». (Mc 1,29-39)
En el pasaje del evangelio de hoy se pueden distinguir claramente dos escenas, determinadas geográficamente. La primera de ellas tiene lugar en la casa de Simón y Andrés en Cafarnaún; la segunda, en un «lugar solitario», probablemente de las cercanías.
La escena de la casa de Cafarnaún está dominada por las curaciones. Primero, la de la suegra de Simón; después —según parece en la misma casa—, la de muchos enfermos y endemoniados. La curación de la suegra de Simón está narrada de forma absolutamente sobria y estilizada, prácticamente sin detalles. Quizá por eso destacan más algunos elementos. Por ejemplo, la presencia de dos verbos fundamentales en el vocabulario cristiano: «levantar» y «servir». Jesús se acerca a la suegra de Simón y, tomándole la mano, la levanta. «Levantar» (egeirô) es uno de los verbos que se emplean para la resurrección. El otro verbo, «servir» (diakoneô), es uno de los que describen una de las actitudes fundamentales del cristiano. Así, Jesús «resucita» a la suegra de Simón, que inmediatamente se pone a «servir». De este modo, la escena se convierte en un espejo para que el cristiano pueda contemplarse en ella, teniendo a la suegra de Simón como modelo.
Otro elemento interesante de la escena tiene que ver con la enfermedad. La traducción «se le pasó la fiebre» no refleja la fuerza de la expresión en griego, que literalmente dice: «Le dejó la fiebre». Y es que, en la antigüedad, la fiebre era considerada como una especie de «agente» con personalidad propia y que obedecía los designios de seres malignos superiores; de hecho, en el texto paralelo de Lc 4,39, Jesús «increpa a la fiebre», instándola a abandonar a la suegra de Simón. Por eso es lógico que el texto, tras la curación de la mujer, presente a enfermos y endemoniados juntos, ya que la enfermedad y el exorcismo tienen una frontera muy difusa, confundiéndose muchas veces.
La segunda escena del evangelio tiene un escenario muy determinado: «un lugar solitario» en el que aún dominan las sombras. En realidad, el texto habla literalmente de «un lugar desierto». La combinación entre desierto —tradicionalmente considerado como morada de demonios y peligrosos animales salvajes— y oscuridad ofrece un panorama más que preocupante. Sin embargo, Jesús, «levantándose» (en griego anístemi, otro verbo de la resurrección) muy de mañana, va a allí a orar. Parecería, pues, como si Jesús se dirigiera a ese lugar inhóspito, inhumano —la guarida del mal—, con el fin de conquistarlo y ganarlo para el bien. Quizá por eso, la respuesta de Jesús a Simón y sus compañeros cuando van a buscarlo es: «Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido». Y también por eso, a continuación, «recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios».
Con esta perspectiva, las palabras que dirigen a Jesús sus discípulos cuando se encuentran con él: «Todo el mundo te busca», se transforman en una petición y una súplica: «¡Ven, Señor, que el mundo está buscándote, porque te necesita!».
Pedro Barrado