«Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas: ”Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta. El que tenga oídos que oiga”». (Mt 13,1-23)
La archiconocida parábola del Sembrador, puntualización explícita del Señor Jesús: la semilla que se siembra en la tierra es su Palabra. Vamos a dar a la tierra lo que podríamos decir vida propia, y la identificamos con el corazón. Si a este, al corazón, le interesa realmente dar fruto, se preocupará de que nada ni nadie se interponga ni dentro de él mismo ni fuera; está vigilante para descubrir todo aquello que pueda sofocar la semilla.
Jesús hablará de pájaros que se hacen con los granos sembrados, piedras interpuestas, abrojos que se entrelazan sobre la semilla…, toda una serie de agentes externos que terminan por imponerse al sembrío anulando su fruto.
Jesús hace referencia también a la buena tierra, la que como recogiéndose sobre sí misma protege la semilla recibida y le da calor. Es como si se abrazara físicamente a ella, así es normal que dé su fruto. Hablamos de la acogida de la Palabra aunque a veces no se entienda del todo. El corazón abierto a Dios acoge el Evangelio del Hijo, y Él mismo se encarga de que a su tiempo pueda entenderla. Lo grandioso es que en la medida en que un hombre entiende la Palabra se va entendiendo a sí mismo, sus porqués y hasta su propia vida.
Jesús reconoce en los que así guardan la Palabra a sus verdaderos amantes; lo dice explícitamente: “Si alguno me ama guardará mi Palabra, mi Padre le amará, vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn 14,23).
Antonio Pavía