«En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: “Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mi no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar. ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío”». (Lc 14,25-33)
“La palabra de Dios” es “salvación” primero para los judíos, después para los gentiles, la palabra salvación es el tema principal del Evangelio de San Lucas y es la que hoy nos toca comentar: esta palabra de salvación, esta Buena Noticia es para nosotros, pero he observado y resulta curioso que cuando leemos esta palabra o se proclama en la asamblea, nos provoca escándalo y rechazo. Me pregunto ¿Por qué es esto?
Si hacemos un repaso a la Historia de la Salvación vemos que los cristianos de origen judío sabían que Yahvé era el único salvador (Is 12,2) en oposición a los falsos dioses “que no salvan”. Toda la historia religiosa de la humanidad es una serie de intervenciones del Dios único que suscita “salvadores” (Jue 3,9-15). Las “salvaciones” antiguas, la salida de Egipto, la liberación de los filisteos, la redención de Babilonia, no eran sino una preparación de la salvación universal que estaba en los planes de Dios (Is 45,18-22).
La salvación que hace Jesús se realiza a través de la Cruz. Toda la vida de Jesús es una subida a Jerusalén. Jesús ha venido a recibir un bautismo que es el de la Cruz (Lc 12,49s) y por eso debe morir en Jerusalén (Lc 13,32). Su sacrificio es la muerte de un justo reputado como malhechor (Lc 22,37). Por tres veces Pilatos lo declara inocente, una vez el buen ladrón y una vez el centurión.
Este justo termina su carrera poniendo su espíritu en manos de Dios (Lc 23,46), expresión que forma parte de un canto de confianza de un justo perseguido (Sal 31,6). Quienes han presenciado el sacrificio de Jesús se golpean el pecho. Y el día de Pentecostés, una fuerza venida de lo alto produce sus frutos de salvación en una multitud de gentes de todas las naciones (Hch 2,9ss). Esto prueba que la confianza de Jesús estaba bien fundada. Ahora bien, si vamos a la palabra que hoy toca y que nos provoca, veremos que es, como toda la Palabra de Dios, una buena noticia para nosotros, primero porque si seguimos a Jesús Él nos dará un Espíritu nuevo que nos permita no solo amor a nuestros padres, madres, mujer, marido, hermanos, hermanas, hijos e hijas, sino que también podamos amar a nuestros enemigos.
Se me ocurre contrastar esta Palabra con las tres Parábolas de la misericordia: la oveja perdida, la dracma perdida y el hijo pródigo (Lc 15,3-32). Las tres tienen como estribillo la alegría de haber encontrado lo que se nos había perdido. Las tres nos indican cómo la salvación es fruto de la iniciativa divina, gratuita y misericordiosa, y de una respuesta del pecador que retorna a los brazos del Padre. Todos los detalles del Evangelio de San Lucas llevan un sello especial de dulzura, delicadeza y bondad. Ejemplos de esto son: María, madre de Jesús, Isabel, Ana, la viuda de Naín, la pecadora cuyo nombre es delicadamente ocultado, Marta y María, la mujer que bendice a la madre de Jesús, María Magdalena, Juana mujer de Cusa intendente de Herodes, Susana, las mujeres de las parábolas, las de Jerusalén y las que asistían a Jesús con sus bienes y que le siguieron hasta la Cruz. Jesús las cura, tiene piedad de ellas, las libra del demonio o rehabilita. Acepta con delicadeza sus cuidados y homenajes, su presencia atenta a su palabra, e incluso participan en su apostolado. Son precisamente las mujeres quienes han anunciado la Resurrección a los Once.
También diremos que esta Palabra nos hace presente aquella del Evangelio de San Mateo que dice: “El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel” (Mt 13,44-50). Demos gracias a Dios por habernos enviado a Jesús, y por esta Palabra que Él pone hoy delante de nosotros, ella nos habla de salvación y nueva Creación.
Alfredo Esteban Corral