En aquel tiempo, viendo Jesús que lo rodeaba mucha gente, dio orden de cruzar a la otra orilla. Se le acercó un escriba y le dijo: «Maestro, te seguiré adonde vayas» Jesús le respondió: «Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza». Otro, que era de los discípulos, le dijo: «Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre». Jesús le replicó: «Tú, sígueme. Deja que los muertos entierren a sus muertos». Mateo 8, 18-22
Los cristianos seguimos a Cristo. Llevamos la camiseta de Cristo. Pero esto no es algo teórico, no estamos ante un bonito concepto. Y quienes sentimos con fuerza la pertenencia a la Iglesia no podemos caminar de forma simplista, como un adolescente que sigue a sus estrellas musicales. Por el bautismo somos hijos de Dios y de la Iglesia y seguimos a Cristo. Pero esa inclusión en algún momento se ha visibilizado de forma radical: en el sacramento de la Confirmación, aún en época juvenil, quienes lo reciben dan un paso cualitativo muy importante en el proceso de iniciación cristiana. Quienes, como es mi caso, iniciamos un camino de renovación del bautismo, a través de una comunidad neocatecumenal, tenemos experiencias fuertes de lo que significa seguir a Cristo mediante los diversos escrutinios que la Iglesia tiene previsto en el RICA (Ritual de Iniciación Cristiana de de Adultos) y que en el Camino Neocatecumenal se aplican como ritos que ayudan en el proceso de conversión y en la renovación del bautismo de una manera consciente y con metodología catecumenal. Seguir a Cristo es algo radical, que, siempre con la gracia de Dios, nos lleva a ser discípulos de Cristo desde la certeza de que seguimos a uno que fue perseguido y asesinado en la cruz pero que es Camino, Verdad y Vida.
Por ello cuando en este evangelio un escriba se acerca a Jesús y le dice: «Maestro, te seguiré adonde vayas» Jesús le responde: «Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza». ¿No buscamos fundamentalmente seguridad, que el sufrimiento no nos abrace, que nuestra vida sea tranquila? Este es el nido en el que queremos cobijarnos cada día. Pero Jesús es tajante: no tiene siquiera dónde reclinar su cabeza. ¡Tantas veces nos escandalizamos de la soledad, de la cruz…! Muchos cristianos ante la vida que se avecina, ante el hecho inesperado que nos llena de dolor, increpamos al Señor, le pedimos cuentas y le recordamos que somos sus discípulos, que hemos evangelizado, que hemos cumplido la Ley…y que no puede pagarnos como a una persona cualquiera. ¿O no es así a menudo?
A otro discípulo Jesús le dice de forma directa: «Tú, sígueme», pero el candidato le pide «Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre». Jesús de nuevo se muestra categórico: «Deja que los muertos entierren a sus muertos». ¡Hay tantas personas que viven como muertos, que no tienen vida, que no aspiran a nada! Claro que tenemos que honrar a los padres, pero éste es de los pasajes en el que Cristo nos muestra la necesidad de tomar una opción de vida. Lo dice en otro pasaje evangélico: “Todo el que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o tierras, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna” (Mt 19,29).
Seguir a Cristo significa no querer ser más que el Maestro, no pretender tener los privilegios que no tuvo el Maestro, estar dispuestos a ser perseguido como lo fue el Maestro. Pero ¿queremos ese tipo de vida? Dios es misericordioso y hace alianza con nosotros para que tengamos la experiencia de que podemos confiar en Él y seguirle sin reservas. Seguir a Cristo es una invitación para todos los cristianos, no para unos elegidos que pudiera parecer que ya alcanzaron la santidad. Lo cierto es que todos los bautizados estamos llamados a seguir a Cristo y a gozar de la santidad que se reserva a los hijos de Dios. Tenemos la suerte de tener a una Iglesia que visibiliza el Amor de Dios y el acogimiento que nos hace. Es un gozo poder seguir a Cristo caminando en medio de un pueblo compuesto por personas de todas las edades y condiciones. Cristo ha roto todas las barreras, y gentes de toda raza y circunstancias caminamos en la Iglesia alimentándonos de los sacramentos, de la experiencia del otro, de la Palabra de Dios, de los consejos del hermano…. Pero aunque esta pertenencia al Pueblo de Dios y este caminar a través del desierto de la vida es sin duda uno de los activos que tenemos como un verdadero tesoro los cristianos, a veces estamos llamados a hacer ese camino en soledad. Como Cristo en el huerto de los olivos vivió la vigilia del camino hacia la Cruz en absoluta soledad, a veces el Señor permite que tengamos esta experiencia: Dios quiere que nos agarremos sólo a Él, que tengamos la experiencia de que sólo Dios basta, que sintamos la soledad más absoluta…Cuando vemos que ni siquiera los hermanos pueden acompañarnos en nuestra soledad, hablemos profundamente con el Señor, en la intimidad de nuestra humilde oración. Si esa soledad no nos mata, aunque la tentación de la tristeza nos invada, es que ya estamos dispuestos a seguir verdaderamente a Cristo. A caminar con Cristo, apoyados sólo en Él. Con la certeza y la alegría de que estamos en el buen camino.