«En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?”. Jesús le contestó: “¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre”. El replicó: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño”. Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: “Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme”. A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico. Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: “¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!”. Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió: “Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios”. Ellos se espantaron y comentaban: “Entonces, ¿quién puede salvarse?”. Jesús se les quedó mirando y les dijo: “Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo”». (Mc 10,17-27)
Seguir a Jesús es hacerlo con todas las consecuencias. Y hay un aspecto en el que se ve claramente la radicalidad: “No se puede servir a Dios y al dinero” (Lucas 16,13). Los evangelios nos muestran a muchos personajes que se acercan a Jesús para pedirle que actúe en sus vidas. A veces es la curación de una enfermedad o de una situación de pecado; otras es el intento de un cambio de vida… En ocasiones conmueve la fe de quien se dirige a Cristo pidiéndole que actúe incluso en la distancia, sin necesidad de acudir a su casa o tener presente al familiar enfermo. Y vemos cómo cuando Jesús quiere mostrar con su acción signos del amor de Dios que potencien su predicación, hace milagros que causan la sorpresa entre la población.
En esta ocasión, quien se acerca a Jesús lo primero que hace es calificarle como “maestro bueno” y le pregunta algo muy esencial en la vida de un creyente: ¿qué hay que hacer para conseguir la vida eterna? Lo primero que aclara Jesús es que “No hay nadie bueno más que Dios”, para seguidamente recordarle los mandamientos. El personaje replica: “todo eso lo he cumplido desde pequeño”. Y llega la escena clave del evangelio: “Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: “Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme”. A veces Jesús nos sorprende con su mirada, llena de cariño, de amor. ¿Hemos visto en nuestra vida esa mirada?, porque es fundamental habernos encontrado con un Jesús que nos ama para seguirle realmente. Recuerdo en una ocasión, cuando anunciaba a Cristo por las calles de la parroquia, que una persona se quedó muy sorprendida cuando le dije que Cristo resucitó y estaba vivo entre nosotros. No podía creerlo. Y esto es esencial para seguir a Cristo: tener la certeza de que seguimos no simplemente a un personaje histórico sino a alguien que está vivo y nos ama.
Sabemos que Cristo cuando habla de los mandamientos lo hace también con radicalidad: matamos cuando en nuestro corazón hay odio, somos adúlteros cuando en nuestro interior tenemos un pensamiento de infidelidad, robamos cuando no pagamos un salario justo, estafamos cuando maquinamos técnicas comerciales y de otro tipo para enriquecernos….Y así con todos los mandamientos. ¿Realmente cumplimos los mandamientos? No estoy juzgando al personaje de este evangelio, que pienso que se acercó a Jesús con una actitud sincera, pero sin duda el dinero es el mejor termómetro de la fe verdadera y del seguimiento a Jesús. ¿No está el dinero detrás de muchos de los pecados contra estos mandamientos? Y llega el lamento de los discípulos: ¿Quién podrá salvarse? Y la buena noticia que pronuncia Jesús: “Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo”
En realidad, este evangelio sólo podemos acogerlo desde una actitud de profunda humildad. Él conoce realmente nuestro corazón y sabe de nuestros pecados. Si queremos convertirnos en un cristiano santo, que sea imagen del hombre de las bienaventuranzas del sermón de la montaña, se precisa mucha oración y una total confianza en Dios. Los encuentros con Cristo que hayamos experimentado nos servirán sin duda para seguir caminando, incluso en esos momentos en que no tenemos ganas de caminar, en esos momentos de sufrimiento, de cruz, en los que si no nos carcome la duda es por pura e infinita misericordia del Señor. No por nuestros méritos.
Cuando escribo este comentario acabo de leer las contundentes palabras que ha pronunciado el papa Francisco en Santa Marta: ha sugerido que es mejor ser ateo que católico hipócrita y ha denunciado a quienes se declaran católicos pero después hacen “negocios sucios” y “se aprovechan de la gente”. Critica el Papa la «doble vida» de algunas personas que, aunque se declaran «muy católicas», hacen «negocios sucios» y se «aprovechan de la gente» Y se pregunta: “¿Qué es el escándalo? Es decir una cosa y hacer otra, es la doble vida. ‘Yo soy muy católico, voy siempre a misa, pertenezco a esta u otra asociación, pero mi vida no es cristiana, no pago justamente a mis empleados, me aprovecho de la gente, hago negocios sucios'». En todas estas situaciones está el dinero como elemento promotor del pecado. Por ello Jesús se muestra tan tajante, no porque el dinero sea malo sino porque puede promover pecados. En estos días también los medios de comunicación nos muestran numerosos casos de corrupción, de utilización del dinero público o de empresas para el enriquecimiento personal. En definitiva, son situaciones que han ocurrido por el pecado de avaricia, por el pecado de no pensar en quien necesitaba esos recursos que estaban dilapidando en propio beneficio.
Tener fe, seguir a Jesús hoy, no es un mero cumplimiento sino una actitud de vivir según el evangelio, según los criterios y mensajes de Cristo. Preguntémonos por nuestra relación personal con el dinero y veremos que demasiadas veces somos como este joven rico, que decidió no seguir a Jesús con el corazón porque tenía mucho dinero.
El dinero es también un buen medio para medir nuestro amor al prójimo. No podemos amar a Dios, a quien no vemos, si no amamos a nuestro prójimo al que vemos. El Señor nos ha regalado los bienes, también económicos, para que no atesoremos en la tierra sino para que seamos generosos y podamos compartir esos bienes. Ya sabemos que Jesús quiere que le pongamos en el centro de nuestra vida y que pospongamos tantos afectos como tenemos, incluso la familia, los bienes necesarios, la sabiduría, el éxito profesional…. Pero en ningún aspecto hay tanta radicalidad: en verdad, no podemos servir a Dios y al dinero.