«Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tornó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante. De camino, entraron en una aldea de Samaria para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron: “Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?”. Él se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea». (Lc 9,51-56)
1) El esquema de la composición-redacción del evangelio de San Lucas es sencillo y lógico: tras el prólogo (la Infancia de Jesús) dedica una gran parte a la predicación en Galilea; sigue otra buena parte con la narración de hechos y enseñanzas mientras se encamina a Jerusalén (en seis etapas); vienen después los relatos en Jerusalén, culminados por la pasión y, finalmente, por la resurrección y ascensión. Pues bien, el evangelio de hoy abre la primera etapa del camino de Galilea a Jerusalén. Es importante tener en cuenta este «programa» en la exposición de San Lucas, presentando a Jesús subiendo a Jerusalén, como culmen del cumplimiento de la misión a la que lo había enviado el Padre; porque, de paso, nos está diciendo a nosotros, que nuestra vida, si es verdad que debe configurarse como la de Cristo, es un continuo camino hacia el Calvario, Resurrección y subida al cielo. No está de más prestar atención a la traducción: «Cuando se completaron los días en que iba a ser llevado al cielo…» (v. 51). El texto original griego (analempsis-eos) dice textualmente «ascensión», no exactamente traducido por el latín assumptio, cuando debería decir ascensio (de hecho la Virgen María es subida al Cielo; Jesús asciende él). El Señor sabe cuál es su punto omega en esta tierra; sabe muy bien la que se le cae encima subiendo a Jerusalén, pero sabe mucho mejor que es el camino previo de su glorificación cabe el Padre, en cuyo seno estaba desde el principio. Y me pregunto: ¿Sé yo hacia dónde camino en este mundo?
2) Cristo lo sabe tan bien todo eso, que ya, durante su paso y predicación por Galilea, se lo había prevenido a sus discípulos, para que, cuando llegase el momento, no los cogiera por sorpresa, si bien es cierto que los pilló ahítos de miedo y todos huyeron desde los inicios de la Pasión, cuando se olieron lo que iba a pasar con Jesús ya desde el Huerto de los Olivos. Solo el discípulo amado permaneció luego fiel a los pies de la cruz. Pero oigamos las profecías de Jesús: La primera tiene lugar (siempre en Lucas) después de la confesión de Pedro: Tú eres «el Mesías de Dios. Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie, porque decía: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día”» (Lc 9,20-22). La segunda, después de un exorcismo: «Entre la admiración general por lo que hacía, dijo a sus discípulos: “Meteos bien en los oídos estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de hombres”» (Lc 9,43-44). La tercera, antes de entrar en Jericó, yendo hacia Jerusalén: «Tomando consigo a los Doce les dijo: “Mirad, estamos subiendo a Jerusalén y se cumplirá en el Hijo del hombre todo lo escrito por los profetas, pues será entregado a los gentiles y será escarnecido, insultado y escupido, y después de azotarlo lo matarán, y al tercer día resucitará”» (Lc 18,31-33). Por tres veces, pues, les anuncia el Señor su Pasión, Muerte y Resurrección, pero aquellos bodoques no entendieron nada; dos veces lo consigna el evangelista: «Ellos no entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro, que no captaban el sentido. Y les daba miedo preguntarle sobre el asunto» (Lc 9,45); «ellos no entendieron nada de esto, este lenguaje era misterioso para ello y no comprendieron lo que decía» (Lc 18,34). ¡Ay, amigos míos!, ¡qué fácil resulta tachar de alcornoques a aquellos Doce ante la revelación de la cruz! ¿Es que no nos pasa a nosotros lo mismo ante la cruz de cada día? ¡Cómo necesitamos que se nos aparezca Cristo camino de Emaús —camino de la huida, camino del desaliento, camino del abandono, camino de la deserción— para entender que allí, en el Gólgota, se había dado el supremo amor! Y es que todos queremos resurrección sin Calvario.
3) Para ir de Galilea a Jerusalén había que pasar por Samaría, lo que no dejaba de ser un obstáculo como, de hecho, ocurrió: mandó adelantarse a algunos discípulos para preparar hospedaje para todos… Los samaritanos, si se hubiera tratado de una visita de cortesía o una breve estancia, no habrían puesto dificultades; pero al enterarse de que el Maestro iba camino de Jerusalén —y dado el mutuo encono ancestral de judíos contra samaritanos, sobre todo por el Templo de Jerusalén y el templo de Garizín—, dijeron que nones, por lo que el Señor y los suyos tuvieron que proseguir adelante. Lo curioso es que Santiago y Juan —¡tenían que ser los «hijos del trueno»!, ¿cómo no?— se sintieron protagonistas de la ofensa y le dicen al Señor: «¿Quieres que digamos que baje fuego del cielo y acabe con ellos?». O sea, bastaba que lo dijeran ellos para sucediera ese portento, ¡no fuera a ser que eso dependiera de la mano de Dios! Además de engreídos, aflora el carácter justiciero que llevamos dentro, olvidando que «el Padre no juzga a nadie, sino que ha confiado al Hijo todo el juicio» (Jn 5,22), juicio cuya sentencia de perdón-amor ha sido pronunciada y significada en las llagas de Cristo en la cruz. El Señor les echó un buen rapapolvos («se volvió y los regaño», dice el texto —y recuerdo que, de niño, se añadía: «No sabéis de qué espíritu sois», como indicando que esos sentimientos vienen del Maligno).
4) Déjame, a propósito de todo esto, Señor, grabar en mi corazón las divinas palabras que pocos años más tarde el mismo Pedro enseñaba a sus cristianos: «No devolváis mal por mal, ni insulto por insulto, sino al contrario, responded con una bendición, porque para esto habéis sido llamados, para heredar una bendición» (1 Pe 3,9).
Jesús Esteban Barranco