Les propuso una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer: «Había en una ciudad un juez que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había en aquella misma ciudad una viuda que, acudiendo a él, le dijo: ‘¡Hazme justicia contra mi adversario!’ Durante mucho tiempo no quiso, pero después se dijo a sí mismo: ‘Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me causa molestias, le voy a hacer justicia para que deje de una vez de importunarme’.» Dijo, pues, el Señor: «Oíd lo que dice el juez injusto; pues, ¿no hará Dios justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche? ¿Les hará esperar? Os digo que les hará justicia pronto. Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?» Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche? ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?>> (San Lucas 18, 1-8).
COMENTARIO
Dime cómo oras y te diré cómo vives. ¿Cuánto tiempo le dedicas a la oración en tu vida personal y familiar? De la radical importancia de la oración para la vida cristiana habla hoy la Palabra de Dios. Sin oración no hay fuego en el corazón. La oración es el alimento de la fe, la fuente nutricia de la esperanza y el manadero permanente de la caridad. Sin oración no ha misión, cuando no oramos, nos sobreviene la «di-misión», nos pasa como al pueblo de Israel en el desierto: sucumbimos ante nuestro Adversario que es más fuerte e inteligente que nosotros. Sin descubrir el arte de la oración, estamos a merced de nuestros enemigos. Hoy los bautizados no sabemos orar y, en consecuencia tampoco enseñamos a orar a nuestros hijos. De aquí la anemia espiritual que padecemos y que está conduciendo a un empobrecimiento muy acelerado y progresivo de nuestras comunidades parroquiales; a un enfriamiento de la caridad y a un desentendimiento de la misión esencial y fundamental de la Iglesia, de toda comunidad cristiana, como es la evangelización. Sin oración, solo nos quedan ritos vacíos y fríos que no calientan el alma ni despiertan la vocación misionera. Sin oración, la fe se vuelve sosa, la caridad se apaga y la esperanza se difumina del horizonte de nuestras vidas.