En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si uno se pone de mi parte ante los hombres, también el Hijo del hombre se pondrá de su parte ante los ángeles de Dios. Y si uno me reniega ante los hombres, lo renegarán a él ante los ángeles de Dios. Al que hable contra el Hijo del hombre se le podrá perdonar, pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo no se le perdonará. Cuando os conduzcan a la sinagoga, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de lo que vais a decir, o de cómo os vais a defender. Porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir» (San Lucas 12, 8-12).
COMENTARIO
El Evangelio de hoy recoge tres enseñanzas que el Señor dirige a sus discípulos, y en ellos a todos nosotros. La primera sobre la necesidad de dar testimonio de nuestra Fe; la segunda, sobre el arrepentimiento de nuestros pecados; y la tercera sobre el modo de comportarnos cuando quieran condenarnos diciendo acusaciones falsas.
“Dijo Jesús a sus discípulos: todo el que me confiese ante los hombres, también el Hijo del Hombre lo confesará ante los ángeles de Dios”.
El Señor nos hace una preciosa invitación para que demos testimonio de nuestra Fe en cualquier situación de nuestra vida en la que nos encontremos. A lo largo de toda la historia de la Iglesia, el testimonio de Fe de los creyentes ha ayudado a muchas otras personas dar entrada en su corazón y en su mente a la Verdad de Cristo, a su Luz.
Y se han abierto, así los caminos de la salvación para muchas almas.
Ha sido el testimonio de los mártires, quienes con su muerte han descubierto la grandeza de la Fe por la que vale la pena dar la vida. Ha sido el testimonio de familias heroicas, numerosas o no, que han sacado adelante a sus hijos, y les han fortalecido en la práctica de los Sacramentos, en medio de sacrificios y dificultades. Ha sido el testimonio de buenos profesionales que han dado testimonio del amor de Dios trabajando con profundo espíritu de servicio buscando el bien de todos.
Y para fortalecernos en esa gran misión de ser apóstoles, el Señor añade:
“Pero el que me niegue delante de los hombres, será negado delante de los ángeles de Dios”
Ya san Agustín nos recordó a todos los creyentes en Cristo que el Señor, que nos creó sin contar con nosotros, no nos salvará sin nosotros. Dios ama nuestra libertad; nos invita a amarle; nos invita a seguirlo. Nos invita a que colaboremos con Él en la redención del mundo. Pidamos la gracia de dar testimonio de nuestra Fe, con palabras y con obras.
“Todo el que diga una palabra contra el Hijo del Hombre, será perdonado; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no será perdonado”.
Es la segunda enseñanza. Esa blasfemia contra el Espíritu que nos recuerda Cristo, es la obstinación del hombre pecador que no quiere reconocer su pecado y, por tanto, no pide perdón a Dios. Cristo, con su Muerte y su Resurrección, nos redimió de todos los pecados; y quiere que vivamos esa redención, arrepintiéndonos y pidiendo perdón, personalmente, por nuestros pecados. Y hoy vuelve a invitarnos al arrepentimiento.
Obstinarnos en vivir en pecado es el pecado contra el Espíritu Santo, porque le decimos claramente a Dios que no nos perdone; cuando rechazamos su Amor que nos dona el Espíritu Santo.
Quiere también el Señor enseñar a los apóstoles y los discípulos a llevar las contrariedades que encontrarán al realizar la misión que les ha encargado: predicar su Nombre en todo el mundo, y bautizar a quienes creen en Él, sin preocuparse de lo que les pueda suceder.
“Cuando os lleven a las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo defenderos o de lo que habéis de decir, pues el Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que conviene decir”.
Es la tercera enseñanza. En algunos países los cristianos, los católicos, son perseguidos y llevados a los tribunales por haber manifestado en público su Fe. ¿Cómo reaccionan? ¿Cómo hemos de reaccionar nosotros si nos vemos en una situación semejante?
El Espíritu Santo nos dará fuerzas para perdonar a los perseguidores, como Cristo los perdonó desde la Cruz a quienes le estaban matando; moverá nuestro corazón para que pidamos a Dios Padre que los perseguidores se conviertan, como San Pablo; y así lleguen a pedir perdón por sus crímenes y puedan alcancen a vislumbrar el amor que Dios les tiene.
La Virgen Santa María, especialmente en este mes en el que la Iglesia nos invita al rezo del Santo Rosario, alcanzará la gracia de Espíritu Santo para que, con Ella, nuestras palabras y nuestras obras, sean un testimonio vivo de nuestra Fe en Nuestro Señor Jesucristo, en todos los ambientes en los que vivamos.