En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos.
Jesús les dijo: «Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.»
Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?»
Él contestó: «Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: «Yo soy», o bien «El momento está cerca»; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida.»
Luego les dijo: «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo» (San Lucas 21, 5-11).
COMENTARIO
La Iglesia nos vuelve a recordar —un poco más resumido— el evangelio del pasado domingo 17. La palabra que precede al tiempo de Adviento viene a lo profundo de nuestro corazón, a comprobar el estado de los cimientos de nuestra fe. No sé si sentiremos intranquilidad o surgirá en nosotros la misma duda que tuvieron los interlocutores del Maestro: ¿cuándo va a ser eso? Es una llamada de atención que Jesús hace al a todo aquel que se encuentra satisfecho con su vida exterior. Manifiesta algo real: todo lo que vemos es contingente; se acaba; desaparece: ayer no fue y mañana tampoco será. ¿De qué te enorgulleces? —me pregunta— Jesús no se pone en modo catastrófico, sino que manifiesta una realidad: el ser humano, en su aspecto material, exterior, es todo fragilidad. Nos llama a estar alertas: «¡Cuidado con que nadie os engañe!» Nos invita a preguntarnos por nuestro interior, por la luz o la oscuridad que habita en él porque sin luz no podremos discernir, no sabremos a quién seguir, a quién escuchar, a quién esperar. Esta falta de luz interior es la que provoca tantas dudas en nuestra fe; el temor a perder lo que poseemos; el miedo al mañana… por eso, el Señor nos llama a recapacitar sobre lo que tenemos que ponderar hoy, a cambiar el rumbo de nuestra mirada, porque como muy bien decía nuestro hermano Juan de la cruz: «Al atardecer de nuestra vida, seremos juzgados sobre el amor».