En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos “Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues no hablará por cuenta propia, sino que hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que recibirá y tomará de lo mío y os lo anunciará.” (Jn 16, 12-15)
Juega Juan escogiendo palabras para su Evangelio del Verbo amado, como si fueran cristalitos de luz en un calidoscopio. Todas encajan siempre y se complementan de una forma nueva en cada lectura. Cada conocimiento de un término, o de un simple matiz en relación a otro, da un nuevo giro a la belleza del conjunto, que nos parece totalmente distinto. Hoy nos obliga a verlo desde la Trinidad que proclama la Iglesia.
El Misterio Trinitario total, es inabarcable para el hombre en su ciencia, siempre de relación con lo creado, pero no podemos dejar de abordarlo aunque sea palabra a palabra, a veces letra a letra, del Evangelio y textos dogmáticos en que se proclama, porque su comunicación y comunión es nuestra propia vida.
Hoy se antepone al texto evangélico la expresión casi rutinaria de «en aquel tiempo», el fascinante tiempo en que Jesús andaba en carne por el mundo, para dar autenticidad, pero le resta quizás cercanía al mensaje. Parece algo dicho por el hombre Jesús, cuando estaba todavía en carne sin glorificar, a unos discípulos que no tenían aún las mentes abiertas al misterio, ni eran precisamente los más listos de la escuela de Gamaliel. En realidad cualquier fiel entiende hoy que la esencia y dinámica del mensaje de gloria, –que los tres, Padre, Hijo y Espíritu, son Uno–, es la misma ahora que; in illo tempore, porque son coeternos y coiguales. El texto de Juan, en aquel presente suyo con raíces del Israel de siempre, tiene una enorme proyección hacia el futuro, como camino abierto por el conocimiento hasta toda la Verdad. NI siquiera hoy hemos terminado de asumir que : «Tomará de lo mío… os llevará … recibirá de lo mío y os lo anunciará».
Os comparto una puerta sencilla de entrar al camino de la Palabra por el propio texto evangélico, y es gozar del conocimiento de algunos términos empleados por Juan, que le brotan de su alma humana, de sus imágenes y formas de comunicación personales, que evangelizan aunque ni siquiera él fuera consciente de la que estaba liando, porque su alma se encontraba totalmente ocupada por el Espíritu del Verbo, que toma de lo suyo y por la limitación de este espacio comento tres palabras del texto, que tienen eco propio en «Muchas cosas… que no podéis cargar aún» (bastasso dice el griego). No es un término muy usado por Juan, pero siempre lo hace en momentos claves, con un contenido emocional importante y siempre en un entorno donde aparece la relación con el Padre.
Cuando Jesús reveló:«El Padre y yo somos uno», inmediatamente los judíos cargaron (ebastasan) de nuevo piedras para apedrearlo (Jn 10,30-31). Otra forma de cargar lo de Jesús. Era lo único que supieron hacer, cargárselo; para defenderse, porque no es fácil aceptar que un hombre pueda ser como Dios, una sola cosa con su Dios. Y menos cuando ese hombre, soportando las locuras de otros hombres, camina libremente hacia la propia muerte «cargando (ebastason) con su Cruz». (Jn 19,17)
Cuando la mañana de su resurrección, la Magdalena le dijo al que creía jardinero: «Si tú lo has cargado (ebastasas), dámelo…», en cuanto María reconoció a su amado y lo abrazó, Jesús le hizo relación al Padre: «suéltame que aún no he subido a mi Padre». Y es que para Juan, cargar con las cosas de Jesús, con su muerte y resurrección es conocer al Padre, una cuestión de amor que a veces escandaliza, y necesita la obra del Espíritu.
La obra del Espíritu Juan la resume en pocas palabras:«Os conducirá hasta la Verdad plena». El verbo griego que usa para esa conducción es ode-geo, que nos recuerda de algún modo un camino en la tierra, y al que es su guía «Yo soy el camino, la verdad y la vida…Nadie va al Padre sino por mí. La Verdad completa es la Trinidad, y cada paso del hombre que ama con eros, con empatía, con filos o con ágape, lleva su sello. El impulso desnudo hacia el amado, que quiere engendrar vida en él, es el sello del Padre. El signo que lo traduce, en palabra, en mirada, en abrazo de entrega… es el sello del Verbo su Hijo. El ambiente de gozo y plenitud que procede del impulso y del verbo que lo traduce, es el sello eficaz del Espíritu.
El círculo de amor que se entrega y retorna cargado del amado, Juan lo traduce hoy en otro término muy suyo: «Él me glorificará», que para él es honrar, alabar, anunciar, exaltar, enaltecer, y toda acción o pasión propia del Verbo amando, un fruto inmediato del amor. Por eso nuestro canto eterno será ¡Gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al espíritu Santo!