Sabemos muy poco de nuestra Historia Sagrada, de esa pequeña pero gran historia del cristianismo español que nació muy, muy pronto, apenas muerto y resucitado Jesús, e inmediatamente después de su Ascensión gloriosa a los cielos para sentarse a la derecha del Padre. Apremiados por los ángeles asistentes de su partida, aquellos apóstoles extasiados “que se quedaron mirando al cielo”, se esparcieron por la faz de la tierra para cumplir el sagrado mandato de predicar el Evangelio a todas las gentes, y fue Santiago, el hermano de Juan, quien viajó a España para convertir a los gentiles españoles.
¿Y cuál era la religiosidad de los españoles en el siglo I de la era cristiana? Son escasas las noticias de que se dispone sobre las religiones ibéricas en los primeros tiempos. Sus habitantes eran los turanios, éuscaros o vascones que procedían de Persia, donde profesaban el sabeísmo o adoración de los astros y planetas, de lo que queda algún vestigio en las tradiciones vascas. Después llegaron los íberos y los celtas, por este orden, que ocuparon el norte de la península y se fusionaron después de luchar entre ellos para formar el pueblo celtíbero. Estos pueblos practicaban un culto panteísta y druídico, venerando en aquella naturaleza salvaje a los árboles, las fuentes y los ríos. Y sus arúspices, magos y agoreros adivinaban el porvenir estudiando el vuelo de los pájaros y las entrañas palpitantes de los animales sacrificados. San Agustín en La Ciudad de Dios nos habla de los turdetanos que poblaban la parte meridional de España, y dice que tenían noticias sobre un dios creador, incorpóreo y espiritual. Después, los comerciantes fenicios nos trajeron las divinidades de Baal y Astarté, los griegos, que colonizaron el Mediterráneo, a Artemisa y Hermes, y, finalmente, los romanos, introdujeron el politeísmo grecolatino.
Más o menos este era el escenario religioso que se encontró el Apóstol Santiago cuando arribó a nuestras costas para comunicar la buena noticia de Cristo Jesús. La tradición oral que llega hasta nosotros con el respaldo de la Iglesia es la única fuente de la que se dispone sobre la venida del Apóstol a España. Una España romanizada bajo el imperio de Nerón, con un norte indómito y difícil de conquistar para las legiones invasoras, donde habitaban los valientes celtas, astures, cántabros y vascones, y un sur industrioso y colonizado con ciudades populosas e importantes explotaciones agrícolas. Pero esta tradición de la llegada de Santiago no se recoge por escrito hasta el siglo VII, ya en la época visigoda, por el ánimo recopilatorio de San Isidoro de Sevilla, y después, en el siglo XII, por el Codex Calixtinus, cuyo original se conserva en la catedral de Santiago. También lo atestiguan con su propia autoridad, según Menéndez Pelayo, San Julián, en sus comentarios al profeta Nahúm, y San Jerónimo.
proclamaremos tu nombre con valentía
El Apóstol llega a España con tres discípulos elegidos en Jerusalén, cuyos nombres eran Hermógenes, Fileto y Josías, este último, maestresala de Herodes, que sufrió martirio junto a su maestro en Judea. Y ya en nuestra patria, eligió a otros nueve discípulos que lo acompañaron y auxiliaron en la predicación por el norte del país. En su viaje de regreso a Jerusalén, allá por el año cuarenta, Santiago deja dos discípulos en Galicia y regresa con los otros siete, y recorriendo el curso del Ebro camino de algún puerto fenicio o romano del Mediterráneo, sus piernas flaquearon a la par que su espíritu, por la ingente tarea de predicar sin descanso el reino de Dios.
Se sienta en la orilla del río, y recibe la visita de María, la Madre de Jesús, en carne mortal, que en ese tiempo vivía en casa de Juan, su hermano. María y Santiago hablan de las cosas de Dios. Ella está sobre un pilar de jaspe que dejará allí como testimonio de su visita, y que hoy se venera en la basílica del Pilar de Zaragoza, y el Apóstol, lleno de alegría por su presencia, recobra las fuerzas con las consolaciones que recibe. Después, construirá allí la primera capilla mariana del mundo, y seguirá su viaje a Jerusalén para morir en el año 42 a manos de Herodes Agripa.
Los siete discípulos con los que viaja son ordenados en Roma por Pedro y Pablo con las ínfulas episcopales, y son enviados de nuevo a predicar la palabra de Dios a las Españas, “todavía sometidas al error gentil”; pero ahora lo hacen transportando el cuerpo martirizado de su maestro desde Jope hasta las costas gallegas, en la desembocadura del río Umia. Los nombres de estos santos héroes apostólicos merecen ser recordados por todos nosotros con devoción, gratitud y cariño, pues aquí vertieron su sangre generosa, fundaron iglesias y constituyeron un importante depósito de fe que llega hasta nuestros días. Sus nombres son Torcuato, que murió en Acci (Guadix); Tesifonte, en Vergi (Albuniel de Cambil, en Jaén); Segundo, en Abula (que puede ser Ávila o Abla entre Guadix y Almería); Indalecio, en Urci (Torre de Villaricos, cerca de Vera, Almería); Cecilio, en Elíberis (cerca de Granada); Hesiquio, en Garcesa (Cazorla), y Eufrasio, en Iliturgis (Cuevas de Lituerga, Jaén).
San Pablo, misionero en Hispania
Desde un punto de vista histórico, la visita de Pablo a España presenta fundamentos más firmes que los de Santiago. Así lo había proyectado el apóstol de los gentiles tal como consta, por dos veces, en su Epístola a los Romanos, capítulo 15, concretamente en su versículo 24, cuando dice “… teniendo grandes deseos de ir adonde vosotros (los romanos), cuando me ponga en camino hacia España, espero veros al pasar…”. Y más adelante en el 28: “Así pues, cuando haya concluido este asunto, sellándolo con la entrega de la colecta, pasaré entre vosotros de camino hacia España”.
Comenta Menéndez Pelayo que de su predicación en España responden como cosa cierta, su discípulo San Clemente, que asegura que su maestro llevó la fe “hasta el término o confín de Occidente” (Finisterre), el Canon Muratori, del siglo II, San Hipólito, San Epifanio, San Juan Crisóstomo, san Jerónimo, y San Isidoro de Sevilla. Y añade el eminente polígrafo santanderino en su Historia de los Heterodoxos Españoles: “Triste cosa es el silencio de la historia en lo que más interesa. De la predicación de San Pablo entre los españoles, nada sabemos, aunque es tradición que el apóstol desembarcó en Tarragona”.
Y puede decirse que su predicación abrió camino a los siete varones apostólicos que Pedro envió a la Bética, cuyos nombres y lugar de martirio ya hemos comentado. Sorprende en verdad la falta casi absoluta de atención a este viaje, del que algunos autores opinan que se quedó en un mero proyecto por la falta de noticias del mismo, por más que, en la crónica de San Pablo, desde su primera prisión en Roma, no existan noticias de los ocho años que vivió hasta su martirio.
Cita Menéndez Pelayo que en el Menologio de la iglesia ortodoxa y de las iglesias orientales católicas, se le atribuyen a Pablo la conversión en suelo español de Xantipa, mujer del prefecto Probo, y la de su hermana Polixena, e igual referencia se contiene en La España Sagrada, de Enrique Flórez, citando la segura predicación de San Pablo en España.
Horacio Vázquez Cermeño