En el firmamento de la vida contemplativa, once monjes entonan a coro “gloria a Dios” vestidos con hábitos blancos y marrones. Se trata de la comunidad del Monasterio Jerónimo de Santa María del Parral, el único existente hoy día de esta orden monacal española. Dotado de una singular belleza arquitectónica, el monasterio se encuentra en un lugar privilegiado a las afueras de la ciudad de Segovia, junto a la iglesia de la Vera Cruz y muy cerca de la antigua Fábrica de la Moneda, en la orilla derecha del río Eresma. El rey Enrique IV lo mandó construir en el año 1447, tomando el nombre en honor a la Virgen del Parral, cuya escultura románica allí se encuentra, procedente de otro templo anterior.
Leyendo en su historia llama la atención los humildes inicios de la Orden Jerónima, cuando, a finales del siglo XIV, varios grupos de eremitas expresaron su deseo de vivir la espiritualidad de San Jerónimo, y el papa Gregorio XI les concedió la bula para hacerlo en la regla de San Agustín. En 1415, veinticinco monasterios se unían para formar la Orden Jerónima. Desde entonces, sus monjes y monjas ocuparon un lugar destacado en España y Portugal al contar siempre con el apoyo de la Monarquía.
Tras cuatro siglos de esplendor llegó el luctuoso siglo XIX, en el que la autoridad civil del país luso disolvió la Orden en 1833 y, tan solo tres años después, en 1836, se iniciaba en España una de las desamortizaciones más duras de todas cuantas han tenido lugar en nuestro país, la conocida como Desamortización de Mendizábal, por la que los monjes fueron expulsados de sus monasterios y estos confiscados y mal vendidos.
Esta expropiación supuso el fin de los jerónimos, ya que, al no poseer casas fuera de España, se vieron de golpe arrojados al mundo exterior sin ningún medio de subsistencia. Algunos lograron rehacer su vida con la práctica de algún oficio, pero la gran mayoría pasó a la mendicidad más absoluta. Afortunadamente, las ordenanzas desamortizadoras no fueron tan severas para la rama femenina. Así, las monjas jerónimas, aunque vieron debilitado considerablemente su patrimonio, no padecieron la exclaustración forzosa como sus hermanos varones.
Pero como la obra de Dios siempre triunfa, aun a pesar de las miserias humanas, cuando apenas faltaban dos años para que se cumpliesen los cien de inactividad exigidos por el Derecho Canónico para que la orden sea extinguida, el joven alcarreño Manuel Sanz sintió la llamada a la vida religiosa en la casi extinta Orden Jerónima. Fueron muchas las diligencias necesarias para lograr su restauración, pero finalmente, con la ayuda divina, en 1925 el monasterio fue devuelto por el Gobierno al Obispado de Segovia, retomando la vida monástica jerónima con seis postulantes. Fueron años de duro trabajo para rehabilitar El Parral, pero de una intensa vida espiritual, a la que se le iban uniendo numerosos jóvenes atraídos por lo contemplativo.
Llegó la Segunda República y la Guerra Civil, y la intranquilidad de estos tiempos paralizaron el crecimiento de las entradas al monasterio. De nuevo los monjes se vieron flanqueados por muchas dificultades, incluso el martirio, como le sucedió a Fray Manuel de la Sagrada Familia, apresado y fusilado por sacerdote y religioso. Aunque sus ojos no vieron consolidada la restauración definitiva de la Orden de San Jerónimo, por la que tantó oró y se afanó, su sangre derramada por Cristo fue la semilla para la entrada de nuevas vocaciones en los posteriores años de la postguerra, cuando los jerónimos retomaron un fuerte impulso.
¡quiero vivir a tu lado!
Y así, después de tantas contrariedades, llegamos a nuestro presente más inmediato. Si nos acercamos un poco a sus vidas descubrimos que el entregar toda su existencia a la unión con Dios en contemplación, oración y alabanza, les ha colmado de auténtico gozo. “Llegarse a unir con Dios olvidando todo lo del suelo y cuanto no es eterno” es el fin único, propio y directo de la vida monástica en la Orden de San Jerónimo. Por eso, como dice uno de ellos, “del monje jerónimo podemos decir que es un ser para quien vivir es dar culto a Dios”.
Son hombres humildes, afables y serenos, con un gran corazón y una fe profunda en Dios. Sorprende cómo la vida en recogimiento y silencio no hace de ellos personas hoscas y hurañas. Al contrario, servir a Dios con todo su corazón, con toda su mente y con todo su cuerpo multiplica su amor para con todas las almas. El trato es amable y cercano, propio de quienes se saben hermanos de sus semejantes, hijos todos de un mismo Padre; “mostrando alegría en el rostro y caridad en las almas”, como decía Fray José de Sigüenza, una figura del s. XVI fundamental para la historia de la Orden.
La confianza ilimitada en Dios les infiere la seguridad de que el Señor les dará siempre aquello que más les conviene. Por eso el monje jerónimo no se plantea el mañana de un modo acuciante, apesadumbrado, como fuente de preocupaciones y angustias ante las incertidumbres del “futuro”. El trabajo en la carpintería y ebanistería no solo es su medio de subsistencia, sino que además para el monje jerónimo tiene una finalidad ascética, ya que, hecho con intención santa, se convierte en fuente de energía espiritual y de vida interior.
Ha sido tradición durante siglos que, al ingresar en la Orden, los monjes perdieran sus apellidos y adoptaran el de la ciudad de nacimiento. Esta costumbre se dejó de practicar tras el Concilio Vaticano II, aunque algunos la conservan.
¡qué bien se está contigo!
Comenzamos por Fray Julián de Madrid (Antoranz Merino), el mayor en edad de los monjes, aunque no en permanencia en el Monasterio: tiene 89 años e ingresó a los 26. Aún hoy día, pese a su avanzada edad, se levanta a las 4:45 horas de la madrugada y prepara puntualmente el refectorio para el desayuno. Su fidelidad a los horarios y su rectitud en la palabra dada es proverbial. Es habitual verlo con un libro sobre la vida de algún santo entre las manos.
Fray Ignacio de Madrid (Fernández del Amo) nació hace 87 años en el seno de una familia muy religiosa; siendo el cuarto de diez hermanos. De niño vivía enfrente del piso familiar del Padre Llanos, sacerdote madrileño que favoreció las vocaciones para la vida contemplativa del Parral. Fray Ignacio ingresó en este monasterio el 15 de Octubre de 1941 con apenas 17 años.
Durante estas siete décadas ha permanecido básicamente en este lugar, aunque también ha vivido temporadas en los extintos monasterios de Santiponce (Sevilla) y Yuste (Cáceres). En todos ellos ha regido como prior durante largo tiempo. Aparte de las labores de gobierno, se ha dedicado a la redacción de las constituciones y a la documentación histórica de la Orden, consiguiendo elaborar, tras una tarea minuciosa y constante, un auténtico archivo de toda la historia de la Orden, de sus monjes y monasterios.
Es frecuente escuchar de este feliz monje jerónimo, el más veterano de todos, que “mil vidas que tuviera, mil vidas que consagraría a la oración y alabanza divina”. Reconoce que su experiencia, aunque no exenta de dificultades, siempre ha sido gratificante: “Estoy plenamente convencido de que la misericordia del Señor nos guía, y todo cuanto acontece y pueda acontecer, viene de su mano. Dios es bueno, buenísimo, y por lo tanto nada malo nos puede venir de Él. ¡Dios! ¡Dios! No solo diría que se puede ser feliz renunciando a todo, sino que se es más feliz. La clave está en ser fiel a la llamada y responder en el día a día”.
¡Oh bendita Cruz, que jamás nos separemos de ti!
Fray Pablo Klein tiene 81 años y, aunque nacido en Madrid, es hijo de padres alemanes. Creció en la religión luterana y pasó períodos de su adolescencia en Alemania. Sin embargo, quiso la Providencia que conociera al Padre Morales en sus temporadas en Madrid y se convirtiera al catolicismo. Con tan solo 20 años ingresó en El Parral. Su madre solía visitarlo e incluso tenía permiso especial del entonces obispo de Segovia, Antonio Palenzuela, para que, aun perteneciendo a la confesión Luterana, comulgara. ¡Todo un ejemplo de ecumenismo!
Ha sido un fiel servidor de la comunidad durante toda su vida. Nos cuentan que desde su puesto de portero seducía a los visitantes con su ejemplo y talante de hombre profundo, al tiempo que atendía el refectorio, la hospedería, la enfermería y todo cuanto se le confiase, con suma bondad y generosidad. Dotado de una excelente voz y entonación, los monjes destacan la dulzura y unción extraordinaria con la que eleva los cantos a Dios.
Desde hace algún tiempo Fray Pablo sufre un estado muy avanzado de Alzheimer. Mira siempre sonriente “desde la inocencia”, dejándose llevar y atender sin dificultad. Cuando se despista es fácil saber dónde encontrarlo: sentado en el coro o dormido a los pies del sagrario. La dedicación al servicio del Señor en la oración y al mismo tiempo a la comunidad, que tan admirablemente ha llevado a cabo a lo largo de su vida contemplativa, lo sigue ejercitando pese a su enfermedad. “En cuanto ve o siente que algo se cae es el primero que se agacha a recogerlo”.
Cristo colma todas las aspiraciones
Fr. Andrés Gª Torralvo es el Prior y uno de los últimos en llegar al Monasterio, tan solo hace 11 años. Nacido el 7 de marzo de 1944 y tras 20 años de servicio pastoral como Presbítero en la Diócesis de Córdoba, ingresó en Santa María del Parral en el año 2000.
Confiesa que su vida de sacerdote le satisfacía; se encontraba a gusto con la gente y las mil labores de las diversas parroquias que atendió tanto en la provincia como en la capital. No obstante, sentía en su interior que le faltaba algo en su entrega al Señor. Pese a su absoluta dedicación a las almas, añoraba un “plus” en la vida de oración. “No fue fácil el salto pues no todos veían la decisión acertada al ser yo de carácter activo y comunicativo. Pero como no podía permanecer con ese interrogante, aun a fuer de equivocarme, me lancé”.
Fray Andrés reconoce que está feliz en el Parral, tal vez añorando los tiempos de novicio y recién profeso en que no tenía tan grandes responsabilidades de atención al monasterio, lo que le permitía una dedicación mayor a la formación y estudio de la historia del Monacato y de los textos de espiritualidad específica, Santos Padres, patrística, etc.… Pero saber que todo el día lo tiene libre para el Señor le lleva a la plena felicidad. “Vacare dei, libre para el Señor, así entiendo mi vida”. Él, como tantos otros, ha encontrado la Perla preciosa.
me saciarás de gozo en tu presencia
Fray José de Belalcázar es el alma del monasterio, como lo define el Padre prior. Nació hace 77 años en Belalcázar, un pueblo del norte de la provincia de Córdoba. A punto de acabar la carrera de Farmacia decidió sustituir las fórmulas magistrales y los medicamentos por la oración y alabanza a Dios en la vida contemplativa. Y así, con 26 años, ingresó en el Parral.
Como buen Administrador que es, se deshace en atender los mil detalles de esta gran casa, sin que ello le reste tiempo para la lectura, meditación y profundización en la vida monástica, a la que dedica las tardes enteras en su celda. También es uno de los músicos de la comunidad, que toca y entona en el coro y actos litúrgicos.
Fray José confiesa que es un gran enamorado del Parral y no concebiría su vida sin la pertenencia al Señor, al que busca con ansia. Al proceder del ámbito científico no puede evitar cuestionar e interpelar la fe, para terminar comprendiendo que “no es desde la razón desde donde se alcanza a Dios, sino desde el amor”.
Fr. Alfonso de Olivares es un simpático sevillano que ingresó en la Orden a los 18 años y lleva 44 dedicado a la meditación, la alabanza divina y la Liturgia, que es su pasión. De ella nutre su vida con un entusiasmo y una alegría extraordinaria.
Fr. Mauro Carulli, un italiano que dejó hace tres años su trabajo de ingeniero en Milán al conocer el estilo de vida de los monjes jerónimos por Internet. Se acercó “buscando lo auténtico”, como señala él, y encontró la plenitud. “Fuera de Dios la vida me parece nada, falto de garra, sin llegar a entusiasmarme”.
Fr. Antonio de las Palmas, Fr. José de Kerala (India), Fr. Julián de Aldea Nueva, el hermano lego Emilio…
Como podemos apreciar, compartir un rato de su apacible vida es gustar de la verdadera paz, aquella que solo Dios puede dar. Son nuevamente tiempos de incertidumbre para la Orden en cuanto a su continuidad se refiere, pues entre los once monjes que habitan El Parral se encuentran cuatro octogenarios, y el más joven de todos es un novicio de 38 años. Sin embargo, la confianza plena de que Dios abrirá nuevos horizontes para la Orden les hace vivir tranquilos.