La lucha entre el Bien y el Mal, el combate escatológico del hombre contra el Demonio, está representada en la acometida de San Miguel contra las fuerzas del infierno.
Tanto la tradición hebrea como la católica rinden culto al Arcángel San Miguel como defensor del pueblo elegido. Ataviado con los atributos de un guerrero, la iconografía lo representa armado con una lanza o con una espada y vestido con casco y coraza, dispuesto para la batalla o combatiendo al enemigo.
Su nombre significa “¿Quién como Dios?”, “Mike-El” en hebreo, el grito de guerra que lanzan las huestes celestiales camino de la batalla. Por eso él es el Jefe de las tropas divinas, el que vela por las almas de los fieles al Señor y pelea contra el enemigo para que ninguna se pierda.
El carácter militar de San Miguel aparece ya referido en el Antiguo Testamento. Los libros de Josué y de Daniel nos hablan de su batalla contra el mal y de su condición de defensor de aquellos que Dios ha elegido. En el libro de Josué no se menciona su nombre, sino que es llamado “Capitán de los Ejércitos del Señor” (Jos 5,14). El profeta Daniel, en cambio, sí lo llama por su nombre cuando recibe su ayuda: “Y ahora volveré a luchar con el príncipe de Persia… Nadie me presta ayuda para esto, excepto Miguel, vuestro príncipe, mi apoyo para darme ayuda y sostenerme” (Dn 10,13).
En estos relatos veterotestamentarios se apoya la tradición judía para nombrarlo heraldo de las milicias celestes.
La misión que las Escrituras Bíblicas le otorgan se complementa con la literatura “midráshica” y otros textos rabínicos que ayudan a difundir su perfil guerrero. Según la tradición hebrea, él es quien protege a Israel del faraón en su marcha por el desierto, así como el que se disputa el alma de Moisés con el Diablo, que éste quería arrebatar a Dios Padre.
Los textos apócrifos sitúan el origen del enfrentamiento entre San Miguel y el Demonio en la lucha que mantiene el Arcángel contra Samael, el ángel de la muerte, antes de que Lucifer y sus ángeles rebeldes fueran expulsados del Paraíso.
Pero la iconografía cristiana elige el Apocalipsis de San Juan como su principal fuente de representación. Es el último combate entre el ángel y el diablo, en el que San Miguel vence a Satanás con una victoria definitiva: “Entonces se entabló una batalla en el Cielo: Miguel y sus Ángeles combatieron con el dragón. También el dragón y sus ángeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya en el cielo lugar para ellos. Y fue arrojado el gran dragón, la serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el seductor del mundo entero” (Ap 12,7-9).
El texto de San Juan da la pauta para la creación de la imagen iconográfica del santo. San Miguel es quien defiende de la Bestia a la mujer apocalíptica, aquella que vestida de sol, con la luna debajo de sus pies y coronada por doce estrellas representa a la Virgen y prefigura a la Iglesia. Por eso la tradición cristiana lo convierte en abogado de los justos y defensor de las almas que quiere arrebatar el diablo
El Apocalipsis es el canto de triunfo de la Iglesia sobre el Demonio; por eso, a lo largo de los siglos toma forma la representación apocalíptica de San Miguel tanto en Oriente como en Occidente. El fiel puede ver representado en él a su valedor, aquel que no descansa hasta salir victorioso en la defensa del justo, una defensa que permanece hasta el final de los tiempos. Por ello, otra imagen característica del Arcángel es la del peso de las almas en el Juicio Final, donde sustituye su espada por la balanza en la que pesa las buenas obras de los bienaventurados.
Tras su victoria frente a Satanás, su siguiente cometido es presentar al Padre las buenas obras de los justos, por lo que la Iglesia le concede el título de patrón de la buena muerte y defensor de los moribundos, invocándolo contra las presencias infernales.