Quiero traer hoy a este blog, la celebración del día de San Bernardo de Claraval -el 20 de agosto pasado- que para mí se convierte en un momento especial de acción de gracias a Dios por su providencia con Buenafuente. Providencia que todos nosotros -la comunidad de monjas cistercienses y yo mismo- hemos experimentado históricamente desde hace cuarenta y seis años. ¡Cuánto más podrían decir las generaciones de hermanas que se han sucedido desde 1245! ¡770 años de historia de este monasterio cisterciense!
Al haber sido llamadas por Dios todas las monjas que formaban la comunidad cisterciense cuando llegué como capellán en 1969, es la primera vez que me encuentro con la circunstancia de ser ya el único testigo entre los que aquí vivimos, que puede dar razón de los acontecimientos acaecidos durante los años 1969-1976. Durante aquellos días, la Palabra de Dios se convertía en nuestra referencia luminosa, de la que se alimentaba nuestra esperanza. No es posible olvidar la fuerza que recibíamos al contemplar el pasaje bíblico del encinar de Mambré, cuando considerábamos cómo Abraham y Sara, ancianos y estériles, fueron bendecidos por haber hospedado a tres jóvenes, que después resultó que era el paso de Dios mismo.
Vivimos actualmen
te circunstancias de fragilidad, mas por gratitud hacia Dios no podemos permitir que nos turben o mermen la confianza en su providencia. Al igual que el pueblo de Israel, al recordar los portentos que obró Dios con él sacándolo de la esclavitud, salvándolo de las aguas y conduciéndolo a través del desierto por espacio de cuarenta años, se movió a la alabanza y a la fidelidad, es de justicia para con el Señor, bendecirlo, por lo que ha hecho, y sigue actuando en el Sistal, y responder con obediencia día a día.
La historia del nacimiento del Cister guarda un paralelismo con Buenafuente, cuando los primeros monjes vivieron etapas difíciles, hasta el extremo de pensar que la reforma de los santos abades Roberto, Alberico y Esteban, quedaría fallida. Pero en esos momentos recios llegó el joven Bernardo con sus treinta compañeros, y todo cambió. Quisiéramos, a los ojos humanos, estar dirigiéndonos a una comunidad monástica numerosa que, al igual que en otros lugares, se contara la buena noticia de la abundancia de vocaciones. Pero os aseguro, que en ese caso, no sabríamos distinguir si la alabanza nacería con tanta sinceridad como deseo hacerla hoy. Porque cuando se vive la abundancia no se sabe del todo si la alegría es teologal o natural.
Hoy quiero bendecir al Señor por Él mismo, por su bondad y misericordia para con nosotros. Vivimos en la comarca una despoblación dramática, y nuestros pueblos y sus gentes mayores siguen fieles a sus raíces. Buenafuente era para esta zona, hasta 2013, signo de esperanza, por la atención que se daba a los ancianos por medio de las Religiosas de Santa Ana. Y el Sistal debe seguir siendo presencia luminosa. La participación de tantos sacerdotes en la celebración del día de San Bernardo junto con nuestro obispo son motivo de bendición, y sin duda nos parece soñar. Pues este lugar ha pasado de ser muy áspero para los capellanes, a convertirse en un cenáculo.
Bendecimos a Dios por el fortalecimiento de la comunidad pastoral de sacerdotes diocesanos en Buenafuente, gracias al apoyo magnánimo de D. Atilano. En este sentido, y sin poder pronunciar más de lo que siento, intuyo que el Sistal puede convertirse en Sicar, lugar donde Jesús pidió de beber, y en Betania, la casa de los amigos de Jesús, donde muchos hermanos presbíteros puedan ponerse a los pies del Señor y restaurar su cansancio con el agua del manantial del costado de Cristo.
Queridas hermanas, las campanas del monasterio siguen siendo llamada a la oración y a todos nos impulsan a obedecer. Todos los que aquí vivimos formamos una comunidad eclesial, inimaginable en los años setenta. Todos acrecentamos el carisma contemplativo. Por todo esto, deseo, sin que parezca expresión vanidosa, y menos pretenciosa, tomar su cántico a María, la Madre de Dios, y proclamar las maravillas del Señor, porque estoy seguro de que mira nuestra pobreza, y de que tiene designios de amor y no de aflicción para todos los que le aman.
Ángel Moreno.