En aquel tiempo, pasando Jesús junto al mar de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, llamado Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores.
Les dijo:
«Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres».
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, su hermano, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre, y los llamó.
Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron. (Mateo 4, 18-22)
El bien no nos lo podemos guardar para nosotros mismos. Siento que sea demasiado tópica la frase, pero es la verdad. Y no es ya simplemente aquello de la Escolástica de que el amor es por sí mismo difusivo y tiende a su natural y máxima expansión. Ni si quiera aquello de san Ignacio de Loyola de que el amor y el bien cuanto más universal más divino. No. Sino que lo que está por medio es un llamamiento y una elección por parte de Jesucristo a comunicar el bien, la verdad, la vida. Es una elección para el apostolado. Comunicar a los otros el bien divino.
El asunto es que las cosas están regular. No sé si peor que otros tiempos. Pero el asunto está regular. Me refiero al mundo. No hay que ser catastrofistas, pero sí paulinos: “El amor de Cristo nos empuja” (2 Cor 5,14-20). Empuja y empuja. Y no para. Hay urgencia de evangelizar, por la sencilla razón de que siempre la hubo desde los tiempos de Cristo.
Contamos con que los hijos de la tinieblas son más astutos que los hijos de la luz (Lc 16,8). Contamos con el diablillo que trabaja veinticinco horas al día. Pero contamos también con Aquel que trabaja veinticinco días en una hora. Contamos con ese Dios con el que podemos todo (Flp 4,13). Ciertamente sabemos de quien nos hemos fiado (2 Tim 1,12).
Hay urgencia de amor. Hay necesidad de amor. Es Cristo quien no deja tranquilo y me llama a sus filas: “Me desgastaré del todo por amor de vuestras almas” (2 Cor 12,15).
¡Eso es lo que te espera Andrés! Prepárate para la prueba. Ya leíste el Eclesiástico en tu juventud: “Si te has decidido a servir al Señor, prepárate para la prueba” (Eclo 2,1). La frase es un calco del versículo. El versículo, un anticipo de tu entrega. Vas con el empuje del Maestro. Y con la ayuda de tu hermano Pedro.
Tenéis que ir en pos de Jesús. El os vio. Eso basta. La pesca Andrés será ahora de otro tipo de peces. La técnica será distinta. Habrá que acostumbrarse. No son redes materiales ni anzuelos llamativos. Es el amor que llevarás el que conquistará a los seres humanos. No te preocupes por el mensaje. Todo se te dará hecho. Lo que tienes que decir y pensar.
La barca será una nave, un arca donde habite la paz y el olivo. Un cobijo, una ecclesia donde todos encuentren a su Dios.
El problema no sé si está en tu padre. No sé si él te dejará marchar. Dejar cosas cuesta: redes y barca azul grana. Dejar afectos cuesta más. Pero es necesario. La zanja de la gracia tiene que llegar más allá de esas manos que retienen cosas; tiene que llegar a llagar; heridas en el corazón que serán las nuevas medicinas del mundo. “Y todos mirarán al que traspasaron” (Jn 19,37).
La mirada de este Señor parece un poco terrible para el hombre viejo que portamos, pero es maravillosa para el nuevo a quien queremos servir. Es terrible porque donde pone el ojo pone el amor: “Y siguiendo de allí adelante vio otros dos hermanos… y los llamó”. Es una mirada escrutadora, que descompone resistencias y lanza al seguimiento. La libertad siempre queda a salvo: El joven rico fue amado por la mirada del Señor, pero (Mc 10,17-22) obtuvo por respuesta otra mirada llena de arruga y ojera.
El apostolado puede ser en racimo, en binomio o en particular. Apostolado de masas, de dos en dos o de uno en uno. En este caso hay una llamada por partida doble. Pedro y Andrés. Santiago y Juan. Luego los enviará también de dos en dos (Mc 6,7-13) al mundo entero. La dualidad bien llevada, el binomio correcto, evita soberbia y es fuente de ayuda mutua. El vínculo, la humildad y la fraternidad apostólica.
¡Ánimo Andrés! Quizás un día tengas que morir por tu Señor en cruz original. Acuérdate para entonces de que un día un ángel esforzó a ese mismo Señor (Lc 22,43) para que pudiera sufrir más. El nunca te dejará ya. El te implicó. Te herirá (Os 6,1). Te sanará y te glorificará (Lc 12,37)
Esforzó el ángel, ánimo, quizás tengas que morir en cruz (Mc 6,7-13)