Subió a la barca y sus discípulos le siguieron. De pronto se levantó en el mar una tempestad tan grande que la barca quedaba tapada por las olas; pero él estaba dormido. Acercándose ellos le despertaron diciendo: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!». Díceles: «¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?» Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza. Y aquellos hombres, maravillados, decían: «¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?» (San Mateo 8, 23-27).
COMENTARIO
Es imprescindible estar contigo Señor cuando vienen las tormentas y tempestades que a todos nos aguardan en la vida. No perder tu gracia. No dejar que se escape el espíritu que recibo en la barca de tu Iglesia y que ocupa mi habitación interior, para que no vengan a ocuparlo los enviados del Acusador, del Enemigo, del que todo lo mal interpreta y tantas veces me engaña. Bien se yo que tu nunca duermes sino que descansas en la voluntad de tu Padre y con esta palabra tuya me enseñas cual es el camino para no sucumbir ante la tempestad. La clave está en gritar. En gritarte, en pedir tu auxilio y reconocer mi poca fe porque si mi fe fuera como la de un grano de mostaza no temería nunca ante la adversidad porque bien se yo en mi pobre experiencia que tu eres y estas en todo cuanto me sucede.
Por eso Padre mío te ruego que en este día y en cada momento de mi vida me ayudes a discernir y a ver que eres tu quien estas como causa primera en todo cuanto me suceda en cada hoy. Que descanse en tu voluntad y que con tu ayuda yo sepa caminar siempre tras las huellas luminosas que me ha dejado tu Hijo que siempre es mi ayudador.
¡BUEN DÍA CON EL SEÑOR!