2Oh Dios, tú mereces un himno en Sión,
y a ti se te cumplen los votos,
3porque tú escuchas las súplicas.
A ti acude todo mortal
4a causa de sus culpas;
nuestros delitos nos abruman,
pero tú los perdonas.
5Dichoso el que tú eliges y acercas
para que viva en tus atrios:
que nos saciemos de los bienes de tu casa,
de los dones sagrados de tu templo.
6Con portentos de justicia nos respondes,
Dios, salvador nuestro;
tú, esperanza del confín de la tierra
y del océano remoto;
7tú que afianzas los montes con tu fuerza,
ceñido de poder;
8tú que reprimes el estruendo del mar,
el estruendo de las olas
y el tumulto de los pueblos.
9Los habitantes del extremo del orbe
se sobrecogen ante tus signos,
y a las puertas de la aurora y del ocaso
las llenas de júbilo.
10Tú cuidas de la tierra, la riegas
y la enriqueces sin medida;
la acequia de Dios va llena de agua,
preparas los trigales;
11riegas los surcos, igualas los terrones,
tu llovizna los deja mullidos,
bendices sus brotes;
12coronas el año con tus bienes,
tus carriles rezuman abundancia;
13rezuman los pastos del páramo,
y las colinas se orlan de alegría;
14las praderas se cubren de rebaños,
y los valles se visten de mieses,
que aclaman y cantan.
Este canto nos invita a la acción de gracias en un sentido más amplio y más pleno que el que posee literalmente. Dios ha perdonado nuestras culpas, nos ha elegido y para que vivamos en sus atrios, en una tierra cuidada, regada y enriquecida sin medida, donde nos sacia de los bienes de su casa, es decir, la Iglesia, figura y comienzo terreno de su reino de felicidad eterna.
Este salmo, atribuído a David como la mayoría de ellos, es un cántico de acción de gracias al poder de Dios, porque ha cumplido sus promesas con la Tierra Prometida. ¿Y quién sino aquel que ha experimentado tal poder puede hacer semejante profesión de fe? Es de todos sabido que David experimentó la ira de Dios pero también su Misericordia; el silencio profundo y al mismo tiempo la fuerte voz que le hablaba y guiaba sus pasos. Después de la intensa experiencia del Amor de Dios para con su vida, David pudo proclamar este cántico desde lo profundo de su ser, en agradecimiento al Todopoderoso. Y aquí ya encontramos algo importante a tener en cuenta: este cántico parte de una experiencia fuerte de Dios, de un encuentro profundo con la Misericordia divina.
¡Bendito sea Dios que nos salva!
Pero hoy, ¿qué nos suscita este cántico? Lo primero, que nos habla del Perdón, de algo que no está muy de moda en la actualidad porque impera la “ley del talión” (ojo
por ojo, diente por diente). La Iglesia, en su sabiduría, nos muestra el camino a través de las oraciones y lecturas diarias, y el escrutinio de la Palabra de Dios. Pero este camino es largo. No nos conocemos a nosotros mismos de la noche a la mañana, es más, nunca dejamos de hacerlo a lo largo de nuestra vida. Cuanto más cerca está uno de la Palabra de Dios, más se descubre pequeño y pecador. Y es en ese instante, al sabernos pequeños, cuando más nos sentimos hijos de Dios, acogidos por Él como la elegida por el esposo.
El perdón es la muestra indudable del amor profundo al otro. Es precisamente en su equivocación, en su pecado, en aquello que no soportamos del prójimo, donde verdaderamente con Cristo (sin Él es imposible) se puede pasar al otro; quererle como nos ha querido Dios antes; poner de manifiesto que “el otro es Cristo”. Por eso, si nos sentimos perdonados, ¿a quién vamos a condenar?
Cuando uno ha experimentado la más absoluta crisis existencial, esa soledad que con nada puede ser combatida … comienza a plantearse cuestiones a nivel espiritual que hasta entonces pasaban inadvertidas. El sufrimiento es un misterio ya que no todo se puede explicar desde la razón. Mas cuando el cristiano comprueba, apoyado en la oración, que Dios sale fiador y salvador, es en ese momento cuando el corazón exalta de gozo en alabanzas a Dios. Pues uno descubre que solo Dios puede llenar el vacío existencial del hombre, que no lo llena ni el alcohol, ni la música, ni el amor humano, ni el sexo, ni el dinero…, aquello en lo que la sociedad de hoy busca su apoyo.
Como profesor en un colegio, he visto a muchos chavales caminar sin rumbo en sus vidas, dejándose llevar por la corriente de este mar caótico que nos rodea, apoyándose en frágiles pilares de arena como el alcohol, la música, los afectos, el sexo, el dinero…. Pero en el fondo, aunque ellos lo ignoren o no se atrevan a reconocerlo, lo que buscan es el Amor con mayúsculas, es decir, sentirse amados y completados en una vida llena de sentido.
Y es entonces cuando se da el “combate”. Sí, un combate a dos bandas: contra uno mismo, contra su razón (“la loca de la casa” que decía Santa Teresa), y contra el Mundo, el pecado, la tentación del demonio. En esa contienda diaria, Dios sale triunfador por nosotros si lo aceptamos como Señor de nuestras vidas. Toda decisión implica una dificultad y la fe es una decisión, es determinar ponerse en manos del Señor para que nos conceda hacer su Voluntad. ¡Claro que cuesta creer en un Dios al que no se le ve físicamente!, pero hay que gritar de lo profundo: ¡Quiero ver! ¡Quiero creer! Y el Señor siempre responde al corazón del hombre, le sacia de los bienes de su casa. Uno se da cuenta de que no está solo, de que somos un pueblo elegido por Dios y nunca nos abandona.
venid y ved las obras de Dios
El Señor se nos muestra en la vida de cada cual. Nos habla a través de los acontecimientos, como los signos de los que habla el cántico. Solo el que tiene en su vida abiertos los ojos es consciente de ello. A pesar de que al hombre no se le oculta la acción divina, pues está presente en la Biblia y en la gran tradición que ha llegado hasta nuestros días y ha configurado nuestra cultura, no siempre el hombre reconoce al Señor. Además, el demonio lucha fuertemente por arrebatarnos esta verdad.
Todo los días de nuestra vida, el poder del Señor se nos hace presente. Cada persona tiene un encuentro con Dios. Esto es así, pues en el fondo de nuestro corazón queda impreso el signo de Aquel que nos ha creado, con lo cual, todo en nosotros nos lleva a buscarle. Otra cosa es que miremos o no a nuestro corazón, y le hagamos caso.
Y, ¿cuál es la mayor prueba del poder del Señor?, la Creación. Por eso se alude al poder y la potencia de Dios sobre la Tierra, sobre el mar, sobre el caos del hombre; al triunfo de Cristo sobre el sufrimiento y sobre la muerte. Surge entonces del alma un reconocimiento a la obra de Dios, a su justicia, que es distinta a la nuestra: esa justicia que hace brotar de la muerte la vida, esa justicia que nos entregó al mismo Jesucristo para nuestra redención.
Como decía Juan Pablo II, al final del salmo aparece una imagen preciosa de la primavera: “rezuman los pastos del páramo, y las colinas se orlan de alegría; las praderas se cubren de rebaños, y los valles se visten de mieses, que aclaman y cantan”. Atrás queda el desorden y el caos de una vida sin Dios.
Que este cántico a la Gracia de Dios se haga realidad en nuestras vidas, para que demos testimonio de que el Señor es fuerte y está presente en medio de nosotros.