tú que en el aprieto me diste anchura,
ten piedad de mí y escucha mi oración.
Y vosotros, ¿hasta cuándo ultrajaréis mi honor,
amaréis la falsedad y buscaréis el engaño?
Sabedlo: el Señor hizo milagros en mi favor,
y el Señor me escuchará cuando lo invoque.
Temblad y no pequéis,
reflexionad en el silencio de vuestro lecho;
ofreced sacrificios legítimos
y confiad en el Señor.
Hay muchos que dicen: «¿Quién nos hará ver la dicha,
si la luz de tu rostro ha huido de nosotros?»
Pero tú, Señor, has puesto en mi corazón más alegría
que si abundara en trigo y en vino.
En paz me acuesto y en seguida me duermo,
porque tú solo, Señor, me haces vivir tranquilo. Luis Martínez Mora
Cae la tarde. Declina el día, la noche muestra sus primeras sombras. Es momento de silencio, de recuento, de oración, de acción de gracias. Proclamemos con el salmista la fidelidad del Señor. El día ha sido duro con sus afanes, sus tentaciones, persecuciones y también, por qué no, sus momentos de alegría. ¡Qué estupendo poder invocar al Dios cercano, mi Padre, con la seguridad que me escucha! He tenido aprietos, pero Él ensancha mi camino para que yo camine con pie firme al borde del abismo. En la persecución, en la tribulación, abre senderos en medio de las aguas y mis pies avanzan secos sobre seguro.
Dios no hace nada a medias
Sí, sé que mi hacedor no me dejará caer. Él sabe de mi inocencia frente a mis perseguidores. Ten piedad, Señor, tú conoces mi debilidad. Escucha mi oración sincera. El mundo no perdona, el nombre del Señor es perseguido, hay que aniquilarlo, que desaparezca, con engaños y falsedades. Allí donde es manifestado el dulce Nombre de Jesús la persecución es implacable. ¡Cuántas veces he soportado risas, ridículos, angustias…! Pero, sabedlo, lo proclamo con seguridad: el Señor ha estado grande conmigo, sus milagros son incontables, su misericordia infinita. En ocasiones, por un breve tiempo me ocultó su rostro pero siempre brilló su luz sobre mí. Lo sé porque lo he visto. Él me escuchará y nunca me abandonará. Yo, en mi obcecación puedo serle infiel, pero Él siempre permanece fiel. Él escucha al desvalido en el día del peligro.
El demonio acecha como león rugiente. Su misión: llevarme a las tinieblas, caer en el abismo, en la oscuridad del pecado. ¡Qué terrible el pecado, que ha llevado a Cristo a la Cruz! El pago del pecado, que es la muerte, vale la sangre de Cristo. Se cambió por mí; se hizo pecado para que yo pueda vivir, ser justificado. Por eso os digo: “Temblad y no pequéis”, aborreced el pecado, combatid la tentación, resistid en pie, que está en juego la vida, lo más grande que tenemos. La tentación es necesaria para acrisolar la fe, para aprender a combatir; sin ella nadie se salvaría. Pero mi debilidad hace necesario todos los días pedir, como decimos en la perfecta oración, que no nos dejes caer en ella.
El pecado nos roba la alegría. Nos sumerge en la frustración y la desesperación. La amargura que siente el hombre al perder su razón de ser, la imagen del Creador. Nada tiene sentido, todo es humo. Nada perdura, todo se acaba. Por eso cuando el hombre experimenta el amor verdadero, el amor hermoso que Dios ha manifestado en su Hijo Jesucristo, nace en lo profundo del corazón una alegría inefable, una felicidad interior que no la turban las tribulaciones, los problemas, las enfermedades.
tu presencia es mi refugio; tu compañía, mi fortaleza
“Ofreced sacrificios legítimos”. Pero ¿qué puedo yo ofrecer, si mis obras no me justifican, si mis pecados me delatan? ¿Qué es aquello que me es legítimo? Mi sacrificio es un espíritu quebrantado, un corazón sincero, humillado, que no esconde sus errores y que me lleva a abandonarme en su voluntad. Mi voluntad es débil, y tantas veces equívoca, sometida a las tendencias del sentimiento, las pasiones, la carne. ¿Cómo podré abandonar mi voluntad para ponerla en manos de Dios? Solo la experiencia de conocer su amor paternal, su ternura, su fidelidad me da la seguridad para arriesgar, lanzarme al vacío sabiendo que siempre están sus manos para recogerme.
“Hay muchos que dicen: ¿Quién nos hará ver la dicha, si la luz de tu rostro ha huido de nosotros?”. Si el Señor aparta su mano de nosotros, si la luz de su rostro nos abandona, perdemos la esperanza, estamos expuestos a ser zarandeados por falsas doctrinas.
“Me has dado más alegría interior que si abundara en trigo y en vino”. Cierto, el mundo para el mundo, lo de Dios para Dios. El que busca el mundo encuentra riquezas, fama, pero no encuentra la alegría. La verdadera y perfecta alegría que nos mostró Francisco, el pobre de Asís; la felicidad de sentirte amado en tus pecados, tu pobreza, tu miseria… proviene de Dios y nada ni nadie te la puede quitar. Todos los santos han vivido esta alegría como un don maravilloso que no merecen, que les empuja a salir de sí mismos y convertir a Cristo en la razón de su existencia.
en Ti reposaré mi cabeza y dormiré
San Pablo dirá: “Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por Él perdí todas las cosas, incluso las tengo por basura para ganar a Cristo” (Flp 3,8). Pablo ha sido alcanzado por Dios, derribado de su orgullo y ha conocido la salvación, haciendo de su vida un culto nuevo, ofreciendo su cuerpo como una hostia viva, para la salvación del mundo. Por ello nos exhorta: “Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito, estad alegres. El Señor está cerca.” (Flp 4,4). La salvación está más cerca que cuando comenzamos a creer.
Puedo confiar en el Señor, las muestras de su amor son incontables. Aun así, ¡cuántas veces me dejo seducir por el mundo! ¡Qué grande mi ingratitud! Ten piedad de mí, Señor, ayúdame, dame tu Santo Espíritu para que mi vida entera sea una acción de gracias y Cristo sea mi razón de ser.
En el silencio de mi lecho medito el día, todo está en su sitio, mi mente está serena y mi corazón aquietado porque el Señor ha estado conmigo, ha combatido en mi favor. Puedo cerrar mis ojos y dormir tranquilo. Llega la oscuridad, mas la esperanza en el Señor es mi luz. Ningún peligro me turba, mis ojos cansados se abaten. Si Él lo tiene a bien, en su misericordia, me concederá un nuevo día, con sus afanes, preocupaciones, alegrías… Mi alma descansa tranquila.