Yo te amo, Señor, mi fortaleza.
Señor, mi roca y mi baluarte, mi liberador,
mi Dios, la peña en que me amparo,
mi escudo y fuerza de mi salvación, mi ciudadela y mi refugio.
Invoco al Señor que es digno de alabanza
y quedo a salvo de mis enemigos.
Las olas de la muerte me envolvían,
me espantaban las trombas de Belial,
los lazos del suelo me rodeaban
me aguardaban los cepos de la muerte.
Clamé al Señor en mi angustia,
a mi Dios invoqué
y escuchó mi voz desde su templo,
resonó mi llamada en sus oídos.
La tierra fue sacudida y vaciló,
retemblaron las bases de los montes,una humareda subió de sus narices
y de su boca un fuego que abrasaba.
Él inclinó los cielos y bajó,
un espeso nublado debajo de sus pies,
cabalgó sobre un querubines emprendió el vuelo,sobre las alas de los vientos planeó.
(…) Él extiende su mano de lo alto para asirme,
para sacarme de las profundas aguas,
me libera de un enemigo poderoso,
de mis adversarios más fuertes que yo (…)
Cuando yo era pequeña, mi madre siempre cantaba o escuchaba música, sobre todo zarzuela, salmos y, por supuesto, folklore canario. Mis padres me educaron en la fe y siempre estaré agradecida a mi madre por cantar salmos y enseñármelos. Esa unión entre la oración y la música es lo que muchas veces me ha ayudado, especialmente en los momentos difíciles o cuando he tenido que dar gracias a Dios por lo grande que es en mi vida.
La oración te acerca a Dios, pero estoy convencida que unida a la música es capaz de mover aún más los corazones. Doy gracias por haber crecido con los salmos; los repetía aun sin saber o sin sentir lo que cantaba, pero nunca imaginé que en tantos momentos concretos iban a venir a mi memoria y a mi corazón para ayudarme.
en mi angustia clamé al Señor
En marzo de 2003, después de varias pruebas, los médicos me informan que mi madre tiene esclerosis lateral amiotrófica, y le dan de dos a siete años de vida. Mi padre ya había fallecido hacía muchos años y soy hija única. Llevaba casada ocho años y tenía dos niñas pequeñas, pero el resto de mi familia estaba lejos.
Mi madre hacía tiempo que andaba despistada y no quise decirle nada. Al mes siguiente me enteré que estaba embarazada; tenía delante de mí la muerte y la vida. Fue entonces cuando empecé a sentirme sola y no paraba de pensar qué podía hacer ante lo que se me presentaba… ¿quién me ayudaría? Mi madre empeoró muy pronto, y rápidamente dejó de caminar. Yo cada noche lloraba, tenía miedo de todo, de la muerte… Veía que ya se acercaba y me sentía agotada de intentar ser valiente delante de mi madre, de mi marido y de mis hijas. Necesitaba algo en qué apoyarme.
No sabía qué hacer. Iba a tener un bebé, pero eso no me daba fuerza, al contrario, me sentía cada vez más cansada. Me preocupaba cómo estaría mi madre cuando tuviera que dar a luz. Llegó un día en que no podía más, y de todos esos salmos que guardaba dentro de mí brotó uno, ¡el que necesitaba!: «El Señor es mi fuerza, mi roca y salvación…”, alguien que me diera fuerza en la enfermedad de mi madre, que me liberara, que me salvara de la muerte en la que yo me sentía…. Una roca donde apoyarme. Empecé a repetirlo cada vez que me sentía decaída. Clamaba al Señor en mi angustia, convencida de que me iba a sacar de esa situación de soledad y muerte.
con Dios escalo la muralla
Él escuchó mi voz y aunque cada noche me dormía llorando, con las palabras del Salmo 18 en mi boca, por la mañana me levantaba con una fuerza nueva dentro de mí. ¿Cómo era posible? Mi madre estaba cada día peor, sin embargo, algo dentro de mí me animaba a comenzar un nuevo día cuidándola.
Pero no todo quedó ahí. Mi Dios ya había previsto mi sufrimiento y por eso me había regalado una nueva vida que crecía dentro de mí. Mi madre, aunque ya no podía hablar, sonreía al verme gordita, y cuando nació mi hija y la vio, se le iluminó la cara. Fue un tiempo duro, era como si cuidara a dos bebés; entre alimentar a mi bebé y a mi madre no tenía hora para dormir.
Yo sé que Dios escuchó mi voz y aun estando físicamente cansada, cuando las dos se miraban y sonreían sé que mi Dios inclinaba los cielos y estaba con nosotras. Se respiraba diferente en casa. Aunque ninguna de las dos podía hablar, la abuela y la nieta, una al lado de la otra, en la silla de ruedas y en el carrito tenían sus conversaciones haciendo ruiditos. Ambas sonreían y yo reía con ellas.
Por eso puedo decir que Dios es mi fortaleza, mi roca y mi liberador. Yo sola no lo hubiese conseguido. Extendió su mano para asirme, me salvó porque me ama. Yo, que no sabía lo que iba a pasar, dónde apoyarme, ni qué hacer si me desanimaba o perdía la fuerza, y fue de lo más sencillo… Bastaba con pedir ayuda rezando y cantando al que todo lo puede, creer que Él te va a ayudar. Así, aunque se sufra te sientes viva, querida en la situación de angustia, porque hay alguien poderoso que te libera.
tu mano me sostiene, tus favores me agrandan
Otro gran miedo que tenía era el tiempo. Siempre he sido muy impaciente y quería saber lo que iba a pasar mañana. ¿Cuánto tiempo iba a estar mi madre enferma? Mis dos hijas anteriores habían nacido prematuras, ¿y si volvía a pasar con esta? ¿Qué pasaría si yo tenía que estar ingresada más días? No podía evitar pensar todo eso. Nada era seguro, ni siquiera que mi embarazo durara nueve meses.
El salmo dice: «Escuchó mi voz desde su templo, resonó mi llamada en sus oídos». Eso era lo único que tenía claro, que Dios me escuchaba. Lo veía cada día, pero seguían surgiendo miedos en mí. ¿Cómo me liberó? El parto solo se adelantó cuatro días de la fecha prevista. ¿Por qué cuatro días? Porque coincidía con mi cumpleaños, el día 2 de enero nacimos las dos. Yo, preocupada por «el tiempo», angustiada por cuándo nacería mi hija y nació uno de los días más importantes para mi madre, el día de mi cumpleaños. Mis padres no podían tener hijos y llevaban veinte años casados cuando llegué yo. Mi madre tuvo que estar todo el embarazo de reposo porque había mucho riesgo de perderme, ¿no sería ese un día importante para ella? Ese mismo día nació su tercera nieta, ¿quién controla el tiempo? ¿Quién sabe mejor que tú cuándo tienen que pasar las cosas? ¿Y todavía dudas?
A mi hija pequeña la llamo “mi bendición”. Ella todavía no lo entiende. No comprende que si cuando me informaron de que mi madre estaba enferma yo hubiese dicho “es mal momento para tener hijos”, ella no hubiese nacido y mi madre no la hubiera conocido. El Señor ha sido mi escudo, mi fuerza donde me refugié todo ese tiempo. El que me ha sostenido a pesar de mis dudas, miedos, inseguridades… de mi impaciencia. ¿Cómo no voy a decir “yo te amo, Señor”? ¿Cómo no voy a gritar “Tú eres mi Dios y Salvador”?
Mª Jesús Nuez Rodríguez
Profesora de Música