Salmo 120
Cantemos al Señor
por Teresa Fernández Peláez
Levanto mis ojos a los montes:
¿de dónde me vendrá el auxilio?
El auxilio me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
No permitirá que resbale tu pie,
tu guardián no duerme;
no duerme ni reposa
el guardián de Israel.
El Señor te guarda a su sombra,
está a tu derecha;
de día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche.
El Señor te guarda de todo mal,
Él guarda tu alma;
el Señor guarda tus entradas y salidas,
ahora y por siempre.
También nuestra historia personal está plagada de dificultades, de sufrimientos,
de acontecimientos que no entendemos, que no aceptamos… y,
huyendo de ellos, tenemos la tentación de “levantar nuestros ojos a los
montes” del poder, el dinero, el prestigio, la calidad de vida, el bienestar, la
cultura del ocio, y tantos ídolos que nos prometen la felicidad.
Pero algunos ya hemos estado allí: en los montes del afán de dinero, del
trabajo incesante que nos ha separado de nuestros hijos, que incluso nos
ha impedido tenerlos, porque teníamos que “realizarnos” y ahora es quizá
demasiado tarde. Hemos estado allí y hemos visto que era mentira… en
esos montes no estaba la vida.
Hemos subido al templo de la calidad de vida,
que quitaba el más pequeño sufrimiento de cada
instante: quitaba los hijos, los abuelos, la dedicación
a los que nos necesitan, la entrega… para
dejarnos girando sobre nuestro propio eje en
nuestra soledad vacía y sin sentido, viviendo para
nosotros mismos desde el amanecer hasta la
noche. Aislados en nuestra noria.
La televisión, la sociedad, los compañeros de trabajo,
los amigos me dicen todavía que la vida
está allí. Estoy desconcertado… “¿de dónde me
vendrá el auxilio?”
El camino es muy difícil. Como el salmista nos
vemos rodeados de peligros que son una fuerte
tentación contra la esperanza, pero él no duda:
“ El auxilio me viene del Señor, que hizo el
cielo y la tierra.”
Si el Creador del Universo me ayuda, ¿qué temeré?
Si Él me indica el camino, ¿qué me hará temblar?
Dios, dándonos a su Hijo, nos dijo todo lo
que tenía que decir. Su Palabra completa fue
Jesucristo. ¿Por qué no le escuchamos? ¿Es que
aún no ha sido bastante claro? ¿Es que necesitamos
algún mensaje todavía más especial que el
mismo Cristo?
La verdadera Vida viene del Señor. Volvamos
nuestra mirada hacia la verdadera altura, hacia las
colinas sobre las que se alza Jerusalén; desde allá
arriba vendrá la ayuda, porque allá mora el Señor,
en su templo, en su Iglesia.
“No permitirá que resbale tu pie” cuando el
camino está helado o el suelo es inestable. El
continuo rumor de las ideas del mundo hace
mella en nosotros, parece que no somos modernos,
que no vamos con los tiempos, ¿estaremos
equivocados? El brazo fuerte del Señor está a
nuestro lado para sujetarnos, si lo dejamos… “Con
brazo fuerte y mano poderosa… “ (Dt 26,8).
“ Tu guardián no duerme, no duerme , ni reposa
el guardián de Israel”
Este salmo proclama seis veces el verbo hebreo
shamar, que significa «guardar, proteger». Dios se
presenta como el «guardián» despierto y alerta
que nunca duerme, ni siquiera descansa, como el
«centinela» que vela por su pueblo para defenderlo
de todo peligro.
“El Señor te guarda a su sombra” como a través
del desierto del Sinaí, donde el Señor caminaba
delante de Israel «de día en columna de
nube para guiarlos por el camino» (Ex 13,21). Él
también camina delante en nuestra vida cuando
parece transcurrir por el desierto bajo un sol
implacable,cuando parece que todo nos sale mal, que vienen
juntas todas las desgracias, que no vemos
nada… porque un sol despiadado nos ciega y las
lágrimas no nos dejan ver. Señor, «a la sombra de
tus alas escóndeme…» (Sal 16,8; cfr. Sal 90,1) y
“enjugarás las lágrimas de todos los rostros” (Is
25,8) cuando mi marido no me entienda, mis
hijos no sean como yo había soñado, me hayan
despedido del trabajo o diagnosticado una
enfermedad grave.
Porque “El Señor está a tú derecha”. A la derecha,
que es donde se coloca el abogado, el que
no nos abandona en el momento de la prueba,
del ataque del Maligno, de la persecución… Es
Cristo, el abogado que ha dado su vida para que
nosotros no muramos.
Y “de día el sol no te hará daño, ni la luna de
noche”. En la antigüedad se creía que los rayos de
la luna podían producir fiebre, ceguera o locura;
pero el Señor nos protege también durante las
noches de nuestra vida, cuando no lo vemos,
cuando parece que no está “y todo el día me
repiten ¿dónde está tu Dios? Espera en Dios que
volverás a alabarlo” (Sal 41,6).
Porque de todo acontecimiento que no entendemos,
que nos destruye, del que parece que
jamás nos vamos a poder levantar, nos salva el
Señor. Él nos lo ilumina, nos muestra su sentido
salvador.
“El Señor te guarda de todo mal; Él guarda tu
alma”. Nos libra de nuestros pecados que quieren
volver a esclavizarnos como libró al pueblo de
Israel de los egipcios, nos da valor en el combate
contra el maligno como se lo dio a Josué en la
lucha contra los pueblos enemigos, nos salva de
las llamas como a los tres jóvenes, y de los leones
como a Daniel, nos libra de la tribulación de la
persecución y del desprecio como a Pablo, nos
salva de hundirnos en el mar de la duda como a
Pedro.
“Él vigila tus entradas y salidas, ahora y por
siempre”. Observa todas tus acciones, tus pensamientos,
tus preocupaciones, tus salidas “ a vivir
tu vida”, tus entradas de nuevo a su presencia.
No temas, Él está aquí, a tu lado, todos los días,
esperando, Padre bueno, con los brazos abiertos.