Se abre otro tiempo en la Iglesia, distinto, pero sobre todo nuevo, no exclusivo, sino engarzado a la Nueva Evangelización y sostenido por la fuerza de la razón. Como un trípode que abre la esperanza, alienta la fe, y ahora, el nuevo tiempo, ofrenda el amor. Es un momento clave, el kairós, el tiempo oportuno para mirar al otro, para salir, salir de nuestro zulo, de la burguesía donde nos agarramos, de la tumbona estática, del acomodado pensamiento siempre justificativo, de la omisión excusada… Salir, salir de la mirada confusa y sesgada, salir de la complacencia, de la voracidad y de la amnesia; pero por encima de todo salir de la mundanidad donde nos avecindamos, del escándalo que refleja nuestra opulencia, de la confusión que provoca la supremacía, la escaramuza, la apariencia inmutable y perpetua.
Ahora es el kairós, no mañana que tal vez llegará, ni el ayer que pasó.
Es la hora de salir a las calles, a las plazas, para gritar: hombre que te encuentras sumido en la sombras, esta voz es para ti, te trae la alegría de una buena noticia, ¡el Reino de Dios ha llegado ya! Llegar hasta él, bajarse de la esfera donde nos recubrimos de ungüento, hacerse como el otro, como el que no puede dar la talla, como el que no tiene ni fuerzas para sujetar la caña, la caña cascada a punto de quebrarse definitivamente,el pabilo humeante a punto de extinguirse por fin.Entregar lo que hemos recibi- do, la dulzura de Dios, la inagotable ternura que ha derramado sobre nosotros, sobre mí, indigno ruin, y llevar- la, aunque sea una muestra, al que sufre, al que llora, al que no soporta su vida, al que no vale, al que no tiene fuerzas ni para llorar.
Salgamos de la mundanidad, “estáis en el mundo pero no sois del mundo”, elegir el último lugar, sin rechistar, sin levantar la voz ni hacerse notar, hacerse nada. “Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero porque eres tibio, ni frío ni caliente, estoy a punto de vomitarte de mi boca”. ¿Y la gracia de Dios? ¿No es para que partas tu pan con el hambriento, y recibas a los pobres sin hogar; para que, cuando veas al desnudo lo cubras, y no te escondas de tu semejante? Huyamos de la mundanidad, los laicos de la burguesía, los religiosos del funcionariado espiritual; demos nuestro tiempo a quien lo requiere, nuestro esfuerzo al que lo necesita, nuestra vida a Cristo representado en el despreciable, en el que nadie tiene en cuenta, en el deshecho de los hombres, ante quien se vuelve el rostro: ahí está Él, en el sufrimiento de los inocentes.
Porque la luz ha venido para acallar y avergonzar las tinieblas, las oscuras sombras de nuestro corazón, como un rayo de esperanza para los débiles,para los heridos,para los atribulados, para los miserables; en ellos tiene pues- ta Dios su mirada de ternura; y ¿cómo verán esa mirada,como descubrirán ese amor infinito de Dios hacia ellos?, ¿cómo percibirán el brillo de la dulzura de Dios? Abajándonos hasta su umbral, permaneciendo en Él, con ellos, llegando hasta su dolor, haciéndonos carne con su aflicción, siendo el reflejo de Cristo, y sobre todo, saliendo de la mundanidad, de la tibieza.
Jorge L. Santana