Tu mujer será como vid que lleva fruto a los lados de tu casa;
Tus hijos como plantas de olivo alrededor de tu mesa.
He aquí que así será bendecido el hombre que teme a Yahveh.
Y veas a los hijos de tus hijos. Paz sea sobre Israel. (Sal127)
Una ley que ha convertido en derecho lo que siempre ha sido un delito, algo insólito en el mundo: matar.
Nadie puede ya dudar de que un feto de 14 semanas es una vida humana; nadie debería llamar eufemísticamente “interrupción voluntaria del embarazo” a lo que es matar al ser humano que se está gestando; nadie puede transformar un delito en derecho y a la vez anular el auténtico derecho por antonomasia: el de la vida. Sin este,
todos los demás no tienen cabida, ni entidad, ni sujeción. Porque la vida nos viene de Dios y solo Dios tiene poder de crearla y por tanto de recobrarla.
¡Cómo ha engañado el maligno a la sociedad! Tanto es así que la sensación que subyace es que lo moderno, lo progresista, lo auténtico, lo avanzado, lo próspero es comulgar con el aborto, con la eutanasia, etc.
Esto es, desterrar, a través de las leyes, lo que nos molesta, lo que nos denuncia, lo que no estaba previsto, o sea: lo que nos produce un sufrimiento, aunque sea un ser humano. he aquí la clave. hemos aniquilado a Dios de nuestra sociedad, de nuestra historia, de nuestra razón y de nuestra vida: al único creador de Vida. Por tanto ya no tenemos vida; y si no tenemos vida, no la podemos donar; no podemos soportar el más mínimo sufrimiento, todo es insatisfacción, frustración y repugnancia. “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5).
Para sanar la sociedad es necesario cambiar el corazón del hombre, y para ello tenemos un aula donde se manifiesta el amor de Dios, que es la familia, la iglesia doméstica. El maligno sabe que destruyendo la familia se deshace la sociedad y la esencia donde el hombre madura. Por eso sigue lentamente, pero sin tregua, golpeando sus pernios, esperando que se debiliten y se resquebrajen los muros que han protegido la familia: la fidelidad, la maternidad y la oración. Y nos estamos convirtiendo en blandengues, en cobardes ante los acontecimientos, en endebles ante la adversidad, en exánimes ante los ataques del mal.
Si el Señor no construye la casa en vano se cansan los constructores…
La herencia que da el Señor son los hijos…son saetas en las manos de un guerrero. Dichoso el hombre que llena con ellas su aljaba: no quedará derrotado cuando litigue con su adversario (Sal 126).
Clava, Señor, tu mirada fiel en nuestra impotencia y custodia el filo abierto
en el eje de nuestra médula,
por siempre, hasta siempre…
Porque los cánticos seductores se acercan y nos fascinan,
nos enguyen en sus máscaras de carnaval y dejamos de ser.
Tal vez, por eso, Señor, hunde tu mirada en nuestra impotencia.
Jorge Santana