«Habiéndose aparecido Jesús a sus discípulos, después de comer con ellos, dice a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?”. Él le contestó: “Sí, Señor, tú, sabes que te quiero”. Jesús le dice: “Apacienta mis corderos”. Por segunda vez le pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Él le contesta: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Él le dice: “Pastorea mis ovejas”. Por tercera vez le pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?”. Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó:”Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero”. Jesús le dice: “Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras”. Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: “Sígueme”». (Jn 21,15-19)
El amor no es simplemente dialogante sino que dialoga. Da la impresión de que es un matiz demasiado sutil pero tiene su sentido. El carácter dialogante puede resultar subyacentemente político, egoísta e interesado. Un diálogo de pétalo con raíz de plomo. La tolerancia, el talante dialogante, la fraternidad, etc. son conceptos y realidades que, siendo buenas en sí mismas, son usadas por los dirigentes de masas con fines muy concretos de dirección.
La libertad es el don más divino, según nos recuerda Don Quijote, pero bajo su auspicio han surgido batallas y dislates. La intolerancia es nociva y debe ser perseguida, aunque a veces se ha usado su contrario, la tolerancia, como ametralladora de hombres y atropello de ideas elevadas y nobles. La excelencia, es eso, excelsitud, aunque Hitler se viera autorizado en su nombre para derribar a los supuestos inferiores, en cantidades industriales. Contra toda apariencia, el carácter dialogante de un sujeto pudiera significar muy bien el escaso compromiso con la verdad, el jugueteo con lo real, la risa de las palabras, la relajación de lo justo. Dialogar sería esperar el turno para vencer, politizar lo sagrado, olimpiadas del egocentrismo; el disimulo de la prepotencia, el óptimo modo de hacer valer lo propio. Dicen que el relativismo se sonríe cuando ve en el poniente el crepúsculo dialogal.
En cambio el diálogo auténtico se muestra tal y como es, desinteresado, abierto, cordial y amoroso. El diálogo convierte la vida en acto de amor y a su vez este abre diálogos, como el sol los tulipanes. El resultado nunca es tanto el consenso cuanto la unidad, la postración, en cualquiera de sus formas, ante la verdad. Los diálogos de Platón no eran políticos sino filosóficos, enramadas de sabiduría. San Pablo en su primer carta a los Corintios (13) nos recuerda que el amor no busca lo suyo, no insiste en su propio camino, en su manera de ver la vida, según la traducción inglesa (charityn does not insist on its own way).
He aquí pues dos notas imprescindibles para que se den un auténtico diálogo de calidad: la verdad y el amor. En la vida corriente se dan variopintas deformaciones del dialogar. Como digo, se llega incluso a usar el mismo término diálogo para vaciarlo de contenido y dejarlo quebrado, moribundo.
Cristo resucitado dialoga con Pedro. Le habla con amor del amor. Los diálogos de Cristo resultan modélicos. Están constituidos de verdad y de amor y están al servicio de la persona. Cuando Cristo dialoga sirve. No olvidemos su condición de Verbo. De esta raíz trinitaria brota su maestría en el dialogar. El Verbo es el Logos y logos es el corazón del dia-logos. Tobogán de la divinidad es el Verbo, instrumento por el que el Padre se desliza en el corazón de los hombres. Por medio de Él fueron creados los mares y “a toda la tierra alcanza su pregón y hasta los confines del orbe su lenguaje” (salm 18). El vehículo de la Revelación plena es el Verbo encarnado. El referente del conversar ha de ser Cristo. Diálogo abierto y siempre lleno de amor y de verdad.
En ambiente marítimo Cristo dialoga con Pedro. Allí no debió oler a algas sino a Trinidad. El Hijo está de vuelta y se aparece a los discípulos. Este diálogo cristo-petrino estaría cargado de olores trinitarios. El Hijo recupera la gloria que tuvo antes (Jn 17,5) y vierte en nueva forma esa vida trinitaria. El Verbo reproduce los diálogos trinos, que son de amor, y Pedro queda abrumado, no puede con tanto caudal de gloria. Dios le está haciendo fuerte debilitando sus nervios de pastor.
Son tres veces las que le dice si le quiere, sí, Tres. La Trinidad ha puesto triste a Pedro, y es porque se intuye a sí mismo, de nuevo, como incapaz para la gran misión de amor a que le llama lo Alto. De esa depresión purificadora saldrán montes de roca. Son los gustos de Dios, sus caminos. Vida trinitaria y misión eclesial van estrechamente unidas.
La triple pregunta es directa. Cristo pregunta por el amor. Y el pescador responde intelectualizando: “Tú sabes que… tú sabes que… tú conoces todo…”. Amor con amor se paga, sin mezcla de raciocinios paralizantes, que retrasan la entrega definitiva.
Jesucristo antes de acabar el fructífero diálogo quiere darnos una lección: el amor al prójimo nos llevará a unas playas lejanas de nuestra propia cosmovisión, más allá de nuestro suelo vital. La madurez en el amor nos llevará a donde no quisiéramos en un primer momento. Pero al final todo es felicidad y la felicidad lo ocupará todo.
En el transcurso del diálogo el Señor orienta a Pedro hacia un amor de proximidad, no de distanciamiento intelectual. ¿Tienes amor?: Abruma con amor de peso a los hermanos. La vida del vicario de Cristo estará marcada por el servicio a la Iglesia, entregando alma y corazón. Quo Vadis siempre estará en la memoria de aquellos que vuelven de la huida para entregarse.
Francisco Lerdo de Tejada