Aprovecho de nuevo una festividad como la de San Isidro para comentar, aunque demasiado brevemente, sobre el rito hispano-visigótico-mozárabe del que seguramente en estos días muchos habréis oído hablar o leer a través de los folletos que distribuye la diócesis de Madrid e incluso algunos medios de comunicación ya que nuestro patrón San Isidro era precisamente, de familia hispano-mozárabe, fieles de esta ‘antigua y venerable liturgia’.
Sería largo contar su historia pero digamos brevemente que este rito fue uno de tantos que hubo y hoy sigue habiendo en la Iglesia, fruto de la riqueza de la liturgia: ritos latinos y orientales, cada uno de ellos con gran cantidad de divisiones. Entre los latinos los más conocidos son el Romano, Ambrosiano y el Mozárabe. Todos los ritos derivan de aquella primera «fracción del pan» que practicaron los apóstoles, según las instrucciones recibidas de Jesús, para conmemorar su muerte y resurrección. Posteriormente, a la primitiva sencillez de aquellas celebraciones se fueron añadiendo nuevos elementos: lecturas sagradas, oraciones e invocaciones, diferenciadas según el tiempo y el lugar. Así fueron surgiendo las diversas maneras de la celebración que ahora llamamos ritos.
Por otra parte diremos que los mozárabes son los pobladores de la Península Ibérica que, a partir del año 711, siguieron conservando su fe cristiana bajo el dominio de los musulmanes. La llamada liturgia mozárabe o visigótica fue la tradicional de la iglesia española, hasta que a finales del siglo XI y respondiendo a la unificación de ritos que propugnaba la Santa Sede por entonces, fue sustituida por la romana. No sin resistencias, acabaron por aceptarlo, desapareciendo entonces el rito español en los reinos cristianos.
Generación tras generación, la memoria mozárabe ha sido mantenida por numerosas familias toledanas, que hoy viven con orgullo esta condición. En la actualidad son cerca de 2.000 las familias censadas como mozárabes que forman la Comunidad, repartidas en Toledo y sus alrededores, como en Madrid y otros puntos de la geografía nacional e internacional.
En el año 1992, fue presentado al Santo Padre Juan Pablo II el primer volumen del Nuevo Misal Hispano-Mozárabe. El Papa quiso entonces celebrar la Santa Misa en este Rito, y así lo hizo en la solemnidad de la Ascensión. Se pretendía, siguiendo las directrices marcadas por el Concilio Vaticano II, restaurar la pureza primitiva de los textos y del orden de celebración, no ya sólo en Toledo, sino también en cualquier lugar de España, donde la devoción o el interés histórico-litúrgico lo requiriera.
Juan Pablo II en su homilía señaló que: «La liturgia hispano-mozárabe representa, pues, una realidad eclesial, y también cultural, que no puede ser relegada al olvido si se quieren comprender en profundidad las raíces del espíritu cristiano del pueblo español». Y añadía: «Esta liturgia ayudará a revivir rasgos importantes de la espiritualidad cristiana de vuestros antepasados, espiritualidad que indudablemente ha contribuido a forjar la idiosincrasia del pueblo español en su evolución religiosa, cultural y social». Terminaba diciendo: «Caminad con alegría, lleváis con vosotros una rica y noble tradición cristiana. Muchos santos han hecho de vuestros pueblos y ciudades una tierra de santidad. Seguid su ejemplo».
También el Cardenal de Madrid, Antonio María Rouco en un Decreto de año 2000, ha aprobado «la posibilidad de celebrar de manera estable la Eucaristía en el rito Hispano-Mozárabe en nuestra Archidiócesis, en algunos lugares vinculados a esta venerable tradición», como son la Ermita de San Isidro y el Monasterio de Clarisas San Pascual. Fuera de Madrid hay otros muchos lugares donde se celebra: Toledo, por supuesto, León, etc. Además de algunos monasterios. Esto ha originado que poco a poco esta antigua liturgia renazca y sea conocida y reconocida como de gran belleza y armonía.
Para finalizar reproduzco esta antigua y bella bendición a los peregrinos de la Ermita de San Isidro, según el texto del rito mozárabe:
«Oh dios que plantaste el paraíso al oriente
injerta a todos tus hijos en el árbol de la cruz
para que tengan temor de Dios
y se amen como hermanos.
Que nosotros te adoremos a ti Señor
y entre nosotros seamos concordes.
Que te ofrezcamos un servicio de alabanza
y manifestemos unos a otros el servicio del amor. Amen.»