No creo descubrir nada nuevo si apunto que los católicos de hoy rezamos poco y, las más de las veces, de forma mecánica y sin prestar atención al hecho de que la oración sincera y sentida es una forma de entrar en directa comunicación con Aquel que todo lo puede y que nos ama tanto que “se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14) para, luego de cargar con el lastre de todas nuestras imperfecciones, morir en la Cruz perdonando y rezando: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34).
Nos angustia el escaso amor en el que se desenvuelve nuestra vida, el futuro incierto, la indiferencia de los demás (incluidos muchos de los más próximos), el ver que la gente en general (ni buenos ni malos) persiguen fantasmas sin otro atractivo que la vistosa apariencia, lo que, al final, resulta deprimente y descorazonador…. Ante la perspectiva de no saber qué hacer ni cómo aprender a superar tal o cual dificultad, ¿porqué no aceptamos que la oración es una buena tabla de salvación?: “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe y el que busca, halla y al que llama, se le abrirá”. (Mt 7,7-8).
Sin dejar de cumplir las respectivas obligaciones, todos nosotros bien podemos robar unos minutos a los cuidados ordinarios para, por ejemplo, rezar el Rosario. Al respecto, sé de alguien que reza diariamente el Rosario desde que oyó a un cura la siguiente bonita invención: Estaba San Pedro sorprendido y profundamente disgustado al ver que por el Cielo se movían personas que no habían pasado por la puerta que él tan celosamente vigilaba, cuando se apresura a dar parte de ello al Señor. Ambos hacen la preceptiva inspección hasta que descubren que, desde la Tierra hasta el Cielo, son muchos los que trepan a través de las cuentas de un Rosario que cuelga desde el Cielo hasta la Tierra. Sonríe el Señor y dice desde su infinita bondad: Tranquilo, Pedro, son cosas de Mamá.
Piadosa práctica del día a día puede y debiera ser el Santo Rosario, muestra de las más entrañables y efectivas devociones de los católicos. Hagamos de él un medio para no perder la conexión con lo que realmente importa y, de paso, para preocuparnos por el bien de los demás, muchos de los cuales no rezan y viven alejados de Dios sin saber por qué. Para mejor vivir “solo Dios basta”, que diría Santa Teresa.
Antonio Fernández Benayas