En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «No os fiéis de la gente, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes, por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros. Los hermanos entregarán a sus hermanos para que los maten, los padres a los hijos; se rebelarán los hijos contra sus padres, y los matarán. Todos os odiarán por mi nombre; el que persevere hasta el final se salvará.» Mateo, 10,17-22
Jesucristo recopila en este Evangelio dos aspectos orientadores. De una parte, señala cuánto pueden sufrir los seguidores del Señor al anunciar su doctrina y su vida: dolores físicos, sufrimientos morales, manipulación…; pero a su vez, y este segundo aspecto es mucho más importante, Jesús asegura que siguiéndole y perseverando, se encuentra la salvación, que no hay que preocuparse malamente por nada, ni siquiera de cómo defenderse ante las injurias. Implícitamente, pide vivir en la misericordia de Dios.Presentar con nuestra vida, con nuestras palabras, que nada es irreparable porque Dios salva, porque desde Él todo adquiere una nueva dimensión. Pero esto no se entiende con razonamientos, que son convenientes en muchos casos, sino con la gracia, haciendo vida nuestra la del Salvador. Implica, que, como Él, también sufriremos, pero sólo por un tiempo, el cual es muy breve comparado con la eternidad. No nos olvidemos que la señal del cristiano es la Santa Cruz. Esa Cruz que Jesucristo tomó voluntariamente para que nuestra libertad dañada, no nos condujera a la eterna condenación. Qué bien lo expresa el Papa Francisco en su última encíclica “la miseria del pecado ha sido revestida por la misericordia del amor”. Y continúa diciendo “Una vez que hemos sido revestidos de misericordia, aunque permanezca la debilidad por el pecado, esta debilidad es superada por el amor que permite mirar más allá y vivir de otra manera”. Estamos en periodo navideño, y también finalizando un año más. Qué ambiente tan propicio para que, sepamos rectificar, pedir perdón, dar gracias y llevar a este mundo mucha más esperanza. Ante las dificultades reales -propias y ajenas- acudamos a la verdadera sanación, a la práctica de los sacramentos, a la amistad leal con todos, al esfuerzo por una lucha ascética sencilla y sincera. Es un programa ambicioso, quizás difícil, pero si lo vivimos muy unidos a Santa María, comprobaremos que donde había oscuridad, viene la luz, donde nostalgia, alegría, porque siguiendo nuevamente al Papa Francisco en su última encíclica “La Santa Madre de Dios es la primera en abrir camino y nos acompaña cuando damos testimonio del amor”.