El cine, como elemento cultural de un momento histórico concreto, no solo es reflejo del sentir y vivir de su época, sino que, en tanto que sus coetáneos acceden a él, también son influidos por ello. Es decir, que, de alguna forma, ese retrato influye en la sociedad, creando tendencias, rechazos, o ambas cosas. No es nuestra intención convertir estas líneas en un índice exhaustivo, sino en una humilde guía en la que, además de la figura del padre, hablaremos brevemente de las infidelidades, las relaciones sexuales sin compromiso y nos extenderemos un poco más en ejemplos de películas con alto contenido formativo. Todo ello entendido dentro del marco relativista de nuestro tiempo.
Hace no mucho Juan Orellana y Jorge Martínez Lucena señalaron importantes tendencias antropológicas del cine actual compendiadas en su excelente análisis cultural Celuloide Posmoderno. Narcisismo y autenticidad en el cine actual (2010). La cuestión afectiva ocupó un lugar privilegiado en el estudio y es precisamente el análisis referente a la figura paterna (por lo tanto, una figura eminentemente familiar) el tema que vamos a esbozar: la imagen o las imágenes de la familia ofrecidas en las películas estrenadas en España durante 2012.
sobre el padre y los padres
El nuestro es un cine repleto de padres incapaces de educar a sus hijos. Ateniéndonos a una clasificación de superficie encontramos dos tipos de padres irresponsables: los que a todas luces son un desastre personal, y los que, manteniendo una aparente normalidad, participan de la deformación de sus hijos siendo pésimos como modelos de calidad humana.
En el grupo de los padres manifiestamente desastrosos resplandece con singular simpatía Kiseki (Hirokazu Koreeda, 2011), una entrañable cinta japonesa que relata la historia de dos simpáticos hermanos —Koichi y Ryunosuke— cuyos padres están divorciados: uno vive con la madre en Fukuoka y otro con el padre en Kagoshima. La gran ilusión de su vida es volver a vivir juntos. Hay una secuencia del film que resume muy bien lo que ocurre con estos padres. En un momento determinado los dos hermanos se reúnen para hablar de sus padres. Ryunosuke le cuenta a Koichi que actualmente su padre se dedica a la música indie. Ante la ignorancia de su hermano en esta materia y tras un momento de meditación, Ryunosuke define a su manera lo que significa indie: “Indie… Indie significa que tienes que esforzarte más”. ¿Qué le puede decir este pequeño a su padre? Eso, que tiene que esforzarse más. Avanzado el filme se produce una situación extraña: el padre llega a casa destrozado por una juerga con los amigos y el niño le está esperando en casa con “la bata y los rulos”, dispuesto a reprenderle por su irresponsabilidad. Y lo hace. Y el padre le obedece yéndose a la cama con diligencia y la intención de no volver a hacerlo. Esta es una de la razones de la genialidad de Kiseki: que explica en una sola película lo que aparece a trozos en otras muchas. Además, tiene su punto de proposición, pues parte de la solución de un problema se encuentra en el certero análisis del mismo.
Esta evidente limitación pedagógica de los padres también puede ser vista con facilidad en títulos como Los descendientes (The Descendants, Alexander Payne, 2011) o El nombre (Le prénom, Alexandre de La Patellière y Mathieu Delaporte, 2012), donde se manifiestan las miserias propias de aquellos padres que, volcados en su trabajo o en sus pasiones intelectuales, desatienden sus obligaciones familiares.
Vayamos ahora al grupo de padres de relajadas costumbres con apariencia de normalidad, de esos que muestran no ser referentes para nadie, tampoco para sus propios hijos; El Fraude (Arbitrage, Nicholas Jarecki, 2012) es buen ejemplo de ello. Robert Miller (Ricard Gere) es presentado como el prototipo por excelencia de hombre de éxito —con joven amante incluida, claro—. El Fraude, como su nombre indica, cuenta el fraude financiero perpetrado por el magnate anteriormente citado. En este caso concreto se nos muestra qué tipo de personas con poder son las responsables de la crisis económica global y a través de qué tipo de movimientos empresariales originaron el desastre. Pero el relato de nuestro estafador también se encarga de presentarnos la profunda crisis moral que padece y sin la cual no se entiende su depravado comportamiento.
A los ojos de quien esto escribe, El Fraude encuentra en el derrumbe de la familia del ambicioso Robert Miller la imagen perfecta para mostrar la aparente descomposición de nuestro mundo. La crisis queda resumida en algo tan simple como que un hombre engañe a su mujer y en un momento determinado se dé de bruces contra la realidad y se percate de la mentira que él mismo ha construido (en efecto, el protagonista tiene un accidente de coche donde la amante muere y él sale huyendo con la firme intención de que nadie se entere, para no poner en peligro una futura fusión empresarial que asegure su jubilación). Y eso de engañar a la propia esposa no es algo al alcance de unos pocos, tan solo hacen faltan dos cosas: estar casado y cansarse de la esposa, renunciando a redescubrir y renovar cada día el amor.
Por ello nos parece tan interesante el planteamiento de Todos los días de mi vida (The Vow, Michael Sucsy, 2012): Paige (Rachel McAdams) pierde la memoria en un accidente de coche y su marido, Leo (Channing Tatum), tiene que volver a conquistarla. Volviendo a El Fraude, y ya que hablamos de los hijos, creemos significativo para nuestro propósito el siguiente dato: Robert Millar tiene a todos sus hijos en plantilla y son auténticos talentos financieros. Fijémonos en su hija (Brit Marling). Al comienzo de la película tienen una conversación en la que ella demanda la posibilidad de compartir más tiempo con su padre sin cuestiones empresariales de por medio. Al pobre Miller no le entra en la cabeza. No es de extrañar que sea su hija quien bien avanzada la trama argumental, y habiendo descubierto el pastel fraudulento, increpe a su padre por su inmoralidad. Basta ver el modo en que ese padre habla a su hija para conocer la miserable realidad personal que habita.
una influencia constante
En cualquier caso, es frecuente ver películas en las que aparecen padres incapaces de educar a sus hijos, pero no por una falta de conocimientos por parte de los progenitores, sino por una triste realidad: no han alcanzado la realización en su vida y tampoco están en camino.
Sin embargo, aunque los padres no sean ejemplos de virtud, sí percibimos una corriente en el cine actual que pone en alza el valor de la unidad familiar a pesar de las diferencias y miserias de sus miembros. En este sentido, Le Skylab (Julie Delpy, 2011) es un auténtico referente, una película que verdaderamente nos entusiasma con la familia.
Hay filmes, no obstante, en los que sí se aprecia un camino de humanidad en los padres, aunque no sean perfectos, y ello tiene efectos formativos en la prole. En este sentido, Lo imposible (The Imposible. Juan Antonio Bayona, 2012) es un buen referente: a consecuencia de un tsunami que asola la costa de Tailandia una familia se separa y, cada uno por su lado, emprenden una búsqueda a todo trance de la otra parte de la familia. La cinta nos muestra que la unidad familiar y el crecimiento en la virtud es un trabajo costoso, no se consigue espontáneamente (a pesar de que Bayona atribuya el devenir de los acontecimientos al azar, nosotros encontramos detalles en su obra que no apoyan la tesis del realizador).
La ausencia del padre es otra constante en nuestro cine (y en nuestra cultura), pero en muchas ocasiones es presentada como un recuerdo que remite a una tradición que es digna de ser continuada. En este sentido, consideramos representativas La invención de Hugo (Hugo (Hugo Cabret), Martin Scorsese, 2011), Blancanieves (Pablo Berger, 2012) y Tan fuerte, tan ceca (Extremely Loud and Incredibly Close, Stephen Daldry, 2011). En todas ellas apreciamos la influencia de ultratumba del padre en las emociones y pensamientos que mueven a la acción de personajes que persiguen ideales nobles, tratándose, la mayoría de las veces, de la búsqueda de su identidad.
Por último (aunque podrían enumerarse algunos subgrupos más), tenemos también esposos que de ninguna manera están abiertos a la vida y huyen de la paternidad, como en el caso de Agustín (Viggo Mortensen) en Todos tenemos un plan (Ana Piterbarg, 2012).
infidelidades y sexo sin compromiso
Qué duda cabe de que la concepción de las relaciones sexuales como medio de placer sin trascendencia más allá de una manifestación cultural de recíproco afecto es parte importante de la incapacidad para vivir un matrimonio auténtico. La banalización del sexo, la des-institucionalización de las relaciones y otras manifestaciones del relativismo en el ámbito afectivo alimentan e incentivan la infidelidad y el abandono al vértigo de las relaciones esporádicas sin compromiso. Concretémoslo brevemente.
Son muchos los cineastas que con sus obras afirman rotundamente, no solo que las infidelidades son algo normal, sino que, además, enriquecen el matrimonio, pues lo propio del ser humano es la promiscuidad (no compartimos esta idea). Así es el mensaje de A Roma con amor (To Rome With Love, Woody Allen, 2012), y estamos dispuestos a discutir amigablemente esta opinión con quien se preste al diálogo. En el filme el bueno de Allen nos va conduciendo poco a poco por una serie de historias que tienen en común la ciudad de Roma y breves reflexiones en torno a las relaciones amorosas tanto en el noviazgo como en el matrimonio.
Incluso en el matrimonio se manifiestan los signos de la muy arraigada cultura de las relaciones sexuales sin compromiso a la que muchos no están dispuestos a renunciar. Relaciones esporádicas (por decir algunas, ya que es una tendencia presente en la mayor parte de la producción cinematográfica que llega hasta nuestro país) las vemos en toda su decadencia en: The Pelayos (Eduard Cortés, 2012) —padre e hijo comparten amante—, Shame (Steve McQueen, 2011) —el protagonista es habitual cliente de prostitutas—, Extraterrestre (Nacho Vigalondo, 2011) —la acción comienza con un par de jóvenes que se despiertan juntos tras haberse acostado en plena borrachera la noche anterior a pesar de no conocerse en absoluto—, Martha Marcy May Marlene (Sean Durkin, 2011) —la pobre Marlene pertenece a una secta en la cual todas las noches toca orgía—, Alps (Giorgos Lanthimos, 2011), A Roma con Amor, Todos tenemos un plan, El Fraude, o Madrid. 1987 (David Trueba, 2011).
algunos relatos verdaderos
La mayoría de los personajes de nuestro cine padecen profundas heridas afectivas. Sin embargo, la mayoría de las veces esa herida es identificada como una característica de la persona, pero no como un padecimiento que le impide ser feliz. Este paso fascinante —del conformismo a la conversión— que no vemos en películas como Salvajes (Oliver Stone, 2012), o Madrid. 1987…, sí que está presente en otros filmes que, siendo más amargos, contienen mayor verdad. En nuestra opinión uno de los mejores ejemplos de esto es Shame.
Shame es, posiblemente, una de las películas más sexualmente explícitas —pero sin banalizar el sexo— de todo el 2012; pero es también una de las películas que más se acerca a lo que se conoce como antropología cristiana (entiéndase por esto un acercamiento pero no una encarnación total de los valores de la antropología cristiana) y que más claro tiene la diferencia entre el bien y el mal. Shame nos presenta el estado de deterioro del tejido afectivo de Brandon (Michael Fassbender), un hombre que se masturba compulsivamente, consume pornografía, mantiene constantes relaciones sexuales con diversas mujeres, y otras cosas que no pronunciaremos en estas páginas. Es un filme cien por cien contracultural, pues nos muestra el desastre existencial de un hombre que entroniza el sexo, mientras que en otras películas dicha actitud se muestra como normal, e, incluso, deseable.
En el discurso cinematográfico de nuestro tiempo son contadas las películas que muestran una clara diferenciación entre el bien y el mal. Recientemente han llamado nuestra atención Dredd (Pete Travis, 2012) y El caballero oscuro (The Dark Knight Rises (Batman 3), Christopher Nolan, 2012). Ambas películas son de héroes de cómic, y no es casualidad.
Otro caso parecido, pero en un entorno más canónicamente familiar es el de The Possesion (Ole Bornedal, 2012). Unos padres se divorcian y las dos hijas van cambiando de casa de su padre a casa de su madre semanalmente para poder estar con los dos. A él le están ofreciendo entrenar a un equipo de baloncesto en otra ciudad (esto supone alejarse más de su familia) y ella cada vez tiene una relación más estable con una persona que no es su marido (esto supone, más todavía, la creación de un nuevo ámbito de relación familiar en el cual su ex marido ya no cuenta). En este contexto de desencuentro comienzan a desarrollarse trágicos acontecimientos.
Recordemos en este punto de la exposición lo que los expertos en psicología y familia nos dicen acerca de las víctimas más sufrientes de un divorcio: los hijos. ¿Será casualidad que sea precisamente en esta compleja situación de ruptura familiar el momento en que la hija comience a verse cada vez más atraída por una misteriosa caja que provoca en ella extraños comportamientos que van desde la violencia a la autofascinación? En nuestra opinión, no solo no es casualidad sino que creemos que el autor ha utilizado todos estos elementos para mostrar la importancia de que nuestros hijos se críen en un ambiente familiar equilibrado a riesgo de arruinar sus vidas en caso contrario.
Avanzado el film descubrimos que los extraños comportamientos de la pequeña en relación con la caja se deben a una posesión demoníaca. Tanto se complican las cosas que el padre se ve en la obligación de acudir a un exorcista judío para liberar a su hija de este demonio y volver a encerrarlo en esa caja de la que nunca debiera haber salido. El novio de la madre huye aterrorizado en el momento de la prueba, precisamente porque no puede sustituir al padre. Finalmente, tras la expulsión del demonio la familia queda unida, significando así que la salvación de la hija pequeña se hace extensible a toda la familia.
The Possesion es todo un alegato en favor de la familia, entendida como una comunidad en la que sus integrantes pueden verdaderamente crecer, realizarse y ser felices; y la condición para ello es el amor de los padres. Si los padres no se aman, difícilmente amarán a sus hijos por mucho que se esfuercen en ello. Además de su valor argumental, The Posession tiene grandes aciertos de realización a través de los cuales el guión es contado con especial elocuencia.
promiscuidad versus plenitud
Como hemos visto, el cine, al igual que la cultura a la que pertenece, presenta con normalidad la imagen del ambiente familiar como un lugar poco definido y en el que los padres no pasan de mero sustento biológico y económico, pero a los que difícilmente se puede pedir la responsabilidad de formar a sus hijos. Al mismo tiempo, vemos hijos que reclaman integridad y responsabilidad a sus padres, buscan su identidad y quieren ser auténticos; aunque no sepan muy bien en qué consiste la virtud, saben que no quieren ser como sus padres.
También existe una generalizada aceptación de las relaciones sexuales sin amor ni el contexto del compromiso matrimonial. Y estos son tan solo algunos aspectos a los que nos hemos asomado tímidamente. Nada de lo que hemos expuesto escapa de la alargada sombra del relativismo. No obstante, como en la realidad, también encontramos verdaderos ejemplos de padres que, sin ser perfectos, se saben en camino de ser mejores, y, también, el retrato de personas que descubren la posibilidad de una forma más verdadera de amar a los demás con todo su cuerpo y con toda su alma.
Arturo Encinas Cantalapiedra
Licenciado en Comunicación
Máster en Cinematografía