Carta a mi Señor
(En recuerdo de S.)
Ay, Señor, Tú ya sabes de mis sueños. No he conseguido dejar de soñar y pese a tantos desengaños, tampoco he conseguido renegar de lo que sueño. Hay amigos que me dicen que debo poner los pies en la tierra, totalmente en la tierra y nada más. En la tierra los tengo y los sueños me rondan. Y me dicen que no me queje ni llore cuando los sueños resultan pompas de jabón, vilanos desbaratados por el más leve soplo. Y no me quejo ni lloro por ello. ¡Es tan bello soñar que vale la pena aunque luego se desvanezca el sueño!
Un poeta inglés terminaba un bello poema dirigido a ti diciendo: “Tú eres, Señor, el soñador y yo, tu sueño”. Soñaste a los seres humanos, hermanos y amigos tuyos, para hacer la tierra hermosa cada mañana, para pasear con ellos por las tardes, para cantar juntos en la noche. Nos soñaste, me soñaste. Y hemos resultado seres crueles o insensibles, torpes y tardos de entendimiento, bastante mentirosos y fingidores. No, no somos lo que Tú soñaste. Pero no dudas de tu sueño ni te vuelves atrás de él. Con amor e infinita paciencia cada día vuelves a soñar lo mismo y quizá alguna vez surjan esos seres que piensas, que sigues pensando.
Y leo en esa oración a San José que suelo recordar últimamente: “Enséñanos cómo se sueña sin más tarde dudar”. Yo soñé una hermosa tierra, con árboles, flores y animales, poema a la naturaleza, oda a tu creación. Y un día descubrí que esa tierra no era más que un erial de duras y ásperas hierbas, ortigas, cardos y ramas espinosas de las que era mejor apartarse, cuanto más lejos mejor. Pero no dudé ni deserté después de ese descubrimiento. La tierra que yo había soñado sigue en mis sueños y la belleza que puso en mi vida no se borra. El principito dice que sería una locura odiar a todas las rosas porque una nos haya pinchado… ¡Hermosa tierra soñada! Las espinas y las ortigas que he encontrado no cambian lo que soñé. Ha quedado el recuerdo y quizá un día, en lugar de las hierbas ásperas, surja de verdad una tierra amable, la de los altos árboles, las variadas flores y los sorprendentes animales. Mi duda no anularía su brisa ni su música, que realmente han sido verdad en mi sueño. Tampoco Tú nos has anulado a nosotros, que en tu sueño somos como tú amor requiere. ¡Soñemos, soñemos! ¡Por miles de amarguras y de espinas que encontremos, la belleza existe y el amor es posible!
Ángela C. Ionescu