Asistimos a un fenómeno inédito en toda la historia: grandes masas de personas, sobre todo en Europa, apostatan de la fe. Siempre ha habido rechazo a Cristo, pero nunca había sido tan masivo y tan orquestado por la sociedad, donde al mal se le llame progreso y el bien es un obstáculo. Estos nuevos desafíos requieren respuestas nuevas. Este libro no da recetas, sólo quiere escudriñar la génesis, causas y consecuencias de este hecho, ya que el hombre no puede vivir sin responder a las grandes cuestiones que se le plantean. Primero explica las razones del ascenso y predominio cultural europeo, debido al feliz encuentro de “la razón”, que estaba llegando a su límite con la fe judeocristiana; luego expone las causas de la situación actual, provocada por divorcio entre razón y fe. En la encíclica “Spe Salvi”, Benedicto XVI comenta unas palabras de Kant en 1795: “Si llegara un día en el que el cristianismo no fuera ya digno de amor, el pensamiento dominante de los hombres debería convertirse en el de un rechazo y una oposición contra él; y el anticristo inauguraría su régimen, aunque breve. A continuación, podría ocurrir, bajo el aspecto moral, el final perverso de todas las cosas”. En esto es en lo que viene a parar una sociedad que elimina a Dios de su horizonte. “Entre Aristóteles y Nietzche no hay término medio” En una sociedad en la que se puede calificar verdaderos infanticidios de “rompecocos” o en la que los embriones humanos son considerados como “pelotas de células que ni sienten ni padecen”, algo muy grave está fallando. Una frase feliz de Alasdair MacIntyre nos pone sobre la pista: “Entre Aristóteles y Nietzche no hay término medio”; o se acepta a Aristóteles y, con él, la capacidad de la razón para superar los límites de la experiencia llegando así al conocimiento de las realidades metafísicas, o reducimos su alcance a sólo aquello que podemos experimentar y comprobar empíricamente, lo que equivale a considerar el mundo como un enigma inexplicable carente de sentido, donde el hombre queda despojado de su propia dignidad. En tal caso no sólo la fraternidad, sino también la igualdad, son mitos e ilusiones y, por consiguiente, la propia democracia es un mito, al igual que la ciencia del derecho. En este caso, el final del camino es el nihilismo. Resulta inútil, por tanto, pretender mantener el edificio de la convivencia humana responsable y de la democracia, toda vez que se han quitado sus cimientos y, aunque se intenta apuntalarlo con todos los medios posibles —dado que el abismo que se abre a nuestros pies es demasiado aterrador y profundo—, comienza a resquebrajarse por sus estructuras más frágiles, como son la vida más inocente de los niños no nacidos y la más débil y menos útil de los enfermos, los minusválidos y los ancianos. Y es que, cuando el hombre abandona a Dios, el mismo hombre queda abandonado a su suerte. Esto es lo que está ocurriendo en nuestra sociedad y lo que el libro pretende contar. Ateísmo práctico y su cohorte de ídolos Pensando en el futuro, es necesario releer al profeta Jeremías: se quejaba de la necedad del pueblo elegido, sabio para lo malo e ignorante para el bien, que, a pesar de las reiteradas llamadas del profeta para su conversión, no le escuchó y, por eso, fue al destierro. Jeremías esclarece los motivos: al agravio esencial que era la contaminación idolátrica, había que añadir el ateísmo práctico, la indocilidad, la lujuria, la opresión social, al tiempo que denunciaba la responsabilidad de las clases dirigentes y de los falsos profetas. ¿Qué decir de esta nueva Europa, elegida por la Providencia como hogar del cristianismo naciente creciera y se desarrollara y luego se extendiera al mundo entero, una vez que está abdicando de su misión, desconoce o rechaza neciamente a Dios y empieza a ser ignorante para el bien y sabia para el mal?: una sociedad que desoye las palabras proféticas de la Iglesia a la que tacha estúpidamente de oscurantistas y fundamentalista. ¿Tendrá que pasar por un período de purificación y destierro para que vuelva a encontrarse consigo misma? En estos momentos el hombre desconoce la esperanza y pretende construir el paraíso en la tierra; pero cuando se pretende instaurar un reino de Dios sin Dios, se desemboca inevitablemente en el “final perverso de todas las cosas”, como auguraba Kant. ¿Qué esperanza queda? Aparte de la acción de Dios que gobierna la historia, lo que el mundo y Europa necesitan en estos momentos son los santos. Siempre han sido necesarios, pero justamente en los momentos de graves crisis en Europa, Dios ha suscitado, como remedio, a los santos. Hoy día ya están presentes entre nosotros los signos visibles de los caminos que Dios está trazando en esta nueva coyuntura histórica, en la más grave crisis moral que ha sufrido la humanidad. Una cosa no podemos olvidar: que Dios lleva la historia. Toda la Escritura desde el principio hasta el Apocalipsis, es testigo de esta verdad. Pero “dado que el hombre sigue siendo siempre libre y su libertad es también siempre frágil, nunca existirá en este mundo el reino del bien definitivamente consolidado” (Spe Salvi 24). En este caso será necesario hacer presente el amor, el mismo amor que animó a los mártires de todos los tiempos a “aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito” (37). Tal vez, hoy día, se nos esté invitando al martirio, puesto que es, quizá, el único modo de convertir a un apóstata, sin olvidar que a los cristianos nos toca completar en nuestros cuerpos lo que falta a la pasión de Cristo, para la salvación del mundo. Pero a pesar de que nuestro mundo está lleno de tantas injusticias, tanto sufrimiento de los inocentes —piénsese en los millones de abortos—, tanto cinismo del poder, Dios no está lejos del hombre. Él revela su rostro precisamente en la figura del que sufre y comparte la condición del hombre abandonado por Dios, tomándolo consigo en Cristo crucificado y resucitado. Dios hace justicia, resucitándonos de entre los muertos, revocando el sufrimiento pasado y dando a cada uno lo que le corresponde, pues habrá un juicio y un amor que no tiene fin (43).