«En aquel tiempo, Jesús salió de nuevo a la orilla del lago; la gente acudía a él, y les enseñaba. Al pasar, vio a Leví, el de Alfeo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: “Sígueme”. Se levantó y lo siguió. Estando Jesús a la mesa en su casa, de entre los muchos que lo seguían un grupo de publicanos y pecadores se sentaron con Jesús y sus discípulos. Algunos escribas y fariseos, al ver que comía con publicanos y pecadores, les dijeron a los discípulos: “¡De modo que come con publicanos y pecadores!”. Jesús lo oyó y les dijo: “No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”». (Mc 2,13-17)
El Evangelio de hoy nos da una palabra de esperanza y viene a iluminar la realidad en que cada día nos vemos inmersos. Comienza el Evangelista relatando con gran sencillez la vocación de Leví, el de Alfeo. Mientras Jesús pasea por la orilla del Lago de Tiberíades, enseñando a todos los que acudían a Él, al ver a Leví lo llamó a seguirle y este, inmediatamente, se levantó y le siguió. El Señor no deja sin respuesta a quien con sincero corazón acude a Él y le pide que le instruya, y no solo con la Palabra de Dios revelada en la Escritura, sino que cada acontecimiento de nuestra vida, de cada día, es una palabra de Dios para nosotros.
Nos invita este Evangelio, por tanto, a dejarnos enseñar por el Señor, pero también a responder con prontitud a Su llamada, cada uno en la vocación concreta a la que está llamado y de acuerdo con su concreta situación.
La llamada que Jesús hace a Leví lleva a este a recibirle en su casa, a darle de comer y a acoger a los publicanos y pecadores, sin acepción de personas. Y Jesús se sienta a comer con ellos, con nosotros. Jesucristo no desprecia al indeseable, al pecador, al orgulloso, al lujurioso, al violento, al egoísta o envidioso, al que está esclavo del vicio, al insoportable, al débil, a ti y a mí… No siente desprecio por nosotros, nos ama profundamente. Se ha hecho hombre, precisamente, por nosotros, por los pecadores, los que cada día sucumbimos al engaño del demonio, que busca nuestra destrucción.
Esta actitud de Cristo nos invita a nosotros a no condenar ni despreciar a quien Él no juzga, a acoger en nuestro hogar y en nuestro corazón a todos aquellos a los que el mundo desprecia, a quienes nos resultan insoportables, a los que son débiles, a quienes viven engañados por el demonio, esclavos del mal, pero también, si nos sentimos débiles y hasta despreciables, a sabernos amados y salvados por el Señor, que tiene poder para curarnos a todos.
Por eso, ánimo, esta Palabra nos llena de esperanza y de alegría, porque hoy es un día nuevo. No nos miremos a nosotros mismos, porque lo único que encontraremos será pobreza y debilidad. Levantemos nuestra mirada al Señor, que hoy, día 19 de enero de 2013, nos llama y nos dice: ahora ven y sígueme, porque he venido a salvarte, a ti, pecador.
Lourdes Ruano Espina