Lo quieras reconocer o no, la rutina modernista de tu vida recibe un formidable toque de atención por la Navidad… Cierto que muchos confunden la conmemoración del Nacimiento del Hijo de Dios con la ocasión de comer y beber mejor o de bailar y cantar más; pero aún éstos, que pueden ser la mayoría, se ven invadidos por cierta sensación de que algo de su propia vida podría ser distinto a partir de la Navidad que, quiérase reconocer o no es bastante más, infinitamente más que el “solsticio de invierno” o la ocasión de vender más por parte de tiendas y grandes almacenes: sucesivos posos de historia, de más en más ilusionantes e ilustrativos, lo van señalando cuando no demostrando. Antes de que sucediera ya estaba escrito:
“Serán benditas en ti todas las familias de la Tierra” (Gen.123). “Fue suyo el señorío de la Gloria y del Imperio; todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron y su dominio es eterno, que no acabará nunca y su Imperio, imperio que nunca desaparecerá” (Dan.714). “Belén de Efrata, pequeño para ser contado entre las familias de Judá, de tí saldrá quien señoreará de Israel y se afirmará con la fortaleza de Yavé… Habrá seguridad porque su prestigio se extenderá hasta los confines de la Tierra” (Miq.5,2). “Brotará una vara del tronco de Jesé y retoñará de sus raíces un vástago sobre el que reposará el espíritu de Yavé, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de entendimiento y de temor de Yavé… No juzgará por vista de ojos ni argüirá por lo que oye, sino que juzgará en justicia al pobre y en equidad a los humildes de la Tierra” (Is. 11,15). “Porque nos ha nacido un Niño, nos ha sido dado un Hijo, que tiene sobre sus hombros la soberanía y que se llamará maravilloso consejero, Dios fuerte, Padre sempiterno, Príncipe de la Paz” (Is. 96).
Nació en Belén, durante la llamada Pax Augusta, y “fue condenado a muerte por Poncio Pilatos, procurador de Judea en el reinado de Tiberio”. Tácito, historiador romano del siglo II, da fe ello y lo hacen otros escritores de la época, como Luciano, que se refiere al “sofista crucificado empeñado en demostrar que todos los hombres son iguales y hermanos”. Pero sobre todo… está el testimonio de cuantos lo conocieron que pudieron decir “Todo lo hizo bien” (Mc. 7, 37). A muchos de ellos tal testimonio les costó la vida..
Claro que su prestigio ha llegado ya hasta los confines de la Tierra. Y todo lo hizo bien porque, efectivamente, sobre El reposa el Espíritu de Sabiduría y de Inteligencia, Espíritu de consejo y de fortaleza, Espíritu de entendimiento y de temor de Dios. No se guía por las apariencias, sabe leer en el fondo de los corazones y, por lo tanto, juzga en justicia a todos los hombres.
Coeterno con el Padre, nació de mujer y, con este natural acto, su normal pertenencia a la sociedad de la época, de cuyos problemas se hizo partícipe, su apasionada práctica del Bien y una Muerte absolutamente inmerecida pero ofrecida al Padre por todos los crímenes y malevolencias de la Humanidad, mostró el Camino, la Verdad y la Vida para la acción diaria de todos y cada uno de nosotros..
Gracias a su Vida, Muerte y Resurrección, nuestro Hermano Mayor proyecta sobre cuanto existe la Personalidad de un Dios que se hizo Hombre.
Desde entonces, todos podemos incorporarnos a su equipo para responder cumplidamente al apasionante desafío de “amorizar la Tierra”. Habremos de hacerlo en personal y continua expresión de Acción Solidaria; será ello nuestra personal forma de colaborar en la divina tarea de culminar la Evolución, de participar en la obra de la Creación en marcha porque “estamos llamados a ser como dioses” (San Pablo), si nos dejamos arrastrar por la corriente del Amor ¡Claro que sí!
Así lo entendieron y lo siguen entendiendo las personas de buena voluntad que aman al prójimo como a sí mismos, tal como a partir de los testimonios del Hijo de Dios, hecho Hombre, lo entendieron y lo siguen (¿seguimos?) entendiendo los que obraban y siguen (¿seguimos?) obrando los llamados a ser la “Sal de la Tierra”:
“Los buenos cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra, ni por su habla, ni por sus costumbres. No habitan en ciudades exclusivamente suyas, ni hablan una lengua extraña, ni llevan un género de vida aparte de los demás…, sino que, habitando ciudades de cualquier punto, según la suerte que a cada uno le cupo, y adaptándose en vestido, comida y demás género de vida a los usos y costumbres de cada país, dan muestras de un tenor de peculiar conducta, admirable, y, por confesión de todos, sorprendente…/Lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo. El alma está esparcida por todos los miembros del cuerpo y cristianos hay por todas las ciudades del mundo. Habita el alma en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; así los cristianos habitan en el mundo, pero no son del mundo…/El alma ama a la carne y a los miembros que la aborrecen, lo mismo que los buenos cristianos, aman también a los que les odian. El alma está encerrada en el cuerpo al que mantiene vivo; del mismo modo, los buenos cristianos están detenidos en el mundo como en una cárcel, pero ellos son los que mantienen la trabazón del mundo”.
Son párrafos tomados del llamado “Discurso a Diogneto”, documento redactado por un predicador anónimo del Siglo II. Siguen siendo una invitación a renacer por Navidad ¿verdad? como lo sigue su inspiración fundamental:
“Sois la sal de la Tierra, sois la luz del Mundo” y “puesto que sois la luz del Mundo… si no se puede ocultar la ciudad asentada sobre un monte, ni se enciende una lámpara para ponerla bajo el celemín sino sobre un candelero para que alumbre a cuantos hay en la casa, vuestra luz ha de iluminar a los hombres” (Mt 5, 1316).
Antonio Fernández Benayas.