Alicia V. Rubio Calle | De Profesionales por la Ética
A&A (Análisis/Actualidad): Año VIII, número 11 (315) | Del 29 de abril al 12 de mayo de 2014
Enredando por facebook, me he encontrado con unas páginas de ateos. No tengo nada en contra ni a favor de los ateos. Allá cada cual con su cosmovisión, su filosofía y su vida. Sin embargo el problema es que su principal objetivo no era reivindicar su creencia en la no existencia de Dios, sino ridiculizar e insultar a los creyentes como personas ignorantes y manipulables, y despreciar a las religiones, con especial énfasis en la religión cristiana, en general y católica, en particular.
Les pedí que, puesto que acusaban a los creyentes de no poder aportar una sola prueba científica de la existencia de Dios, me aportaran ellos una prueba de la no-existencia de Dios.
No la hay. Tanto una como otra creencia, si Dios existe o no, se basan en sentimientos, sensaciones o convicciones íntimas. Quien cree en Dios es porque ha percibido cerca su presencia, pero no porque pueda aportar fotografías de Dios, o evidencias incuestionables del tipo que piden los ateos (aquí, Dios y yo tomando un café y posando para la foto). El que no cree en Dios, simplemente lo dice porque está convencido de que no existe, pero no tiene ningún documento que lo certifique (aquí, una foto de los confines de universo donde se ve que no hay nadie). Y cuando dicen que Dios no existe porque no se le ve, ni hay datos de su presencia, no hay más que recordar que la antimateria no “existía” hasta ayer mismo pero, sin embargo, estaba ahí. Porque las cosas no existen por el hecho de que las hayamos descubierto o no.
Al final, resulta que los «negadores» de Dios son, tal y como acusan a los creyentes (y uso su vocabulario), «una secta que basa sus creencias en sentimientos, pero no en evidencias». Justamente de lo que acusan a los creyentes. ¡Qué ironía del razonamiento lógico!
Sin embargo hay algo más que nos diferencia a unos y a otros: el ateo es una persona sin ambiciones, alguien que se amolda a la no evidencia racional de trascendencia, resignado a los dictámenes de la biología: nacer crecer y morir. Y todo se acaba.
El creyente, en cambio, es un rebelde de la biología que se niega a asumir un final corpóreo para un deseo de eternidad. La rebeldía del que se revuelve contra la muerte y se aferra al infinito buscando una trascendencia. La rebeldía del que, contra toda evidencia, defiende a íntima sensación que Alguien puso en algún lugar de su biología.
Saben, los ateos se enfadaron porque no pudieron presentar pruebas contra la existencia de Dios, se enfadaron más porque leS hice ver que eran creyentes de una secta «nodio»” pero, lo que peor les sentó, es que les llamara conformistas, personas sin rebeldía, resignados a ser sólo biología.
En este mundo sin Dios, no hay ningún mérito en aceptar lo comúnmente aceptado, lo socialmente impuesto. El mérito esta en seguir la propia convicción frente a los que están «de vuelta» sin haber, siquiera, iniciado el viaje.
1 comentario
Fantastico todo lo que escribe!