Los cristianos de Irak están sufriendo la violencia de los yihadistas del Estado Islámico, que les amenazan con ser asesinados si no se convierten al Islam. Más de 120.000 cristianos de Mosul y la región de Nínive se han visto obligados a huir de sus casas por miedo a los terroristas y ahora viven en las calles, colegios, hospitales, iglesias y campos de refugiados en el Kurdistán iraquí. Ante esta alarmante situación, y siguiendo las continuas llamadas del Papa Francisco a la oración por los cristianos perseguidos, la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada ha puesto en marcha una colecta a favor de los refugiados de Irak para proporcionarles alimentos, ropa, alojamiento y medicinas.
Las Madres Carmelitas Descalzas del Convento de la Encarnación en Boadilla del Monte (Madrid) se han sumado a esta iniciativa a través de un rastrillo llevado a cabo durante los pasados 13 y 14 de septiembre. Según cuenta la Madre Carmen, superiora del convento, “recibimos una carta de AIN pidiéndonos colaboración para los cristianos perseguidos en Irak y otros países de Oriente Medio, y en el corazón de varias hermanas surge la idea de ayudar por medio de un rastrillo. Ello fue cogiendo fuerza y todas a una nos pusimos a hacer labores: monjitas de tela, de goma eva, de marquetería, rosarios, cuadros, escapularios, preparar membrillos, golosinas, bizcochos, dulces… También invitamos a la gente a traer enseres y se han volcado. El resultado ha sido excelente; las Hermanas sosteniéndolo con la oración y fuera un grupo de voluntarios al frente de las mesas y atendiendo a todos con gran caridad y alegría”.
El rastrillo carmelitano ha sido un ejemplo de entrega y desprendimiento hacia nuestros hermanos en Oriente Medio, al tiempo que ha supuesto una inyección de esperanza al demostrar que en nuestra sociedad todavía es posible la solidaridad con el sufrimiento ajeno.
“Ha sido el rastrillo de la generosidad —explica María Rampérez, una voluntaria—: generosidad de las Hermanas Carmelitas, que cedieron su intimidad y su retiro del domingo (era el día de la Exaltación de la Santa Cruz, en el que ellas renuevan sus votos); generosidad de las personas que, desde unos días antes y hasta última hora, llevaban sus tesoros —nada de trastos viejos— para ser vendidos; generosidad de los colaboradores voluntarios y, por supuesto, generosidad de cuantos han contribuido con sus donativos a socorrer materialmente estas necesidades. El torno del convento, que era el centro de reunión y de logística, dejó de tener horario y el timbre no paraba. La hermana tornera, Sor María Dolores de San José, siempre se mostraba alegre y paciente, y eso que no la dejábamos en paz; por esa especie de ventanuca salían sin cesar objetos para vender, dulces, postres, cajas de uvas y verduras, agua y comida para las voluntarias… Y, claro está, no faltó el amor y la alegría de las Hermanas”.
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