En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: – «Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo.» Por eso los judíos tenían más ganas de matarlo: porque no sólo abolía el sábado, sino también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios. Jesús tomó la palabra y les dijo: – «Os lo aseguro: El Hijo no puede hacer por su cuenta nada que no vea hacer al Padre. Lo que hace éste, eso mismo hace también el Hijo, pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que él hace, y le mostrará obras mayores que ésta, para vuestro asombro. Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere. Porque el Padre no juzga a nadie, sino que ha confiado al Hijo el juicio de todos, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre que lo envió. Os lo aseguro: Quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna y no se le llamará a juicio, porque ha pasado ya de la muerte a la vida. Os aseguro que llega la hora, y ya está aquí, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan oído vivirán. Porque, igual que el Padre dispone de la vida, así ha dado también al Hijo el disponer de la vida. Y le ha dado potestad de juzgar, porque es el Hijo del hombre. No os sorprenda, porque viene la hora en que los que están en el sepulcro oirán su voz: los que hayan hecho el bien saldrán a una resurrección de vida; los que hayan hecho el mal, a una resurrección de juicio. Yo no puedo hacer nada por mí mismo; según le oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.» (San Juan 5, 17-30)
COMENTARIO
Cada apóstol tiene unas cualidades, una misión. Juan, —el teólogo del grupo— más que narrar la historia —desde su punto de vista— vivida con Jesús, nos realiza una descripción detallada y profunda de quién es para él el Hijo de Dios y nos muestra la belleza del pensamiento del Padre en su Hijo Jesucristo.
Juan identifica a Jesús con el Padre y confirma esta unicidad en las obras que Jesús realiza. Ayer veíamos como Jesús curaba a un hombre que llevaba 38 años incapacitado, sin hacer nada, en una vida sin sentido.
Dt 2,14 nos cuenta que Israel pasó 38 años en Cadés Barnea, dónde murió toda la generación de los hombres de guerra. Lo importante es que este pueblo ha estado 38 años perdiendo el tiempo inútilmente, dando rodeos debido a la incredulidad y desobediencia y no fiarse del poder de Dios que ya habían experimentado.
Juan nos presenta a Jesús que realiza de nuevo el memorial de salvación a través de este hombre, como Dios hizo con el Pueblo de Israel; por eso pone en palabras de Jesús: «El Hijo no puede hacer por su cuenta nada que no vea hacer al Padre. Lo que hace éste, eso mismo hace también el Hijo, pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que él hace».
Esta palabra es tan sencilla como profunda. Jesús obra lo que oye al Padre porque busca no hacer su voluntad sino la del Padre. Por eso reza la Iglesia cada día: «Si hoy escucháis su voz no endurezcáis el corazón». La sencillez de esta Palabra está en el «Hágase» de María. Ella oyó al Padre y dijo sí a su voluntad haciéndose una con Él. Eso es ser cristiano. Porque cuando nos hacemos uno con Él ya no importa nuestra pequeñez, nuestra capacidad, nuestras obras sino lo que Él tenga a bien realizar a través nuestro. Ese es el mensaje profundo que nos quiere transmitir Juan y que él ha vivido desde su debilidad. Todo el Evangelio de Juan rezuma esta sabiduría profunda de la Trinidad que busca hacer una con su Iglesia: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él» Por eso el Señor nos invita en este tiempo de Cuaresma dar muerte al desobediente que no ha querido —por miedo a la muerte— fiarse y entrar en la Tierra Prometida.
Juan nos invita a poseer el cielo. No hay que hacer grandes cosas. María nos ha mostrado el Camino. El que escucha y cree la Palabra del Padre tiene Vida Eterna y participará en el Juicio de Dios: La misericordia. Este mundo desesperanzado necesita conocer el mensaje de que hay una posibilidad, que no está todo perdido porque Dios ha hecho un juicio en Jesucristo: el amor sin límites.
La única forma de disfrutar los 50 días pascuales es dejando a Dios SER en nuestra vida. Abandonando la «simulación», como dice el profeta y el Papa Francisco.
El Papa San Juan Pablo II se unía al salmista al inaugurar su pontificado en 1978: ¡No tengáis miedo a abrir de par en par las puertas a Cristo!
—¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las puertas eternales: va a entrar el Rey de la gloria.
— ¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios del Universo, él es el Rey de la gloria. (Sal 24, 9-10)