En aquel tiempo volvió Jesús a casa y se juntó tanta gente, que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque decían que no estaba en sus cabales.
Unos letrados de Jerusalén decían:
–Tiene dentro a Belcebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios.
El los invitó a acercarse y les puso estas comparaciones:
–¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino en guerra civil, no puede subsistir; una familia dividida, no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa.
Creedme, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre.
Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo.
Llegaron su madre y sus hermanos, y desde fuera lo mandaron llamar.
La gente que tenía sentada alrededor le dijo:
–Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan.
Les contestó:
–¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?
Y paseando la mirada por el corro, dijo:
–Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre (San Marcos 3, 20-35).
COMENTARIO
La familia de Jesús quiso llevárselo a casa, retirarle de su vida pública, de su misión, porque pensaban que esta fuera de sus cabales, es decir, que estaba loco, que no razonaba, que no actuaba con sentido común, y fueron a llevárselo a casa, con su madre. Los escribas, grandes conocedores de las Escrituras y la ley de Dios, pensaban que Jesús tenía dentro de sí a Belcebú. Los más cercanos le consideraban un loco, y los expertos en la Escritura un endemoniado. Menuda fama. Pero Jesús les invita a acercarse y les habla en parábolas, que están apoyadas por los hechos: Jesús expulsa los demonios para librarnos de la esclavitud del demonio.
Y Jesús dice algo sorprendente: “en verdad os digo que todo se les puede perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan”. Habla con autoridad, como Hijo de Dios. Y con autoridad afirma algo terrible: “pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás”. ¿Qué quería decir Jesús con estas palabras? ¿Cómo es posible que Jesús, todo manso y misericordioso, que ha venido al mundo para salvarnos a todos diga esta afirmación tan terrible?
El Evangelio continúa diciendo que: “se refería a los que decían que tenía un espíritu inmundo.” ¿Acaso podrá salvarse aquel que diga que el Espíritu Santo, que es Dios, que habita en Jesús, el Hijo Único de Dios, es el espíritu de Belcebú? Es imposible: “cargará con su pecado para siempre”. Porque si rechazas la única salvación universal que ha dispuesto el Padre, a Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, cómo podrás salvarte?
Los hermanos y hermanas de Jesús – los primos- sus familiares, su madre, le van a buscar para llevárselo a casa. Pero Jesús ha venido al mundo a hacer la voluntad de su Padre. Jesús ha venido al mundo para una misión, para salvarnos a nosotros: “estos son mi madre y mis hermanos”. Para que tras su muerte y resurrección recibamos gratis el Espíritu Santo y podamos hacer la voluntad del Padre: “el que haga la voluntad de Dios ese es mi hermano y mi hermana y mi madre”. Si rechazamos el Espíritu Santo no podremos entrar en el Reino.