En aquel tiempo, Jesús y los discípulos volvieron a Jerusalén y, mientras paseaba por el templo, se le acercaron los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos y le preguntaron: «¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?»
Jesús les respondió: «Os voy a hacer una pregunta y, si me contestáis, os diré con qué autoridad hago esto: El bautismo de Juan ¿era cosa de Dios o de los hombres? Contestadme.»
Se pusieron a deliberar: «Si decimos que es de Dios, dirá: «¿Y por qué no le habéis creído?» Pero como digamos que es de los hombres…» (Temían a la gente, porque todo el mundo estaba convencido de que Juan era un profeta.) Y respondieron a Jesús: «No sabemos.» Jesús les replicó: «Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto (San Marcos 11,27-33).
COMENTARIO
Mira que nos gusta mandar y además, si es posible, tener la máxima autoridad, llevar la razón y por supuesto que no nos salgan competidores. Es decir que nos pasamos la vida trabajando duro, pero duro para conseguir dinero, porque el dinero confiere poder, mucho poder y autoridad. Hoy, políticamente hablando, está muy de moda conseguir poder a cambio de lo que sea y en todos los casos nos hacemos los sordos a la palabra de Dios y en alguna ocasión con hipocresía.
Este es un asunto fundamental en la vida de cada persona: ¿Quién tiene la autoridad final en el gobierno de nuestra vida? ¿A quién deben obedecer los hombres? ¿Quién tiene la última palabra en el debate sobre cuestiones espirituales, morales o sociales? ¿Por qué los padres tienen autoridad sobre sus hijos, los gobernantes sobre sus ciudadanos, los sacerdotes sobre la Parroquia? Para contestar estas preguntas, necesariamente tenemos que plantearnos primeramente de dónde proviene la autoridad. Y para responder esta pregunta tenemos básicamente dos opciones: o la autoridad proviene de Dios, o del hombre.
Esta tendencia a la autoridad suprema estaba ya presente en los sumos sacerdotes, los escribas, los ancianos en el tiempo de Jesús.
La autoridad de Jesús fue cuestionada, haciendo admitir a su adversarios en su silencio, el origen divino del Bautismo de Juan, un bautismo de penitencia y conversión, les está revelando y obligando a reconocer un origen idéntico para su propia misión y actividad, cuyo objetivo es igualmente el de llamar a la conversión. Su actuación responde, por tanto, a la autoridad divina que se le ha conferido. Es un enviado de Dios.
También nosotros hoy podemos recibir mensajes embaucadores, preguntas capciosas, situaciones en las cuales se nos quiere poner o en contra de Jesús o que dejemos nuestras convicciones más profundas. Queda claro que nosotros no cuestionamos la palabra de Dios y es a la que hemos de remitirnos siempre: la única autoridad legítima y auténtica es la que proviene de ÉL.
Gracias Señor por las grandes oportunidades que me das para crecer y poder ejercer mi función evangelizadora para aquel que lo necesite.