En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a si mismo, tome su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará. ¿Pues de qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá, con la gloria de su Padre, entre sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta. En verdad os digo que algunos de los aquí presentes no gustarán la muerte morirán hasta que vean al Hijo del hombre en su reino». (Mateo 16, 24-28)
Cuentan que cuando Santo Tomás Moro estaba a punto de morir le instaron a que renegase de su fe y firmase lo que Enrique VIII le exigía para librarlo de la muerte. Entonces Tomás se negó de nuevo a hacerlo y respondió: “es una cuestión de amor”. ¡ Qué profundidad sobrenatural la que subyace detrás de esta respuesta! El martirio, la muerte, el dejar esta vida por no ser infiel a Jesucristo es sencillamente una cuestión de amor. Y es que es eso, sin más, lo que es la cruz, pues la cruz es el amor más grande.
Si lográsemos mirar la cruz de esta manera muchas cosas cambiarían en nuestras vidas. Todo se nos haría más fácil y liviano porque la cruz no viene a destrozarnos sino a enseñarnos la ciencia del amor.
La cruz es maestra de vida. Nos enseña que en la vida es importante la exigencia, el sacrificio, la entrega, al fin de al cabo el amor. Es más la vida sin cruz está falta de peso, le falta solidez, es como un cuerpo al que se le sustrayese el esqueleto. La cruz cimenta el ser humano y le permite construir sobre bases sólidas. La cruz es algo positivo, bueno que ennoblece a la persona y le da la posibilidad de sacar lo mejor de sí misma.
El Señor quiere lo mejor para los suyos como el buen padre de familia que desea y trabaja para dar a sus hijos lo mejor. Por eso el Señor manda cruz a sus hijos predilectos para que puedan amar hasta el extremo y gozar hasta el extremo. Porque Dios sabe unir cruz y gozo, fracaso y gloria, pérdida y ganancia.
El pagará a cada uno según su conducta, su conducta ¿ante qué? Pues sobre todo ante el escándalo de la cruz. Cuando vienen las dificultades, las pruebas, las oscuridades, las contradicciones muchos abandonan a Jesús tal y como ocurrió en los días de su Pasión. Pero Jesús quiere que en esos momentos permanezcamos más unidos a El que nunca para poder resucitarnos y llenarnos de gozo en el momento que El tenga fijado en su divino calendario.
Ser perdedores. A esto nos llama Cristo. Tenemos que dejar que Dios y los otros nos ganen la partida. Perder, perder cada día algo y cada día más. Perder derechos propios, perder criterios y juicios propios, perder todo aquello que el Espíritu Santo nos invite a perder.
El que pierde gana. La santidad es una decisión, una decisión de amor. Si perdemos con Cristo y como Cristo un día ganaremos con El.
Apúntate a perder y nada ni nadie podrá quitarte tu alegría.