«En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: “Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es válido. Hay otro que da testimonio de mí, y sé que es válido el testimonio que da de mí. Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él ha dado testimonio de la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para que vosotros os salvéis. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un instante de su luz. Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan, las obras que el Padre me ha concedido realizar; esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado. Y el Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí. Nunca habéis escuchado su voz, ni visto su semblante, y su palabra no habita en vosotros, porque al que él envió no le creéis. Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no queréis venir a mí para tener vida! No recibo gloria de los hombres; además, os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros. Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibisteis; si otro viene en nombre propio, a ese si lo recibiréis. ¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios? No penséis que yo os voy a acusar ante el Padre, hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza. Si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero, si no dais fe a sus escritos, ¿cómo daréis fe a mis palabras?”». (Jn 5,31-47)
Cuando escribo esta líneas aún no se ha elegido al nuevo Papa y para mí es inevitable el eco de las últimas intervenciones del Romano Pontífice emérito; voy a evocar en atención al comentario que nos ocupa , la homilía del día de su ochenta y cinco cumpleaños , 16 de abril de 2012 , cuando no se había ni siquiera barruntado la sospecha de su renuncia: “Me encuentro ante el último tramo del camino de mi vida y no sé lo que me espera. Pero sé que Él ha resucitado , que su luz es más fuerte que todo mal de este mundo . Y esto me ayuda a avanzar con seguridad”.
El evangelio que hoy contemplamos nos habla del testimonio, en este caso de Jesús. Testimonio refrendado por sus milagros, por Juan Bautista y por la Escritura. Y aún así no le conocen. Este pueblo de dura cerviz , que se aferra a la Ley mosaica y se hace esclavo de ella, cegado por sus antiguas seguridades es incapaz de ver que de Dios puede venir “lo nuevo”.
A pesar del paréntesis del tiempo esto sigue pasando. Así, muchos que decimos llamarnos cristianos, que pertenecemos a determinadas estructuras sociales, a agrupaciones sindicales y políticas, a gremios de la sanidad, de la banca, etc. que no entienden el mensaje de Jesús o lo acomodan y sesgan, haciendo del ejercicio de sus profesiones corruptelas que llegan a violar los derechos humanos, dejándonos llevar por intereses mezquinos y egoístas .
Decimos creer en Dios, y al estilo de los fariseos cumplimos la Ley (confesamos, vamos a misa, comulgamos, damos unas monedas, nos apuntamos a peregrinaciones, participamos en cofradías, rezamos antes de comer….) somos “los judíos del Evangelio”: ¡ perfectos! O al menos eso creemos. Cuando realmente nos falta el valor del testimonio. Si alguien quiere reconocer a un cristiano, debería de hacerlo no en base a sus intenciones , sino por su forma de vida , del día a día; y en cambio, vivimos secularizados en el matrimonio, la familia, el bien común y la distinción del bien y del mal.
Hemos cambiado el relativismo que viene del mundo por el discernimiento que viene de Dios. Dejamos que los lazos familiares sufran un paulatino deterioro, la santidad del matrimonio ¡no está!, y ocupa su lugar el divorcio, el aborto, y las uniones entre personas del mismo sexo. Los hijos no vienen porque ¡me quitan la libertad! (¿De qué libertad me hablas? De la libertad de ofrecérmelo todo a mí mismo). Dejamos que los medios de comunicación que frecuentemente atacan a la Iglesia entren en nuestros hogares sin control, debilitando la moral y la fe de los sencillos y de los jóvenes . Y es que este es nuestro testimonio, pero Él nos conoce, y nos dice hoy: “No tenéis en vosotros el amor de Dios. Yo he venido en nombre de mi Padre , y no me recibís ; si otro viene en su propio nombre a ése le recibiréis. ¿ Cómo podéis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros, y no buscáis la gloria que viene del único Dios?”.
Porque negamos con nuestra vida al que proclamamos como Señor de la historia. Por esto, hoy mas que nunca es necesaria la conversión. Pero la conversión del seno de esta Iglesia católica a la que decimos pertenecer, donde se han colado corrientes relativistas y se ha instalado el “buenismo” de un mundo mejor y donde el anuncio de los novísimos es algo tabú, dejando en la penumbra las preguntas acerca del sentido de la vida y el anuncio kerigmático del Evangelio, mientras la humanidad se muere a chorros.
La Iglesia no es la comunidad de los que no necesitan médico , sino una comunidad de convertidos que viven de la gracia del perdón, y una vez vivida, la transmiten. Pero para vivir esta gracia hay que haber experimentado la expiación de la culpa, entonces es cuando me hago semejante a Cristo, recuperando la imagen a cuya semejanza he sido creado; esa imagen que el príncipe de este mundo no soporta y por eso intenta constantemente borrar y mancillar, inoculándonos el miedo a la muerte.
Decía Benedicto XVI : “… pero sé que Él ha resucitado, que su luz es más fuerte que cualquier oscuridad…”. Si hemos experimentado esto, entonces aparecerá “un resto”.
He comenzado con las palabras de Joseph Ratzinger y me gustaría acabar con palabras suyas también; palabras pronunciadas en una radio-conferencia dada por él en el año 1968 , cuando era un joven sacerdote catedrático en Tubinga, con el título: “¿Bajo qué aspecto se presentará la Iglesia en el año 2000?”. Entre otras cosas y ante esta reflexión dijo: “El futuro de la Iglesia puede venir y vendrá también hoy solo de la fuerza de quienes tienen raíces profundas y viven de la plenitud pura de su fe. El futuro no vendrá de quienes solo dan recetas. No vendrá de los que solo de adaptan al instante actual. No vendrá de los que solo critican a los demás y se toman a sí mismos como medida infalible. Tampoco vendrá de quienes eligen solo el camino más cómodo, de quienes evitan la pasión de la fe y declaran falso y superado, tiranía y legalismo, todo lo que es exigente para el ser humano, lo que causa dolor y le obliga a renunciar a sí mismo. Digámoslo de forma positiva : el futuro de la Iglesia , también en esta ocasión, como siempre, quedará marcado de nuevo con el sello de los santos. Esperan tiempos muy difíciles para la Iglesia, pero de las pruebas surgirá una Iglesia interiorizada y simplificada, diezmada, pero con gran poder de atracción, porque los seres humanos serán indeciblemente solitarios en un mundo plenamente planificado. Experimentarán, cuando Dios haya desaparecido totalmente para ellos, su absoluta y horrible pobreza. Y entonces descubrirán la pequeña comunidad de los creyentes como algo totalmente nuevo. Como una esperanza importante para ellos, como respuesta que siempre han buscado a tientas”.
No por casualidad , Benedicto XVI ha declarado este año como “El Año de la fe”.
Juan M. Balmes