Desde el versículo 13 de este capítulo 8, del evangelio de Juan, se nos muestra a Jesús en el Tesoro del templo, discutiendo con los fariseos sobre su condición de Mesías esperado. Primero le acusan, como hemos oído en el evangelio hace unos días, de dar testimonio de sí mismo y Jesús responde que Juan lo ha dado y no le han creído, lo dan sus signos y lo da su Padre. En esta interesantísima discusión entra el tema, para los fariseos intocable, de Abrahám y le acusan de estar endemoniado.
No hay pecado mayor que acusar a Cristo de ser el señor de la maldad. Muchos afirman que este es el pecado contra el Espíritu Santo, que Jesús afirmó en otro lugar que no podrá ser perdonado.
Le acusan de endemoniado porque les dice claramente quién es. Pero diga lo que diga no estan abiertos y dispuestos a dejarse convencer. Esa frase, que, a los que intentamos seguirle, nos resulta tan consoladora: “ En verdad os digo: “quien guarda mi palabra no verá la muerte para siempre” es para ellos motivo de escándalo. Él sigue dándoles pruebas de que procede de Dios, sus signos milagrosos deberían convencerles, pero no quieren. Se aferran a que hace el bien en sábado. Pero Jesús ya había dicho: “No se hizo el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre”. El sábado es la ley, los sacerdotes, los ritos y todo el entramado de lo eclesial, que ha de proponerse, como único fin, llevar al ser humano a Dios.
Los fariseos tienen la postura de los que se abrazan a un ideario dado, hacen de él su fortaleza y se niegan a abrirse al razonamiento, a la intuición o la llegada de la gracia. Es el germen del fanatismo. Todo es inamovible porque, si se abren, se desmoronan sus seguridades; este camino dado e impuesto por ley, les da la certeza de pertenecer al grupo de los “buenos”, los que cumplen. Esta rígida postura les hace imposible cuestionarse nada, analizar, mucho menos dejarse iluminar por lo misterioso, lo inalcanzable. La gracia llega a los que no se esconden tras los muros, es preciso intentar mantenerse blandos y tiernos, para que llegue hasta dentro el aguijón del Dios del amor.
Nosotros juzgamos hoy duramente a los fariseos, decimos: Atados a leyes y tradiciones tenían el corazón cerrado.
Me inquieta la pregunta de cómo hubiéramos actuado nosotros ante la llegada de un profeta así: renovador, alejado de riquezas y prerrogativas, abierto y tierno con pobres y marginados, incluso respaldado por sus signos de curación a destiempo. Seguro que habría grupos hoy que, ante un profeta aplaudido por los alejados de la iglesia, mostrara sus reticencias y su rechazo. “No nos gusta que le aplaudan los ‘enemigos’”. Como decían de Jesús: “Come con pecadores y se deja tocar por una mujer pública.”
Más adelante, ante las diatribas de los fariseos , Jesús hace una pública declaración de su condición de Mesías, pocas veces declara tan rotundamente que es hijo de Dios, eterno: “Antes de que Abrahám existiera yo soy”. Creo que es una magnífica frase para la meditación.
Los cristianos no seguimos a un Jesucristo “super star”, un hombre carismático, bondadoso, respaldado por signos maravillosos, que nos hace propuestas de justicia y solidaridad, no, es mucho más: somos seguidores de l Dios único y trinitario, que nos mandó a su propio hijo para dar testimonio de su existencia y de su único mandato: el amor a Él , nuestro padre, y a los hermanos como a nosotros mismos.