«Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?”. Ellos contestaron:”«Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas”. Él les preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Pedro tomó la palabra y dijo: “El Mesías de Dios”. Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió: “El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día”. (Lc 9, 18-22)
Para un cristiano parece fácil responder a la pregunta que hace Jesús a sus discípulos, quedaría absurdo responder otra cosa. Pedro responde en nombre de todos los apóstoles con una convicción total, absoluta; no tienen ninguna duda de que Jesús es el Mesías esperado por Israel, y ciertamente lo es. Ahora bien, ¿qué entienden ellos por Mesías?, ¿qué esperan de Él?; una vez lo han reconocido, Jesús se apresura a explicarles su misión, para qué ha venido realmente al mundo; tienen que conocer la verdad, no pueden estar engañados en esto. El mismo Pedro, que ha reconocido y confesado de manera tan impetuosa la divinidad de Jesús, se escandalizará y se llevará una reprimenda muy seria (Mt 16, 23) del Maestro cuando este les dice abiertamente qué es lo que va a pasar; la muchedumbre que seguía a Jesús se aparta cada vez más de Él y al final muchos acabarán pidiendo su muerte.
Es importante para nosotros también hacernos esta pregunta todos los días: ¿quién es para mí Jesús de Nazareth?, ¿qué es lo que espero hoy de Él?; en función de lo que respondamos veremos el cielo abierto o nos sentiremos frustrados, por no decir defraudados.
Siempre hemos tenido mucha facilidad para hacernos una imagen de Dios a nuestra medida, de forma que no nos incomode demasiado; lo que normalmente esperamos de Él, y así se lo pedimos, es que cambie lo que es externo a nosotros mismos para que la vida se nos haga más cómoda. Pero Dios es “el que es”, no se ajusta a nuestros patrones, no podemos manejarlo a nuestro antojo; sus pensamientos y sus caminos no son los nuestros, y Él se ha querido dar a conocer a través de su Palabra, la cual se hizo carne en su Hijo y puso su morada entre nosotros.
En resumidas cuentas, Dios es amor y ha venido al mundo para hacer justicia, no la que esperaba Israel, no la que espero yo casi todos los días, sino su justicia, esto es, mostrar al mundo cuál es la Verdad, con mayúscula, no mi verdad mezquina y cambiante, dónde está la verdadera felicidad para el hombre, y esto lo ha hecho a través de su Hijo.
Esta verdad no es otra que el amor hasta el extremo que ha mostrado Jesucristo muriendo en la cruz cargado con los pecados de los hombres, amando y perdonando a aquellos que le mataban, es decir, a nosotros. Este amor hasta dar la vida no se lo quedó para Él, sino que nos ha dado a los hombres la posibilidad de participar de él gratuitamente por el Espíritu Santo, porque Cristo resucitado, sentado a la derecha del Padre, ha derramado su Espíritu sobre toda carne para que nuestra vida pueda adquirir una dimensión nueva, una dimensión celestial.
Manuel O’Dogherty