En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino, preguntó a sus díscípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?»
Ellos le contestaron: «Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?»
Pedro le contestó: «Tú eres el Mesías.»
Él les prohibió terminantemente decirselo a nadie. Y empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días.» Se lo explicaba con toda claridad.
Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!»
Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará» (San Marcos 8, 27-35).
COMENTARIO
¿Quién dice la gente que soy yo? Y vosotros ¿quién decís que soy?
La primera pregunta sólo sirve para preparar y enfatizar la segunda, que es la auténtica, la que de verdad le interesa al Señor hacernos. Cuesta trabajo creer que a Jesús le importe de verdad la opinión de la gente, como si de un famoso se tratase preocupado por sus seguidores en las redes sociales. Jesús no pierde el tiempo en esos asuntos. Él ya sabe bien quien es al margen de lo que piense la gente, la verdad no depende de opiniones, es la que es independientemente de ellas. A Jesús lo que le importa es saber lo que pensamos de él tu y yo. La “gente” es un concepto impersonal, no es el objetivo de Dios. Lo trascendente interroga a la persona, al corazón del individuo, que es algo muy diferente de la gente. Este suele ser el objetivo de los hombres que venden cosas, que se venden a sí mismos o que no les importa si lo que venden es verdadero o falso.
Jesús hace esa pregunta inicial sobre la gente y aunque Pedro le responde, le da igual su respuesta y de inmediato hace la verdadera pregunta que Jesús quiere hacer en nuestras vidas: ¿vosotros quién decís que soy? Jesús no busca a la multitud ni a un grupo numeroso ni a un público determinado, Jesús nos busca a cada uno de nosotros de un modo personal: a ti, a mí, a nosotros, pero no como grupo sino como a cada uno en particular.
Jesús habla al corazón de la persona, como si sólo existiese esa persona a la que interroga ¿Quién soy yo para ti? ¿Qué valor tengo en tu vida? ¿En qué medida te importo y estás dispuesto a vivir por mí?
Lo que piense la gente es una preocupación común de las personas obsesionadas por su fama y su prestigio. Los políticos, famosos y personajes públicos viven muy pendientes de esta opinión de la gente.
Desgraciadamente a nosotros, muchas veces, nos condiciona también y preocupa la opinión de los demás, no sólo lo que piensan de nosotros sino de nuestras ideas o convicciones. Cuando muchos a mí alrededor creen en Jesús, como yo, parece que estoy más tranquilo. Pero si la gente no cree en Él o le desprecia, mi adhesión a Jesús es más frágil, más incómoda y menos valiente.
Estamos viviendo un cristianismo demasiado ideológico, de “gentes” cristianas y hay que esforzarse en vivir un cristianismo de personas cristianas, de almas concretas, únicas e irrepetibles comprometidas de verdad con Cristo en una relación de amor personal. No podemos responder al Señor como hace una multitud en un concierto, cuando aclaman a su famoso cantante. La respuesta a Jesús es personal, en lo íntimo y en lo secreto. Es una respuesta de amor, no de pensamientos ni adhesiones ideológicas.
Pero las respuestas implican compromiso con ellas. “Tú eres el Mesías”, responde Pedro con contundencia.
Pues el que responda a Jesús como Pedro hizo: “que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga…”
Jesús no engaña a nadie, seguirle no es un camino fácil es el camino de la negación de uno mismo y eso es lo más opuesto a lo que la gente busca en la vida. No tenemos que ser gente, sino hijos de Dios, personas valientes y coherentes con el regalo de la fe. El seguimiento de Cristo no puede ser el de un personaje de la historia bondadoso y grandioso en su doctrina. El amor a Cristo no es una ideología, una forma de vida que sigue más o menos gente, es algo mucho más profundo que compromete toda nuestra vida porque es el camino para la eternidad, no es un asunto más, es el único asunto de nuestra vida. “Pues ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?”.