“Honrarás a tu padre y a tu madre” es el cuarto Mandamiento de la Ley de Dios y el primero dirigido al prójimo. Dios quiso que, después de Él, honrásemos a nuestros padres, a los que debemos la vida, y nos han cuidado, guiado y educado. Este mandamiento existe en todas las religiones, civilizaciones y costumbres ancestrales. Las antiguas civilizaciones han demostrado gran respeto y consideración hacia las personas mayores, puesto que precisamente de sus consejos de ancianos se promulgaban las leyes y se impartía la justicia. Cuidar de los padres cuando llegan a mayores es un privilegio.
Su cumplimiento lleva consigo la recompensa: “Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar” (Éx 20,12; Dt 5,16). Y al contrario, la no observancia de este mandamiento entraña grandes daños para las comunidades y las personas humanas, según señala el Catecismo de la Iglesia Católica.
En esta sociedad actual que marcha tan deprisa, los padres, a medida que van aumentando la edad, llegan a tener soledad y carencias de salud, económicas, familiares…, también impedimentos de vista, oído, habla, movimientos, etc. Los hijos ya crecidos, vivan o no en la casa paterna, o aunque tengan formada su propia familia, tienen que ser responsables de las obligaciones que tienen con sus padres, aquellos que en su día les dieron todo lo que necesitaron para llegar donde han llegado hoy. Deben demostrar su bonhomía y olvidar los malos momentos pasados, si es que los ha habido.
Los padres llegan a una edad o a unas condiciones físicas, que tienen que ser cuidados —quieran o no— incluso para evitar males mayores o irreversibles. La primera obligación de los hijos para con sus padres es cuidarlos, ofreciéndoles como mínimo los mismos conceptos de seguridad, atención, cuidado y cariño que ellos recibieron de pequeños.
la riqueza de los padres son los hijos bien educados
El ser hijos responsables de los padres no es solamente el ayudarles a solventar sus problemas, también es necesario muchas veces ser sus maestros o tutores tardíos, ser los que les exigen el cumplimiento de sus compromisos, marcarles objetivos, etc., aun sabiendo que no es nada fácil asumir el riesgo de decirles a los padres que tienen que cambiar de estilo de vida en los conceptos de dinero, salud, relaciones familiares, relaciones sociales, malas costumbres, etc.
Así, los hijos tienen que estar muy bien asesorados, entrenados y educados en esta asignatura. Además, tienen que ser muy exquisitos en la forma de decírselo, derrochar paciencia, compresión, madurez, cariño y dar un ejemplo edificante de su forma de vida.
Hay hijos que creen que, porque han estudiado más que sus padres o tienen mejor situación económica, los pueden increpar y ordenar, sabiendo que nunca recibirán contestaciones por su mala conducta. Es posible que los padres no se atrevan a decir nada porque se dan cuenta, tristemente, de la mala educación que han dado a sus hijos, y que ya no hay remedio. Algunos hijos que nunca han aprendido a ganarse la vida han tenido la gran fortuna de nacer después de sus padres, porque si hubieran sido ellos los nacidos antes, ambos estarían en la miseria.
los hijos aprenden a querer a los padres si estos quieren a los abuelos
El mejor ejemplo es que vean a los padres cuidando a los abuelos. Si los hijos, desde pequeños, ven en sus padres dedicación, cariño y compañía hacia los abuelos, se irán acostumbrando a atender a las personas mayores, encontrándolo como cosa natural de la vida.
Los padres no son amigos a los que se les puede retirar la amistad cuando conviene. Los padres lo son por el hecho de haber dado la vida a los hijos, y eso es eterno, en agradecimiento y en responsabilidad hacia ellos. En ningún caso deben dejar de atenderlos, aunque sus padres no hayan atendido bien a los abuelos o se hubieran llevado mal entre ellos; ni incluso si fallaron en la educación de los hijos o les hicieron alguna faena. Tampoco es una disculpa que justifique el no atenderles pensar o decir que hay otros hermanos que no lo hacen, aun teniendo más posibilidades de hacerlo.
Atender bien a los padres es procurar ayudarlos en todo lo que necesiten, adelantándose con soluciones a sus demandas. Es imposible dar de lo que no hay, pero para atender a los padres siempre tendría que haber, pues los padres son generalmente muy comprensivos; se conforman con recibir muy poco, si ese poco está rodeado de buena voluntad, amor y desinterés.
Los hijos tienen que hacer un profundo esfuerzo para conocer los problemas que tienen los padres, máxime en los años donde no tengan los medios ni las fuerzas para solucionarlos. Además de hablar con los padres con mucha sinceridad, tienen que consultar con todas las personas que los rodean, a fin de enterarse de la verdadera situación por la que atraviesan, vista desde todos los ángulos.
en cuanto se tienen hijos, se quiere más a los padres
Los hijos deben atender a su propia familia, esposa o marido e hijos. Pero no deben olvidarse, en ningún momento, de la obligación moral, familiar y cívica que tienen de atender a sus padres y si es necesario, sacrificar algo el bienestar de la propia familia. Lógicamente tiene que haber un equilibrio entre ambas atenciones. Deben hacerles ver que la familia siempre cuenta con ellos para todo y que, si les ayudan a hacer sus cosas y les dicen lo que deben y no deben hacer, es exclusivamente por el bien de ellos.
En definitiva, conseguir que entiendan que nunca estarán desamparados. Llevarlos de paseo a visitar lugares donde por sus propios medios no pueden acudir o que por sus muchas ocupaciones en su día no visitaron; llevarlos a hacer sus compras, a visitar a sus amistades, hacerles de chófer cuando lo necesiten, vigilar su alimentación, etc., sabiendo que durante muchos años ellos lo hicieron por los hijos sin pedir nada a cambio.
También conviene esforzarse para evitar que pierdan la ilusión. Procurar que mantengan el contacto personal, aunque nada más sea por teléfono, Internet o correo, con sus familiares y amigos. Cuidar de su vestimenta, relacionada con las épocas de calor y de frío, de su imagen externa (cortes de pelo, longitud de uñas, arreglo de callosidades, limpieza de gafas, etc.). Ayudarles en los pagos de facturas, declaraciones de impuestos y otras obligaciones. Enterarse y acompañarlos a sus visitas médicas periódicas o puntuales. Hacer el seguimiento de la toma de sus medicinas, ejercicios físicos y de sus enfermedades… Ayudarlos en las reparaciones de la casa, conocer la temperatura en invierno y en verano. Facilitarles entretenimientos (lecturas, música, televisión, teléfono, Internet, etc.), visitar amigos o familiares, conferencias, biblioteca, museos, exposiciones, viajes a la ciudad de origen, etc.
En definitiva, espera de los hijos lo mismo que has hecho con tus padres, y, cuanto enseñes a tus hijos, lo recibirás de tus nietos. Ya que, ¿de qué sirve brindar a los padres soluciones a todos sus problemas, si no les brindamos el amor de una verdadera familia? Los hijos se convierten para los padres en una recompensa o en un castigo, según la educación dada.
Francisco Gras
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DIOS los bendiga por sus buenas lecturas nos dejan Buenas enseñanza