Esta fue la respuesta de Pilato a Jesús cuando en el interrogatorio sobre los delitos que había cometido, el Señor le dijo que había venido para dar testimonio de la verdad. El pobre Poncio Pilato, prágmático de nacimiento, escéptico por formación y agnóstico por convencimiento, se debió quedar patidifuso al oír, una vez más en su vida, que alguien mencionaba la verdad, algo que le dejaba siempre inquieto, porque su búsqueda, aunque hormigueaba en su corazón, topaba en su cerebro escudado con otro yelmo como el que a veces llevaba en la cabeza… Cansado y huyendo de ella, de la verdad, se había acomodado en la indiferencia y en la oscuridad de sus pobres ojos, tapados por la orgullosa venda que él mismo se había puesto encima para no ver, ahora, justamente ahora, que la Verdad la tenía delante.
una sola es la verdad que ilumina las almas
Una de las mentes más preclaras del saber humano, Santo Tomás de Aquino, con su enorme capacidad de análisis filosófico sintetizó la definición de verdad en cuatro palabras: “Adaequatio mentis ad rem”, adecuación de la mente a la realidad.
Pero, claro, cuando tratamos de dilucidar qué es la realidad, se empiezan a bifurcar los conceptos: ¿es ésta algo objetivo o, más bien, subjetivo?; ¿la conozco “por dentro” o sólo “por fuera”, es decir, aprehendo su esencia o me quedo solamente en su superficie, en la apariencia, en lo fenoménico?; y, si llego a ella a través de los sentidos, ¿me dan éstos la medida exacta de la realidad o mis sentidos me la alteran?, etc. Pero no vamos a seguir por estos caminos de la gnoseología, principalmente porque las cosas son menos complicadas de lo que nos las montamos. La gente que llama al pan, pan, y al vino, vino, no se anda con tales disquisiciones.
Ocurre, sin embargo, que hoy nos movemos en un mundo en el que hay que andar con pies de plomo para no pisar el terreno del otro, que, ante verdades como catedrales, en seguida, muy susceptible él, salta con su escudo por delante: “¡Esa será tu verdad!”, y recalca con énfasis el “tu”, porque él tiene la “suya”. Quiero decir que las raíces del relativismo que nos envuelve (por aquello de que cada cual cree tener su verdad), nos lleva incoherente y contradictoriamente a afirmar que no hay ninguna verdad absoluta y cada hijo de vecina tiene y vive su propia verdad, afirmación que se cae por su mismo peso, porque, si no hay ninguna verdad absoluta, tampoco esta afirmación es verdadera, con los cual nos quedamos tan panchos anclados en nuestro particular punto de vista.
“todo el que es de la verdad, escucha mi voz” (Jn 18,38)
La Iglesia va más allá del “no mentirás”: llega hasta el otro extremo (que en el fondo es su equivalente) de “hablar con verdad”, “decir la verdad”. Dos veces lo dice textualmente San Pablo, tal vez teniendo como fondo la antigua ley —“No mentiréis ni os defraudaréis unos a otros” (Lv 19,11)—: “Desechad la mentira, hablad con verdad cada cual con su prójimo” (Ef 4,25, que cita al pie de la letra a Za 8,16:“decid verdad unos a otros”), y lo repite: “No os mintáis unos a otros” (Col 3,9), pues ésta había sido la enseñanza del Monte: “Sea vuestro lenguaje: ‘Sí, sí’; ‘no, no’; que lo que pasa de aquí viene del Maligno” (Mt 5,37), como reiterará también el mismo Apóstol: “La palabra que os dimos no es sí y no” (al mismo tiempo) (2Co 1,17 y luego los vv.18-20).
Los cristianos tenemos en el credo y el dogma católico una serie de verdades inamovibles que no se dejan imbuir por todas las corrientes “anti” de todas las épocas, las cuales, al no poder contradecirlas fehacientemente, van a la raíz para negar la fuente de donde manan esas límpidas aguas de la verdad, o sea, no pudiendo negar las verdades, pretenden negar o atorar el manantial: no hay Dios, Dios ha muerto, que es lo que dice el estólido en su corazón (así el salmo 14,1).
Pero, claro, el choque es brutal, porque ahí está, enhiesto, el oráculo que canta las verdades del barquero: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6). Ya no se trata de una frase bonita donde se cumple a perfección lo que el predicado dice del sujeto, sino que la Verdad es justamente una Persona, Jesucristo, el mismo Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad, el Verbo Eterno encarnado en el seno de la Virgen María. Él es la Verdad. Pilatos la tuvo delante y no se enteró.
luz al alcance de quien la busca
Y así viene ocurriendo durante veinte siglos: la tenemos ante nuestros propios ojos y no la vemos, porque están cegados por las concupiscencias de esos mismos ojos, de la carne y por la soberbia de la vida (1Jn 2,16), pero “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1Tm 2,4), depositada en “la Iglesia de Dios, columna de la verdad” (1Tm 3,15).
Por eso “hablar la verdad”, decir la verdad, es hablar de Cristo. Parece un tópico de buenos consejitos o simplemente una exageración moralista, pero lo que queremos decir exactamente es que lo que hace y vive el cristiano durante las veinticuatro horas del día tiene como referente al mismo Jesucristo, dando testimonio de Él: hacer y vivir como Jesús; de modo que, cuando uno se aparta de ese testimonio, está cometiendo un auténtico fraude contra la Verdad, está produciendo un eclipse de la Verdad, la está ocultando, cosa que frecuentemente forma pareja de cohecho con la mentira, cuyo padre es el Diablo. Nunca se llegará así a admirar y contemplar la hermosura del rostro de Cristo, el más bello de los hijos de los hombres, el Esplendor de la Verdad.