En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros. Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.» (Mateo 23,1-12)
El Capítulo 23 de San Mateo desde el versículo 1 al 36 nos relata un discurso del Señor que podemos dividir en dos partes, la primera, que es la que corresponde al día de hoy, está dirigida al pueblo y sus discípulos. La segunda –los célebres “ayes”- está referida a los escribas y fariseos. En ambas partes es posible descubrir un motivo común: con sus palabras Cristo no pretende abolir la doctrina de la Ley enseñada por escribas y fariseos (vv. 3 y 23) sino purificarlas y llevarla a su plenitud.
En esta primera parte se pone en contraste la conducta de los escribas y fariseos con la que deben ser la de los seguidores del Señor, la de los cristianos. Aquellos dicen y no hacen, apetecen ser los primeros, mientras que lo que Jesus pide y hace con su vida es una gran rectitud y coherencia : saber realizar en el lugar que corresponde, a veces alto a los ojos humanos, a veces más inferior, una vida de amor y de servicio.
Qué atractivas las palabras de San Agustín “El Creador se hace criatura”, reflejan la fuerza que también se encuentran en la respuesta de la Santísima Virgen en la Anunciación: He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra”.
Servir al prójimo, servir a la sociedad, servir a la Iglesia… siempre encuentra “peros”. Unas veces por las dificultades de nuestros pecados personales y de nuestra limitación, y también por los de los demás. Y porque el diablo, tienen el afán destructor de insuflar nuestra soberbia.
Con la fortaleza y la coherencia de Jesús, el verdadero Maestro, hemos de animarnos a funcionar con lógica divina, anteponiendo la generosidad del amor a todo.
Hay una jaculatoria que repetía San Josemaría que puede darnos mucha luz; dice así: “Que vea con tus ojos, Cristo mío, Jesús de mi alma”. Repetirla de verdad nos evitará funcionar por las apariencias.