En aquel tiempo, levantando los ojos al cielo, oró Jesús diciendo: «Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros. Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura. Ahora voy a ti, y digo esto en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría cumplida.
Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los envío también al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad» (San Juan 17, 11b- 19).
COMENTARIO
La dictadura del relativismo, en el mundo de hoy en día, está siendo devastadora para la verdad, y, por derivación, para La Verdad; para acoger a quien es El Verdadero y el Veraz. La negación de la verdad; la enemiga a la mera hipótesis de que exista la verdad; o la imposibilidad de aprehenderla, si tal hubiere, hacen desistir a casi todo el mundo. Ya casi nadie oye al Concilio: “Todos los hombres… están obligados a buscar la verdad”. Dignitatis humanae 1.
Es muy plástico y pedagógico el mito, o metáfora, o experimento de la rana hervida. La rana sumergida en agua fría está en su ambiente, y nada le llama la atención; cuando el agua se va calentando en el recipiente donde se halla ella se siente confortada por una temperatura que le ahorra el esfuerzo de generar energía; cuando el agua está ya caliente la rana trata de salirse pero no junta la fuerza suficiente para saltar; paulatinamente la rana muere hervida irremediablemente.
Lo mismo ocurre con el relativismo; nada más aceptable que el asumir que cada quien pueda pensar, opinar y vivir tal y como quiera. La tolerancia y el respeto a las ideas y vidas ajenas, confirman la racionalidad del relativismo. Cuando viene a echar en falta ideas fuertes, soportes estables, sentido a la vida, esperanza y confianza, ya todo es confuso, oscuro e inservible. La verdad no aparece y surge la blasfemia; es la Verdad la que nos ha defraudado.
Hay como dos peticiones sublimes de Jesucristo a su Padre; para los enemigos pronunció el insuperable “perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Para los amigos – los discípulos – implora: “Santifícalos en la verdad”. En ambas peticiones hay un factor común, que hace referencia, precisamente, a la verdad.
Perdónalos porque no saben lo que hacen, se puede entender como clemencia justificada porque desconocen la verdad, al Verdadero. En el ruego personalizado hacia “los que me has dado” es justamente la fórmula: “santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad”.
Lo que está pidiendo Jesús es que su misión, su ser la Verdad, como Palabra del Padre, se haga presente en el mundo en el que Él ha vivido, y donde ha guarecido a los suyos, pero ahora, sin su cuidado personal, quedan expuestos al maligno, al mentiroso, al que divide.
Dios, como dice San Juan de la Cruz, solo tiene una palabra y ya nos la ha dado Jesucristo. Y aceptarlo es nuestra única salvación. No es una opción entre varias; no cabe relativismo diluyente. Jesucristo es la Verdad, es Verdad. Es El Verdadero y Dios es El Veraz.
Y este hecho, esta realidad, esta verdad es lo único que puede llevar a la alegría y a la santificación, como proceso de apartamiento del mundo, que eso significa “santo”. El santo no es el muy bueno, el buenísimo, sino el apartado para formar parte del rebaño de Dios.
El mundo ya ha cumplido su papel, ha odiado al Buen Pastor y odiará siempre a los “los que me has dado”; la intercesión de Jesucristo es muy clara; no pide que los saque del mundo (porque entonces el mundo se quedaría sin referente y esperanza de salvación) sino que los libre del maligno. Es decir que el príncipe de las tinieblas no venga a suplantarle a Él que es la luz. El mundo está tan puesto bajo el poder del demonio que hasta aborrece la terminología; se burlan de las ovejas, de la docilidad, del dejarse conducir. El mundo está infectado de mentiras atrayentes: “romped las cadenas”, “matad al padre”, “el hombre ha creado a dios”, “sólo existe la materia” “carpe diem”, etc…
Ni Yo, ni ellos -Padre– somos de este mundo; “santifícalos en la verdad”. Eso es lo verdadero, que en el mundo no hay vida; que sólo en tu Palabra se conjuga camino, verdad y vida. Yo he cumplido esa tu voluntad y ahora te expongo la mía; “santifícalos en la verdad”. Es así como Tu voluntad, que es la Mía, se habrá plenificado. Serán santificados en la verdad, se harán uno conmigo y con nosotros. Si Yo me he santificado en el mundo, ellos -Conmigo y en Ti– también quiero que sean santificados; que en vez de ser atrapados por el mundo y el acusador, mentiroso y padre de la mentira, vengan a nuestra vida trinitaria. “Santifícalos en la verdad” es el deseo grandioso de la Verdad encarnada. Eso es posible, Padre, en “tu nombre” (tu poder), bajo tu guarda y por obra de “mi envío” (que es hacerlos partícipes de tu amor por Mi), y en la forma que nos acredita: en la Unidad.