«En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: “Ese acoge a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo esta parábola: “Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: ‘¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido’. Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles: ‘¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido’. Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta”». (Lc 15,1-10)
Este verano visité un monasterio de cartujos con mi mujer y algunos de mis hijos. Al salir me llevé un chasco monumental, porque en un folleto que recogí estaba escrito su lema. Algo así como: “Felices los que buscan al Señor”. De modo que, para mi asombro, aquellos hombres que se han recluído entre cuatro paredes voluntariamente, no se han encerrado con su Amado para disfrutar las delicias de su compañía y amistad, sino que están allí precisamente para buscarlo. Cada uno de aquellos hombres, de toda edad, no se había consagrado porque “encontré el Amor de mi vida y no lo dejaré jamás” sino precisamente para consumir la vida en BUSCARLO. No estaban allí porque lo conocen, sino PARA encontrarlo.
Me sentí enormemente aliviado. Si santos varones —que no cejan en su oración, que quiebran sus proyectos con la continua obediencia y que son castos a la espera del Esposo— se declaran institucionalmente en búsqueda, entonces para mí también hay esperanza: es posible que llegue a conocerlo. O, en todo caso, merece la pena dedicar toda la vida a buscarlo.
Tiene razón el Salmo responsorial de hoy: Que se alegren los que buscan al Señor. Sí, porque en verdad, si estás en búsqueda del Señor es a causa de que Él ya ha salido a buscarte. Esta es la buena noticia que nos traen los relatos de la oveja perdida y de la dracma extraviado.
Es conmovedor que el Evangelio precise cuántos publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharle; no algunos curiosos, no una minoría, no un porcentaje significativo, no una mayoría. No. TODOS. San Lucas afirma que eran TODOS los traidores y enemigos de Dios —publicanos y pecadores— los que se le acercaban. Y eso ponía nerviosos a los “profesionales” de la religión; escribas y fariseos. Su descalificación era certera, denunciaban un flagrante quebrantamiento de la Ley: “acoge a los pecadores y come con ellos”. Llevaban toda la vida esperando al Mesías, pero no eran capaces de reconocer en Jesús el cumplimiento de las promesas transmitidas por los profetas. Posiblemente en el aferrarse a los preceptos de la Ley late una desconfianza soterrada de que, de verdad de la buena, el Enmanuel acampe finalmente entre nosotros.
Efectivamente, era una evidencia: Jesús “acogía los pecadores y comía con ellos”. No solo los acogía, condescendencia que podría tal vez justificarse por piedad, sino que se “hacía uno con ellos” compartiendo la mesa. ¡Qué importante, en observancia y en simbolismo, era y es la comida! Sin saberlo, aquellos escribas y fariseos murmuradores estaban atisbando la Eucaristía. Jesús no solo comía con ellos, los pecadores, sino que se haría alimento para nosotros, traidores y enemigos de Dios.
La murmuración ahora puede ser la misma: la Iglesia acoge a los pecadores y come con ellos. Pero Jesús, con mansedumbre, nos exhorta dos veces a la felicitación. Y también por dos veces nos da noticia de algo que añoramos sin conocer; la ALEGRÍA.
Sí, un pastor diligente, guardián de un gran rebaño (una centuria, jefe de cien), deja a buen recaudo 99 ovejas y trae sobre sus hombros, sin que se fatigue caminando, la oveja perdida. Consecuencia: en el cielo habrá mas alegría por este rescate que por la existencia de 99 “justos” que no necesitan nada. Y un detalle muy importante: ese pastor personalmente viene “contento”, su alegría existencial no se pospone al cielo, brota en cualquiera “uno de vosotros” que la trae de vuelta al redil.
Lo mismo la mujer. Ella “enciende una lámpara”, sin luz es inútil la búsqueda. Y después se emplea concienzudamente a su tarea. Como la moneda valiosa puede haberse extraviado en cualquier sitio, sistemáticamente “barre la casa”, pero al mismo tiempo —como puede confundirse con otra cosa— “busca con cuidado”: propiamente no barre (medio) sino que busca (fin). Y por eso no ceja en su empeño, no descansa hasta que la encuentra. En su búsqueda trabaja con amor. San Juan de la Cruz decía que el amor “ni cansa, ni se cansa ni descansa”. La mujer, la Iglesia, busca así la Fe perdida (¿En un 10% del mundo cristianizado?) hasta que la recupera. Entonces la alegría no se queda en “amigos y vecinos” sino que salta a los “ángeles del cielo”.
Que se alegren los que buscan al Señor, porque Él ya se ha anticipado y ha salido a buscarlos “con cuidado” a ellos.
Francisco Jiménez Ambel